Reportaje:

De Kennedy al renacimiento de Clinton

Los 30 años del magnicidio de Dallas que hoy se cumplen llevan a EE UU a comparar las dos presidencias

Al terminar el día 30 de abril de 1961, una jornada agotadora en la que había tratado de echar balones fuera para contener los efectos del fiasco de bahía de Cochinos, John Kennedy ojeaba un reportaje de la revista Time en el que se juzgaban sus primeros 100 días como presidente. Con sorpresa, observó una encuesta que reflejaba un apoyo del 83% de la población norteamericana hacia la política del joven inquilino de la Casa Blanca. "¡Dios mío!", comentó Kennedy, "me ocurre como a Ike [Eisenhower]. Cuanto peor lo haces, más te quieren ".

¡Y vaya si lo había hecho mal en esos pr...

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Al terminar el día 30 de abril de 1961, una jornada agotadora en la que había tratado de echar balones fuera para contener los efectos del fiasco de bahía de Cochinos, John Kennedy ojeaba un reportaje de la revista Time en el que se juzgaban sus primeros 100 días como presidente. Con sorpresa, observó una encuesta que reflejaba un apoyo del 83% de la población norteamericana hacia la política del joven inquilino de la Casa Blanca. "¡Dios mío!", comentó Kennedy, "me ocurre como a Ike [Eisenhower]. Cuanto peor lo haces, más te quieren ".

¡Y vaya si lo había hecho mal en esos primeros 100 días! Inexperto, desorganizado, dubitativo, John Kennedy dio muestras evidentes desde su primer minuto en la presidencia de su escasa preparación para suceder a una leyenda nacional como Dwight Eisenhower. Errático y confudido a la hora de nombrar a los cargos de su Gobierno, Kennedy cometió su primer fallo en el mismo discurso con el que inauguró su gestión, al no mencionar ni en una sola ocasión los problemas -algunos, como el del racismo, muy graves y vivos en aquellos momentos- que simbolizaban la división de la sociedad norteamericana. "... A respetar los derechos humanos con los que esta nación siempre ha estado comprometida, y sigue comprometida hoy dentro y alrededor del mundo". Esa fue toda la referencia a los conflictos internos hecha por el hombre que después sería símbolo para las minorías.

El último de los errores de esos 100 días, el de la frustrada invasión de Cuba, demostró su inexperiencia en asuntos internacionales y provoco pavor en Washington entre los hombres que sabían, como el propio Eisenhower, en qué manos estaba la seguridad del mundo en aquellos difíciles años de la guerra fría.

Cuando hizo balance de sus primeros meses en la presidencia, el propio John Kennedy admitió: "Al principio fue instintivo. Yo tenía diferentes identidades y encontraba la forma de expresar unas sin comprometer las otras".

Unas palabras que hacen pensar inevitablemente en Bill Clinton. El paralelismo entre Kennedy y el actual presidente de Estados Unidos no sólo tiene que ver con el hecho de que ambos son los presidentes más jóvenes de la historia del país, sino con una cierta forma pasional, instintiva, de entender la presidencia. Clinton no puede decir hoy, al mirar sus encuestas con menos de un 50% de popularidad, que "cuanto peor lo haces más te quieren". Posiblemente, el pueblo norteamericano ha madurado mucho políticamente desde el asesinato de Kennedy.

Pero tanto Kennedy como Clinton son resultado de ambiciones excepcionales. Kennedy comentó después de haber sido derrotado en 1956 en sus aspiraciones a la candidatura vicepresidencial, cuando más desmoralizado se sentiría cualquier político: "Puesto que es tan difícil conseguir la vicepresidencia como la presidencia, la próxima vez lucharé por ser presidente". Clinton tampoco encontró a nadie que creyese en su candidatura más de lo que él mismo creía. Su convicción fue tal que, incluso después de haber perdido en febrero las primarias de New Hampshire, Clinton transmitía una especie de energía interior que hacía que todo el mundo siguiera pensando que sería presidente.

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John Kennedy conoció un mundo muy diferente al de Bill Clinton. Entre 1960 y 1963, Estados Unidos vivió de cerca la amenaza de una guerra nuclear con ocasión de la crisis de los misiles, asistió a su implicación militar en el sureste asiático Y sufrió los momentos más amargos del conflicto racial, simbolizados por la bomba en la iglesia de Alabama. Kennedy trató de orientar su Administración hacia los asuntos internacionales y tardó en reaccionar para hacer frente a las injusticias que se padecían en Estados Unidos. Bill Clinton, por el contrario, se ha marcado la política interior como la máxima prioridad, y se le critica por su falta de dedicación a los asuntos externos.

Hay algo, sin embargo, coincidente en la manera en que ambos afrontan su presidencia. Tanto Kennedy como Clinton actúan como si hubieran sido llamados a cambiar las cosas de una manera radical durante su Administración. Ambos son políticos visionarios que no quieren que su tránsito por la Casa Blanca pase inadvertido. Tanto Kennedy como Clinton se consideran representantes de un cambio profundo, generacional. "La antorcha ha pasado de manos", dijeron ambos en sus discursos de toma de posesión. Kennedy entendió que su mandato debía ser recordado como el que frenó el expansionismo comunista. Clinton está convencido de que, de su mano, el mundo se abrirá a una nueva era en la que las relaciones económicas en mercados libres decidan el curso de la historia.

Kermedy llegó a la presidencia poco antes de que los soviéticos pusieran al primer hombre en el espacio. La economía de la URSS crecía a un ritmo del 10% anual. Era un momento en que el predominio norteamericano parecía amenazado por los avances comunistas en el Tercer Mundo. Sus instrucciones para avanzar más rápido en la carrera del espacio eran sólo reflejo de su preocupación por mantener la supremacía de Estados Unidos en todos los órdenes.

Bill Clinton entró en la Casa Blanca cuando apenas terminaba una dura recesión nacional y en el año en que la Comunidad Europea decidía su unidad política y Japón dejaba de ser un simple aliado para convertirse en el principal rival económico de Estados Unidos. Claramente, su política está orientada hacia lo que él mismo llama el renacimiento del país. Sus programas -reforma sanitaria, reinvención del Gobierno, apertura a Asia, libre mercado- no son más que el equivalente hoy de los proyectos sobre derechos civiles y lucha contra la pobreza que Kennedy abordó al final de su mandato y que culminaría su sucesor, Lyndon Johnson.

La mayoría de los historiadores coincide en que Kennedy habría ganado la reelección si no lo hubiera impedido la bala disparada por Oswald hace hoy exactamente 30 años. Es muy difícil pronosticar si Clinton conseguirá la reelección. Hombres así están siempre cerca del infierno y de la gloria al mismo tiempo.

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