Tribuna:

La deseuropa

"Y si sois atrapados por la red inextricable de la desgracia, no será por un golpe brusco y secreto, sino por vuestra necedad" (Esquilo).El carácter suicida de la guerra de 1939-1945 permitió que nada más acabar el desastre, el viejo proyecto de asociación europea adquiriera consistencia. La guerra fría amputó este proyecto al privarlo de las naciones que estaban bajo dominio soviético, a la vez que lo fomentó al incitarle a constituirse en sistema defensivo. Pero los Estados nacionales, que se negaban a renunciar a la más mínima parcela de soberanía, pusieron trabas a cualquier comunid...

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"Y si sois atrapados por la red inextricable de la desgracia, no será por un golpe brusco y secreto, sino por vuestra necedad" (Esquilo).El carácter suicida de la guerra de 1939-1945 permitió que nada más acabar el desastre, el viejo proyecto de asociación europea adquiriera consistencia. La guerra fría amputó este proyecto al privarlo de las naciones que estaban bajo dominio soviético, a la vez que lo fomentó al incitarle a constituirse en sistema defensivo. Pero los Estados nacionales, que se negaban a renunciar a la más mínima parcela de soberanía, pusieron trabas a cualquier comunidad política o militar. El curso europeo trazó entonces un meandro económico para sortear la barrera, y ese meandro, estimulado por el progreso económico de los años cincuenta y sesenta, condujo a la formación del Mercado Común. Cuando por fin éste se formó, apareció el vacío político, al mismo tiempo que los problemas planteados por el desmembramiento del imperio soviético. Fue entonces cuando, aunque mal y demasiado tarde, se elaboró el Tratado de Maastricht, no sólo para completar la unión económica, sino para instaurar estructuras políticas y sociales.

El derrumbamiento del muro de Berlín y la caída del imperio soviético parecían marcar el inicio de la Europa reunida. Pero, paradójicamente, el Mercado Común fue un obstáculo para la unión. Las naciones sometidas al antiguo imperio deseaban entrar en Europa a través de ese Mercado Común, pero las disparidades económicas hacían imposible su integración en él en lo inmediato o incluso dentro de un plazo previsible, y sus solicitudes fueron rechazadas. Es cierto que Francia propuso una "gran confederación", pero ésta no se interpretó como una nueva fórmula de acogida, sino como una manera de camuflar el rechazo.

La transición del totalitarismo a la democracia, de la economía burocratizada a la economía de mercado, de la sumisión a la soberanía nacional, se transformó pronto en todas partes en una triple crisis: política, económica y nacional. La crisis de la esperanza comunista ya había provocado una vuelta a las identidades nacionales, religiosas, étnicas. Pero en todo este universo europeo que había vivido vanos siglos en tres imperios (el otomano, el austro-húngaro, el ruso zarista transformado después en soviético) las nacionalidades o etnias se habían entrelazado entre sí de diversas maneras, y la reivindicación de un Estado nacional soberano para cada etnia o nacionalidad no podía tener otra consecuencia que la de encerrar en las nuevas fronteras etnias o nacionalidades extranjeras y/o encerrar en fronteras extranjeras parte de las propias. Las legítimas aspiraciones a la soberanía, exasperadas por la crisis económica y favorecidas por la crisis de una democracia que no acababa de arraigar, se transformaron rápidamente en paroxismos nacionalistas agresivos. Mientras que las grandes naciones del Occidente europeo se habían constituido en y a través de un proceso multisecular de integración de etnias muy diversas -como Francia integró a bretones, languedocianos, flamencos, alsacianos, etcétera-, fueron las etnias de los antiguos imperios, o las situadas en naciones poliétnicas demasiado recientes -como Yugoslavia (1)- las que reivindicaron la soberanía absoluta del Estado-nación, lo que explica el surgimiento de un etno-nacionalismo que se radicaliza enseguida en total-nacionalismo.

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En el Este dominan ya los etno-nacionalismos acérrimos, aún más exacerbados por las diferencias religiosas, y en Yugoslavia el horror alcanza sus más altas cotas porque coinciden una guerra entre nacionalidades, otra entre religiones y una guerra civil. Además, en todo el Este se observa un resurgimiento de las virulencias antigitanas y antijudías. Por último, y tal vez sobre todo, en el corazón de la triple crisis política, económica y nacional, es decir, en Rusia, se ha dado, con ocasión de las elecciones parlamentarias de finales del año pasado, un surgimiento de la síntesis fatal entre nacionalismo, autoritarismo y comunismo que corre el riesgo de hacer que esa gran y magnífica nación caiga en el total-nacionalismo.

De este modo, en el Este se ha dado un proceso de disociación que ha causado, en el mejor de los casos, divorcios, y, en el peor, guerras múltiples, de las cuales la más atroz es la yugoslava. En Occidente, en 1992 intentó desarrollarse un esfuerzo de asociación con Maastricht, pero Maastricht fue como un arranque a trompicones, un semifracaso. Ahora, lo realmente problemático es la perspectiva de una Europa política. Dadas las circunstancias, la idea de Europa se encuentra en crisis.

El Occidente europeo respondió a la angustia económica del Este olvidando todas sus declaraciones de solidaridad y llegando incluso a erigir un nuevo telón de acero en forma de restricciones de todas clases a la importación de mercancías y a la entrada de personas. Esto estuvo determinado por la crisis, primero económica y después política, que afectó en 1992 y 1993 a la Comunidad Europea. La gravedad del mal económico que había avanzado imperceptiblemente desde 1973 hasta los años ochenta se fue haciendo cada vez más manifiesta, con el aumento ininterrumpido del paro, la continua reducción de la expansión, y, finalmente, la recesión de 1993. La profunda reconversión iniciada en un periodo de prosperidad en las grandes naciones que habían cimentado su poder y su éxito en el carbón y el acero se mantuvo, pero al desarrollarse ahora en plena crisis, contribuyó a fomentar el paro. Los beneficios de productividad, vueltos vitales en un mercado entregado a una competencia cada vez más intensa, se pagaron con la sustitución de trabajadores por máquinas. La necesidad, también vital, de algunas empresas de trasladar sus fábricas a los países asiáticos de mano de obra barata favoreció asimismo el paro. Y, además, la crisis económica no es más que uno de los aspectos de una crisis multidimensional que afecta a la sociedad y en la que los males de civilización, las fosilizaciones políticas y las fragmentaciones étnicas se asocian entre sí en una degradación generalizada.

Al mismo tiempo, en Occidente aparecen por todas partes fenómenos de repliegue sobre la propia nación. Alemania se ha concentrado en su proceso de absorción de la ex República Democrática Alemana, se ha hecho relativamente autónoma en su política internacional, y situada ahora en el corazón de Europa y no en la frontera de Occidente, se ha convertido en una potencia económicamente dominante que tiende a aglutinar a su alrededor una Mitteleuropa. Francia ha manifestado un brote multiforme de xenofobia, tanto hacia los inmigrantes, sometidos a restricciones más severas, como hacia Estados Unidos, del que sospecha que está arruinando su agricultura y su cultura. Y mientras se despertaba el águila alemana, el gallo francés lanzaba un sonoro quiquiriquí. La Comunidad tiene fisuras en su propia base, la unión francoalemana, y en medio del repliegue y la desmoralización generalizados, el Reino Unido se aferra a su insularidad y los socios pequeños tiemblan.

También en Occidente intervienen fuerzas de desmembramiento: la unión entre valones y flamencos sólo se mantiene, in extremis, por el símbolo real. España, también gracias a la monarquía, consigue templar las fuerzas centrífugas, que adoptan hasta ahora la forma positiva de fortalecimiento autonómico. Pero Italia padece la tendencia centrífuga del Norte, que rechaza el Estado romano a la vez que pretende rechazar como extranjero el Mezzogiorno.

La virulencia xenófoba se manifiesta por todo Occidente, hasta en los países que parecían más abiertos a los extranjeros, como Italia. La Grecia del socialista Papandreu se estremece de pánico ante la débil Macedonia ex yugoslava y exige que el credo religioso figure en el carné de identidad de sus ciudadanos. Por todas partes se buscan culpables a los que cazar, sacrificar; es decir, chivos expiatorios.

Cuando ya nos encaminábamos hacia el reconocimiento del islam como parte integrante de Europa, de manera póstuma con la revisión autocrítica de 1492 por parte de España, de manera contemporánea con la inserción de tres millones de musulmanes en Francia, de manera prospectiva con la integración de Turquía, de Albania y de Bosnia-Herzegovina, en Mostar se destruye el último puente sobre el Neretva, se va a hacer de Bosnia un Bantustán, en Alemania se persigue a

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La deseuropa

es sociólogo, director de investigación del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) de Francia,

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