Belfast entierra con miedo y tristeza a un terrorista del IRA y a sus víctimas

Belfast enterró ayer a sus muertos. En la capital norirlandesa y sus alrededores se tejió un tapiz de comitivas fúnebres, misas y vigilias, sobre un fondo de tanquetas militares recubierto por el zumbido constante de los helicópteros de vigilancia. Fue un día de tristeza y miedo que, sin duda, debió de satisfacer a los terroristas de ambos bandos: el Ejército Republicano Irlandés (IRA) y los Luchadores por la Libertad del Ulster (UFF) habían conseguido sus objetivos, porque el terror de la población, católica y protestante, era palpable.

Un total de 13 personas han muerto en los últimos...

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Belfast enterró ayer a sus muertos. En la capital norirlandesa y sus alrededores se tejió un tapiz de comitivas fúnebres, misas y vigilias, sobre un fondo de tanquetas militares recubierto por el zumbido constante de los helicópteros de vigilancia. Fue un día de tristeza y miedo que, sin duda, debió de satisfacer a los terroristas de ambos bandos: el Ejército Republicano Irlandés (IRA) y los Luchadores por la Libertad del Ulster (UFF) habían conseguido sus objetivos, porque el terror de la población, católica y protestante, era palpable.

Un total de 13 personas han muerto en los últimos cinco días. 10 a manos del IRA, entre ellos uno de los terroristas, en el terrible atentado del sábado, y tres más por disparos del UFF probritánico en dos tiroteos distintos. El martes por la noche, el encasquillamiento de una metralleta evitó que un asesino unionista realizara una matanza en un restaurante situado en área católica.Un total de 21 personas permanecían ayer hospitalizadas, víctimas de los recientes atentados de ambos bandos, y los hospitales de Belfast buscaban donantes de sangre. Cinco días de extrema violencia habían acabado con las reservas de plasma.

En Shankill Road, donde el IRA puso la bomba el sábado, se celebró una misa pública por las nueve víctimas mortales (la décima, el terrorista, no contó desde el punto de vista de los sacerdotes protestantes). La policía acumuló tanquetas en las esquinas de la calle, para evitar nuevos asaltos y, sobre todo, para que los miles de congregados no vieran pasar otra comitiva multitudinaria, católica, por una calle paralela, a tan sólo 50 metros de distancia.

Esa procesión seguía el ataúd de Thomas Begley, el joven de 22 años, miembro del IRA, que murió al estallarle casi en las manos la bomba de Shankill Road. Su ataúd estaba envuelto en la bandera tricolor de la república de Irlanda. Una de las personas que cargaba la caja era Gerry Adams, el líder del Sinn Féin (brazo político del IRA). La imagen de Adams en el entierro de un violento dio un pisotón a sus propuestas de paz.

La violencia de los últimos días sugiere una realidad alarmante: los líderes políticos de ambos bandos, proirlandés y probritánico, parecen incapaces de sujetar a sus pistoleros. Otra realidad alarmante es la relación entre el Gobierno británico y los unionistas. John Major está imponiendo en la Cámara de los Comunes crear una comisión parlamentaria para las provincias irlandesas.

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