Editorial:

Mapa con banda

EL MAPA resultante de las elecciones locales de 1991 presentaba a España dividida en dos por una línea que unía la desembocadura del Ebro con la del Tajo: por debajo de ella, el PSOE tenía mayoría absoluta en todas las provincias; al norte de la raya, el panorama era multicolor, con mayorías absolutas o relativas de populares, socialistas o nacionalistas. En el mapa electoral salido de las urnas el 6-J, España aparece como una superficie atravesada por una ancha franja que une el Finisterre gallego con el cabo de Palos. En esa franja, que comprende Galicia, Castilla y León, Navarra, La Rioja, ...

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EL MAPA resultante de las elecciones locales de 1991 presentaba a España dividida en dos por una línea que unía la desembocadura del Ebro con la del Tajo: por debajo de ella, el PSOE tenía mayoría absoluta en todas las provincias; al norte de la raya, el panorama era multicolor, con mayorías absolutas o relativas de populares, socialistas o nacionalistas. En el mapa electoral salido de las urnas el 6-J, España aparece como una superficie atravesada por una ancha franja que une el Finisterre gallego con el cabo de Palos. En esa franja, que comprende Galicia, Castilla y León, Navarra, La Rioja, parte de Castilla-La Mancha, Valencia y Murcia, domina el Partido Popular (PP). En el resto lo hace el PSOE.Ha habido cambios significativos en las tres provincias de la Comunidad Valenciana, en las que el PP supera por primera vez al PSOE; en Murcia, donde ocurre lo mismo tras la reciente crisis del Ejecutivo de esa región, y en Canarias, donde la agrupación del voto nacionalista en tomo a una única candidatura consigue recuperar para esa corriente el espacio de centro que antes compartían el CDS y las Agrupaciones Independientes Canarias (AIC). Pero tal vez sean el País Vasco y Cataluña las comunidades con resultados más llamativos. En el primer caso, por el ascenso del voto no nacionalista. En Cataluña, por la resistencia de los socialistas a ceder su hegemonía.

Es cierto que la experiencia de ambas comunidades demuestra que sus respectivos electorados votan de manera diferente en las elecciones autonómicas y en las generales, por lo que no hay que dar por definitiva la relación de fuerzas definida por las urnas el domingo. Pero tampoco puede prescindirse del mensaje de pluralidad que contenían: vascos y catalanes están a favor de un equilibrio entre la Administración autónoma y la central que evite que cualquiera de ellas pueda prescindir de la otra.

En Euskadi, las fuerzas nacionalistas han venido recogiendo, en las sucesivas elecciones autonómicas, en torno a dos tercios de los votos. El domingo superaron, apenas el 48%. El PNV es la fuerza nacionalista que mejor ha resistido la oleada bipartidista, pero el pluralismo de la sociedad vasca se manifiesta en el hecho de que ese partido, que viene encabezando el Ejecutivo autónomo desde 1980, es actualmente la primera fuerza en Vizcaya, pero la tercera en Álava y la cuarta en Guipúzcoa. El PP, por su parte, se convierte en la tercera fuerza en el conjunto de la comunidad autónoma, superando a la coalición EA-EuE y a Herri Batasuna. Esta última pierde la primacía en Guipúzcoa y se convierte en la cuarta fuerza en Vizcaya y la quinta en Álava. La batalla simbólica entre los dos sectores en que se dividió Euskadiko Ezkerra -el que se escindió para aliarse con Garaikoetxea y el que acabó fusionándose con el PSOE vasco parece haberse resuelto en favor de esta última, a la vista del ascenso socialista, primera fuerza vasca en votos y escaños. En esas condiciones, cualquier pretensión de hegemonismo resulta injustificada.

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En Cataluña, la victoria del partido socialista (PSC), que consigue 150.000 votos más que en 1989, deja en suspenso el escenario negociador diseñado por Pujol y Roca sobre la idea de convertirse en la representación cabal de los intereses de los catalanes. Esa victoria consolida, de paso, la posición del PSC en el debate interno del PSOE ante el decisivo congreso del año próximo. La coalición que encabeza Pujol mantiene una fuerza considerable -gana 90.000 votos-, pero no ha alcanzado sus principales objetivos para el 6-J: sobrepasar a los socialistas, mantener su representación parlamentaria en el Congreso y aumentarla en el Senado. Su posición no es tan sólida como su lema electoral -Ara, decidirem (Ahora, decidiremos)- pronosticaba, mientras que sus competidores se han reforzado: el Partido Popular por el. flanco de la derecha y Esquerra Republicana, que vuelve al Congreso, por el del nacionalismo.

Iniciativa per Catalunya (IC), socio de Izquierda Unida, cosecha unos resultados muy similares a los de 1989 y mantiene sus tres escaños, una aportación al grupo parlamentario que puede colocarse en el haber de los renovadores de la federación que preside Julio Anguita. Lo más destacable de la aportación catalana es el papel que podrá desempeñar el presidente de IC, Rafael Ribó, como hombre puente entre renovadores y oficialistas. El PP ha cosechado sus mejores resulta dos históricos, doblando, gracias a la dinámica bipolar, el número de votos y de escaños, y situándose en unas cotas similares a la suma de AP y UCD en 1979.

Ese avance de los conservadores tanto en el País Vasco como en Cataluña puede considerarse un síntoma de normalización, en la medida que supone la recuperación por el centro-derecha de los votos que a partir de 1980 fueron al nacionalismo moderado por considerar a éste el principal baluarte contra el radicalismo, en un caso, y la izquierda, en el otro.

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