Editorial:

Dos Italias

LAS ELECCIONES municipales del domingo pasado han sido un fenómeno completamente original, sin precedentes en la vida política italiana. Por un lado, se ha puesto en práctica por primera vez una nueva ley en virtud de la cual los electores eligen directamente a su alcalde. Pero el valor fundamental de esta consulta es que ha servido para poner de relieve, en un ámbito casi nacional (11 millones de electores, o sea, la cuarta parte del censo nacional), el abismo que se ha abierto entre la Italia oficial -la del Gobierno de Ciampi y la de un Parlamento totalmente desprestigiado- y la que se expr...

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LAS ELECCIONES municipales del domingo pasado han sido un fenómeno completamente original, sin precedentes en la vida política italiana. Por un lado, se ha puesto en práctica por primera vez una nueva ley en virtud de la cual los electores eligen directamente a su alcalde. Pero el valor fundamental de esta consulta es que ha servido para poner de relieve, en un ámbito casi nacional (11 millones de electores, o sea, la cuarta parte del censo nacional), el abismo que se ha abierto entre la Italia oficial -la del Gobierno de Ciampi y la de un Parlamento totalmente desprestigiado- y la que se expresa en las urnas cuando los ciudadanos tienen la ocasión de votar. En este caso, por el carácter local de la consulta, ni la existencia del Gobierno ni la del Parlamento dependen de los votos emitidos. Pero el anuncio es clarísimo: cuando se celebren las elecciones generales, que no podrán aplazarse más allá del próximo otoño, hay que prepararse para una verdadera revolución política, para un nuevo reparto de cartas en los centros de poder, con el hundimiento de los partidos tradicionales y la aparición de fuerzas nuevas, si bien en muchos casos poco estructuradas y con un porvenir indeciso.Los resultados de la elección de los alcaldes en Milán, Turín, Catania y en muchas otras ciudades no se podrán conocer hasta una segunda vuelta, que tendrá lugar el 20 de junio. Pero lo que destaca de lo ocurrido el pasado domingo es la caída vertical de los dos grandes partidos -Partido Socialista Italiano y Democracia Cristiana- que han mantenido el poder, con diversas combinaciones, durante las últimas décadas. El caso de Milán ha sido particularmente elocuente: en el feudo del dirigente del partido socialista Craxi, este partido ha quedado reducido al 2%. Prácticamente es un anuncio de desaparición, que se extiende asimismo a muchas otras ciudades. En cuanto a la Democracia Cristiana, perdió casi la mitad de sus votos en Milán, donde quedó por detrás del Partido Democrático de la Izquierda (PDS), los ex comunistas, que, a pesar de tener a algunos miembros complicados en la corrupción, han logrado que prevalezca en la opinión pública su imagen de partido "fuera del sistema".

La Liga del Norte se ha afirmado como la fuerza más influyente no sólo en Milán (con más del 40`/6), sino en otras provincias de la Italia septentrional. Es un hecho preocupante para el futuro europeo. La tendencia de la Liga a desgajar el norte, la parte más rica y más cercana a Europa, del resto de Italia podría amenazar la cohesión del Estado y provocar -al margen de las preferencias políticas- reacciones negativas en el resto del país. Si Italia necesita una renovación profunda del sistema político que margine a unos partidos tradicionales manchados por la corrupción y rechazados por los electores, aún no aparece con claridad qué nuevas fuerzas políticas podrían garantizar una gobernabilidad sin poner en cuestión la cohesión geográfica del Estado. Es posible que la segunda vuelta del 20 de junio, al determinar las figuras que van a gobernar muchas de las grandes ciudades, permita definir mejor la madurez de las nuevas fuerzas que cuentan en Italia con el apoyo popular.

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