Tribuna:

El arte

Una pizza, una papelina, una puta a hotel o domicilio con tarjeta Visa... Eso es lo bueno de vivir en la ciudad, que se puede conseguir cualquier cosa a cualquier hora. Así es que el pasado domingo, cuando en el ,último momento tenía que hacer un regalo de cumpleaños a mi suegra, no dudé en acudir a una famosa feria de arte contemporáneo.La oferta era sensacional. Había una sartén con tres huevos enteros que se movían, ligeramente impulsados por una corriente de aire. Dentro de una caja transparente estaba expuesto un contenedor de aceite de motor Rotella X, una marca alemana. El espíri...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Una pizza, una papelina, una puta a hotel o domicilio con tarjeta Visa... Eso es lo bueno de vivir en la ciudad, que se puede conseguir cualquier cosa a cualquier hora. Así es que el pasado domingo, cuando en el ,último momento tenía que hacer un regalo de cumpleaños a mi suegra, no dudé en acudir a una famosa feria de arte contemporáneo.La oferta era sensacional. Había una sartén con tres huevos enteros que se movían, ligeramente impulsados por una corriente de aire. Dentro de una caja transparente estaba expuesto un contenedor de aceite de motor Rotella X, una marca alemana. El espíritu europeo se captaba con inusual perspicacia en un conjunto de 12 cuadros de fondo rojo, cada uno conteniendo el nombre de un país del Viejo Continente.

Mi error fue llevar a mi actual esposa: nada más llegar, empezó a quejarse. Que si casi había perdido un ojo en un trozo de aquella columna de madera torcida, que si esa caja negra parecía estar cubierta de excrementos de palomas, que si algunas de las pesadas piezas de hierro más bien servirían como paragüero.

"No me extraña que el mercado de arte esté en baja", observó ante el lienzo Negro marfil -así titulado seguramente porque el negro, sin matices, era el único color utilizado- y que se vendía en 350.000 pesetas. Luego espetó algo que no llegué a entender sobre "el traje nuevo del rey".

"¿Y tú qué sabes de arte?", le contesté. "Mira, estos cuadros en relieve de ubres de vaca puede que no sean de Velázquez, pero tienen un cierto je ne sais quoi. ¿Darías tus opiniones sobre ópera con tan sólo ir cada cinco años? Es que para saber de arte hay que hacer como yo: ver exposiciones, leer revistas especializadas, conocer el mundillo".

Continué mi recorrido, ahora en solitario. Había una bicicleta cubierta de ropa vieja, una construcción de luz neón y la escultura de una pierna humana a tamaño real sobre una caja de madera que desprendía una sutil belleza, no al alcance todos. ¿Cuántos grandes artistas han sido atacados precisamente por filisteos como mi mujer?

Por fin seleccioné para mi suegra dos obras: una combinación de papel, vidrio y madera que plasmaba con elegancia el filtro de aire de un coche y Sarcófago, gran construcción en pasta de papel y resina, una ganga a tan sólo 7.000 dólares. Pagué con la tarjeta. Tratándose de arte, yo siempre tendré un par de millones para contribuir a levantar la economía nacional. La suegra estaba encantada.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Eso sí, comimos a solas. Mi mujer se había quedado en el stand de unos moteros. Dijo que era el único sitio de toda la muestra con un poco de vida. Cuando unos días después la vi de paquete en una Harley-Davidson, supe a qué se refería.

Archivado En