Editorial:

Un camino de sangre

EN SURÁFRICA, el camino hacia las primeras elecciones multirraciales -el 27 de abril- está enfangado de sangre. Desaparecido legalmente el apartheid, la normalización, no sólo política, sino étnica, está resultando extremadamente cruel. Y es que varios de los bandos enfrentados están convencidos de luchar más por la supervivencia que por la reorganización política y dan la impresión de creer que sólo la supremacía por la fuerza les va a proteger de los peligros que ven en los avatares democráticos.Los acontecimientos del pasado fin de semana en Bofuzatsuana se resumen en el horror que p...

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EN SURÁFRICA, el camino hacia las primeras elecciones multirraciales -el 27 de abril- está enfangado de sangre. Desaparecido legalmente el apartheid, la normalización, no sólo política, sino étnica, está resultando extremadamente cruel. Y es que varios de los bandos enfrentados están convencidos de luchar más por la supervivencia que por la reorganización política y dan la impresión de creer que sólo la supremacía por la fuerza les va a proteger de los peligros que ven en los avatares democráticos.Los acontecimientos del pasado fin de semana en Bofuzatsuana se resumen en el horror que produce una escena reiteradamente mostrada en las televisiones del mundo entero: el asesinato de dos violentos racistas blancos por un policía local. El incidente ilustra particularmente bien el clima de violencia e incertidumbre política que es hoy Suráfrica. Bofuzatsuana es uno de los siete homelands (hogares étnicos) establecidos en la década de los setenta como territorios autónomos, a cuatro de los cuales Pretoria concedió la independencia formal poco después.

Precisamente este Estado, junto con otro, Ciskei, se integró hace poco en una alianza contra natura de los grupos que tienen más que perder con la democratización: el partido Inkhata del jefe Buthelezi y varios grupos de la extrema derecha blanca integrados en el Partido Conservador y en el Frente del Pueblo Afrikáner. Todos ellos se salieron en un momento u otro del proceso constitucional que lleva a las elecciones del 27 de abril. Las razones invocadas han sido muchas: las de los blancos, pretender que la futura Suráfrica multirracial les entregue un territorio en el que crear un homeland para blancos; las de Inkhata, que no les satisface una estructura estatal no federal, es decir, una organización de Estado que le s fuerce eventualmente a estar en minoría política frente al Congreso Nacional Africano (ANC) de Mandela.

El presidente Lucas Mangope, un líder instalado en Bofuzatsuana por el Gobierno del apartheid, estaba en medio de todo. Una huelga general decretada el pasado miércoles por su propio pueblo y policía le forzó a declarar que acudiría a los comicios de abril, aun cuando se resistiera a reincorporar ese país a Suráfrica. Fue la señal para que comandos blancos del Movimiento de Resistencia Afrikáner entraran en Bofuzatsuana para apoyar a Mangope, lo que, a su vez, provocó la intervención del Ejército surafricano y la violenta reacción de la policía local.

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El horrible episodio, una vez más producto de la violencia insensata de los racistas, ha tenido dos consecuencias que pueden ser consideradas favorables. En primer lugat, la dimisión de un espantado Constant Viljoen, el carismático líder del Frente del Pueblo Afrikáner, y su anuncio de creación de un nuevo movimiento, el Frente de la Libertad, que sí concurrirá a las elecciones. En segundo lugar, la reintegración de Bofuzatsuana a Suráfrica, con lo que este antiguo homeland entra en el proceso de normalización.

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