Editorial:

Paso atrás

A FINALES del pasado año, los primeros ministros del Reino Unido y de Irlanda firmaron la Declaración de Downing Street, en la que ofrecían a los bandos enfrentados en el contencioso de Irlanda del Norte la celebración de negociaciones políticas. Dio entonces la sensación de que la cuestión empezaba a desbloquearse y de que el tímido movimiento hacia la paz podría acaso consolidarse.Era mucho esperar, a la vista del número de imponderables que debían evolucionar positivamente al mismo tiempo. Primero, una tregua del Ejército Republicano Irlandés (IRA) y otra simultánea de los terroristas del u...

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A FINALES del pasado año, los primeros ministros del Reino Unido y de Irlanda firmaron la Declaración de Downing Street, en la que ofrecían a los bandos enfrentados en el contencioso de Irlanda del Norte la celebración de negociaciones políticas. Dio entonces la sensación de que la cuestión empezaba a desbloquearse y de que el tímido movimiento hacia la paz podría acaso consolidarse.Era mucho esperar, a la vista del número de imponderables que debían evolucionar positivamente al mismo tiempo. Primero, una tregua del Ejército Republicano Irlandés (IRA) y otra simultánea de los terroristas del unionismo protestante; no se ha producido, claro. Segundo, la participación del Sinn Fein -la rama política del IRA- y de los protestantes moderados en las negociaciones ofrecidas por los dos Gobiernos. Finalmente, la firmeza de pulso de los Gobiernos de Londres y Dublín.

Londres intentó arrancar al Sinn Fein algún tipo de opinión sobre la declaración y alguna indicación que permitiera esperar que se sumaría al proceso negociador. Al mismo tiempo pretendía conseguir sin excesiva algarabía la participación de los unionistas protestantes de James Molyneaux (cuyos nueve diputados son esenciales para la gobernabilidad de los conservadores en la Cámara de los Comunes). Las cosas no han salido bien.

Se sabía que el proceso no podía ni iba a ser fácil, pero, al menos, los Gobiernos de Londres y Dublín parecian no querer cerrar la puerta a ninguna pretensión, a ninguna salida. Los hechos las han cerrado por ellos. Por otra parte, cuando se negocia con terroristas algo más que el cese de su violencia, ninguna concesión es suficiente para ellos. En los días finales de febrero pasado, el Sinn Fein celebró su conferencia anual. El resultado era predecible: el partido sigue siendo una organización fundamentalmente militar dirigida por los mandos del IRA. Por consiguiente, rehúsa participar en cualquier negociación con Londres y con Dublín hasta tanto Gran Bretaña no haya retirado por completo a su Ejército del Ulster, es decir, hasta que se reconozca que ha ganado la guerra.

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Para no ser menos, a mediados de la semana pasada, los unionistas de Molyneaux, que hasta entonces habían mantenido una posición equívoca sobre los ofrecimientos británico-irlandeses, pusieron una condición imposible de cumplir. Para negociar, exigían una declaración inequívoca sobre la condición británica del Ulster, el restablecimiento de un Parlamento en Belfast y la asignación a él de poderes ejecutivos. El IRA y los unionistas pueden haber enterrado el nuevo esfuerzo por la paz.

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