"Yo no sé, yo no estába"

En pleno agosto del año pasado, las caras de tres mafiosos chinos visitaron las páginas de los periódicos españoles. Habían secuestrado y maltratado durante seis días al hijo del propietario (también chino) del restaurante Xing Long, en Getafe. Cuando este periódico se puso en contacto con los padres, nadie sabía nada. "Aquí no fue, aquí no fue", decían.Un año antes, en el Gran Paraíso Chino, situado en la plaza de la República del Ecuador, y en agosto también, 10 orientales irrumpieron allí con pistolas, cuchillos y porras; destrozaron el mobiliario y atacaron al dueño y los empleados. Un cli...

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En pleno agosto del año pasado, las caras de tres mafiosos chinos visitaron las páginas de los periódicos españoles. Habían secuestrado y maltratado durante seis días al hijo del propietario (también chino) del restaurante Xing Long, en Getafe. Cuando este periódico se puso en contacto con los padres, nadie sabía nada. "Aquí no fue, aquí no fue", decían.Un año antes, en el Gran Paraíso Chino, situado en la plaza de la República del Ecuador, y en agosto también, 10 orientales irrumpieron allí con pistolas, cuchillos y porras; destrozaron el mobiliario y atacaron al dueño y los empleados. Un cliente denunció la escena en la comisaría de Chamartín y los dueños no tuvieron más remedio que reconocer ante el comisario que los 10 delincuentes pertenecían a una banda de extorsionadores. La pista permitió detener a tres. Pero el dueño cerró la boca para siempre. Ni a la policía quiso decirle nada ni a este periódico le aportó datos. "Yo no sé nada, yo no estaba", se excusaban los encargados.

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En el restaurante Tian An Men, del mismo nombre de la famosa plaza de Pekín, cuyas sílabas significan "paz celeste", esta semana murió un cliente chino cuando mediaba en una pelea. Una banda de extorsionadores amenazó a la hija del dueño, y el mediador, que llegó de Portugal cinco días antes, recibió varias puñaladas. Dos días después, un redactor de este periódico se presentó en el Tian An Men para recopilar más información, pero todo se trocó en la más impenetrable normalidad: el jefe no estaba, y ellos, los encargados y los camareros, una vez más, no sabían nada.

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