Tribuna:

La conjura

El amor propio deriva con frecuencia en egolatría. Y los ególatras tienen una vocación inconfensable: llegar a ser estatua, una de las pocas cosas hieráticas a que se puede aspirar en este mundo. No es fácil, sin embargo, infiltrarse en el universo de las efigies. Hay que tener muchas influencias, mucha cara dura, mucho aguante y mucha tozudez: las estatuas jamás dan su brazo a torcer. Y saben esperar. Y no van a la peluquería. El último en incorporarse al censo madrileño de las esculturas es el señor Alonso Martínez, burgalés de pro que ha estado más de cien años aguardando a que le erijan un...

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El amor propio deriva con frecuencia en egolatría. Y los ególatras tienen una vocación inconfensable: llegar a ser estatua, una de las pocas cosas hieráticas a que se puede aspirar en este mundo. No es fácil, sin embargo, infiltrarse en el universo de las efigies. Hay que tener muchas influencias, mucha cara dura, mucho aguante y mucha tozudez: las estatuas jamás dan su brazo a torcer. Y saben esperar. Y no van a la peluquería. El último en incorporarse al censo madrileño de las esculturas es el señor Alonso Martínez, burgalés de pro que ha estado más de cien años aguardando a que le erijan un monumento en la glorieta que lleva su nombre.Epifanio M. R., apodado Epitafio por su detractores, es un ejemplo del desatino en el que desembocan quienes desean ser estatua en vida y por la vía rápida. De 32 años, divorciado, funcionario, vecino de Chamberí, Epifanio ha pagado muy caro el alto concepto que tiene de sí mismo. Cada vez que se coloca ante un espejo se ofusca, languidece y sufre el síndrome de Sthendal: no puede soportar tanta belleza. A pesar de ello, hace de tripas corazón y permanece impávido ensayando ademanes, probando posturas, corrigiendo gestos, diseñando su mausoleo y elaborando hipótesis inmovilistas que ya han comenzado a trastornar a algunos ciudadanos.

Pretende inocular en la juventud la perniciosa idea de que sólo las estatuas consiguen la estabilidad. Aunque parezca mentira, tamaña doctrina ha sido tomada al pie de la letra por sus secuaces, que recalan al anochecer en la plaza de Callao y se quedan tiesos durante horas, cada cual encima de su peana portátil, inalterables ante el asombro de los viandantes, desdeñosos ante los excrementos de las palomas.

Epifanio, a pesar de su lapidaria inanición, es temido en su entorno y abominado por sus superiores. Cuando su espíritu le pide protestar contra la autoridad, se planta en el vestíbulo del ministerio y permanece inmóvil durante toda la jornada laboral, emulando unas veces a Colón, otras al doncel de Sigüenza, al Discóbolo de Mirón, al caballo de Espartero. Esta ocurrencia ha sido muy bien recibida en algunos sectores. sindicales, eufóricos ante la crispación que transmite a los jefes.

Los éxitos sociales han ensombrecido a Epifanio. En la actualidad, anda redactando los estatutos de la Asociación de Amigos de San Simeón Estilita. El panfleto no debe ser tomado a risa. Si no se le paran los pies a este sujeto, nuestra patria se convertirá en un museo de espantapájaros. ¿No será Alonso Martínez un espía de Epifanio? ¿Y la cabra de Arturo Soria? ¿Y la efigie ecuestre de Franco? ¿Y el cabezón de Ramón y Cajal? Todas las estatuas están ya bajo sospecha.

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