La rabia por el silencio de Europa

La desesperación hace mella en los habitantes de Sarajevo tras 16 meses de asedio

La plaza donde se alza la fuente de Sebijl, en plena Bascarsija, el barrio turco de Sarajevo, es un cuadrante batido a. diario por los francotiradores serbios agazapados en las colinas. La leyenda dice que quien bebe agua de Sebijl será feliz para siempre. Pero Sefko Koric no se acerca a refrescarse del calor de julio. Hace meses que dejó de manar el agua. A Sefko Koric, de 81 años, camisa verde mil veces lavada y planchada, corbata gris y boina de partisano viejo, los ojos azules se le humedecen y la desesperación le sube al rostro cuando pregunta por el silencio de Europa.Sefko tiene el port...

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La plaza donde se alza la fuente de Sebijl, en plena Bascarsija, el barrio turco de Sarajevo, es un cuadrante batido a. diario por los francotiradores serbios agazapados en las colinas. La leyenda dice que quien bebe agua de Sebijl será feliz para siempre. Pero Sefko Koric no se acerca a refrescarse del calor de julio. Hace meses que dejó de manar el agua. A Sefko Koric, de 81 años, camisa verde mil veces lavada y planchada, corbata gris y boina de partisano viejo, los ojos azules se le humedecen y la desesperación le sube al rostro cuando pregunta por el silencio de Europa.Sefko tiene el porte elegante y discreto que sólo atesoran algunos jubilados, y los ojillos vivos de quien no ha perdido la curiosidad por las cosas de la vida. Pero rara vez abandona su casa, en pleno barrio turco, donde vive con su mujer. De sus cinco hijos, tres luchan en la defensa de Sarajevo, una hija trabaja como médico y otra está a salvo, en Zagreb. Con su amigo Hakija Agic, de 73 años, baja al mercado central para comprar algo de comer. Su pensión es de 160 pesetas al mes. Un kilo de harina cuesta 800 pesetas. Sobreviven gracias a la ayuda humanitaria: en los últimos 15 días Sefko y su mujer han recibido un kilo de harina, una pastilla de jabón y una lata de sardinas.

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¿La guerra? La sonrisa bonachona abandona el semblante de Sefko. Y sus palabras vibran, aunque le tiemblen los labios: "Nuestro país está en Europa, y ha sido declarado independiente y soberano. En él hemos convivido serbios, croatas y musulmanes como hermanos. ¿Por qué Europa no hace algo? ¿Por qué Europa tolera este genocidio? ¿Piensa Europa acaso que está a salvo de que le ocurra algo semejante? Europa debe defendernos".

Sefko Koric fue partisano durante la II Guerra Mundial, y recuerda que aquella guerra no fue nada para él comparada con el sufrimiento de ahora. "Nuestro pueblo es muy tranquilo. Nunca quiso hacer mal a nadie. Y ahora muchos bosnios están en los bosques. ¿Cómo puede soportar Europa en su propio suelo que maten a la gente y que la gente muera de hambre? Durante 16 meses, Europa no ha hecho nada por salvar a Bosnia".

Nadie responde a las preguntas de Sefko, que son las preguntas que enseguida afloran a los labios de muchos ciudadanos de Sarajevo, como los de la aparejadora Jasminka Ganovic, la doctora Mediha Filipovic, el periodista Kernal Kurspahic, la vendedora Rahima Zahiragic o Nasko, ex desactivador de minas y vendedor de ropa. Pero a los ciudadanos de Sarajevo nunca les gustó dramatizar, y menos suscitar la compasión de nadie. Siempre han creído -ingenuos demócratas- en la tolerancia, la convivencia interétnica y la justicia. Por eso les cuesta tanto entender que ahora pretendan obligarles a negociar el fin de una guerra que no iniciaron con quienes han practicado la limpieza étnica, el genocidio y el crimen.

Nasko tiene 33 años. El 16 de enero perdió su pierna izquierda. Resbaló cuando iba a desactivar una granada serbia. "Fue el destino", asegura con un deje de fatalidad que se ha convertido en la sombra de quienes desde hace 16 meses resisten en Sarajevo un cerco despiadado. Musulmán de ideas laicas, como la mayoría de los musulmanes de Sarajevo, casado y con dos hijos, habla lentamente, con una mano protegiendo su muñón, oculto por la pernera del pantalón vaquero, mientras su mujer, silenciosa, cuelga prendas en la perchas de la pequeña tienda abierta a la avenida del Mariscal Tito. "No quiero irme de aquí", dice con los ojos húmedos y perdidos, contemplando no se sabe qué. "Hay que desbloquear enseguida la ciudad porque la situación es desesperada. Cuando la encierras, cuando no hay salida y no se puede vivir, la gente es capaz de comportarse como un animal. La desesperación es inmensa, y la violencia puede estallar en cualquier momento".

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Sin embargo, en Sarajevo, donde sobreviven 350.000 almas, no ha habido grandes episodios negros de limpieza étnica ni de violencia entre las etnias: en la capital bosnia siguen viviendo 60.000 serbios y croatas. Después de 16 meses, y en medio de una desesperación que ya no se cuidan de ocultar, sorprende esa convicción de que es preciso preservar a toda costa la convivencia étnica. A las once de la mañana, las calles están concurridas, pero la mezquita, la sinagoga, la iglesia ortodoxa y la católica están vacías de fieles.

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