Editorial:

Pulso a Sadam

A PESAR de su retórica desafiante, Sadam ha, retirado, según las últimas noticias, los misiles situados al sur del paralelo 32, aceptando el ultimátum que le habían lanzado el miércoles pasado Estados Unidos, Francia, el Reino Unido y Rusia. Era de esperar que así ocurriera. Irak no tiene capacidad combativa, y desde su derrota, Sadam viene combinando intransigencia verbal con sometimiento a las demandas de los aliados cuando éstos hablan fuerte.Para proteger a los shiíes perseguidos por Sadam, los aliados prohibieron a Irak que sus aviones volaran al sur del paralelo 32. Recientemente, un caz...

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A PESAR de su retórica desafiante, Sadam ha, retirado, según las últimas noticias, los misiles situados al sur del paralelo 32, aceptando el ultimátum que le habían lanzado el miércoles pasado Estados Unidos, Francia, el Reino Unido y Rusia. Era de esperar que así ocurriera. Irak no tiene capacidad combativa, y desde su derrota, Sadam viene combinando intransigencia verbal con sometimiento a las demandas de los aliados cuando éstos hablan fuerte.Para proteger a los shiíes perseguidos por Sadam, los aliados prohibieron a Irak que sus aviones volaran al sur del paralelo 32. Recientemente, un caza norteamericano había derribado un avión iraquí que había violado la prohibición. En la actitud del Gobierno de Bagdad era manifiesto el deseo de enconar las relaciones y de llegar a una situación de crisis, quizá con la intención de reforzar en el mundo árabe la imagen de Sadam como víctima de la persecución de EE UU.

En esas condiciones, 'los occidentales tenían que mantener y consolidar esa zona de prohibición aérea. Y no cabe duda de que los misiles iraquíes representaban un peligro serio para los aviones aliados que vigilaban la zona. Para Bush resultaría muy grave que unos días antes del fin de su mandato fuesen derribados aviones de EE UU. Razones de este orden explican que Bush haya tomado la iniciativa del ultimátum. Pero ¿por qué sólo con el apoyo francés, británico y ruso? Sin duda ha habido reticencias de los países árabes, cuyo papel fue decisivo en la coalición de la guerra del Golfo. Por otra parte, China se opuso al ultimátum: a ello se debe que el tema no haya sido presentado al Consejo de Seguridad y que sólo tres potencias se hayan agrupado con Washington. Militarmente, ello representa una fuerza ampliamente suficiente para dar a Sadam el aviso necesario. Pero políticamente no es una buena señal. La guerra del Golfo se hizo bajo el paraguas de las Naciones Unidas, organismo que vigila el cumplimiento del armisticio. La adopción de iniciativas bélicas no amparadas por la ONU abre un camino de alto riesgo.

Si es indiscutible la necesidad de someter al dictador iraquí a todas las presiones necesarias para que no recupere su fuerza militar, las formas de hacerlo son esenciales. Es lamentable que se haya. suscitado una polémica sobre si la ONU respaldaba o no el ultimátum de las cuatro potencias. Mantener el amplísimo frente que condenó a Sadam y realizó, o apoyó, la guerra del Golfo es fundamental. Irak acaba de tomar una decisión provocadora al prohibir el aterrizaje de los aviones de los observadores de la ONU. Este problema es quizá más grave que el de los misiles y exige una respuesta rotunda de la organización internacional en cuanto tal. La presencia de los observadores de la ONU en Irak es la garantía de que se cumplan las condiciones del armisticio; es algo que no se puede poner en discusión.

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Existe, pues, la necesidad de obligar a Sadam. a aplicar todos los puntos que suscribió tras su derrota. Hay algunas experiencias positivas de la ONU en este sentido: en el tema tan decisivo de los preparativos iraquíes para crear un arma nuclear, la organización intemacional fue capaz, después de agudas crisis y de amenazas serias, de obligarle a permitir las inspecciones necesarias. Quizá haya llegado el momento de revisar de una vez hasta qué punto Irak se sigue resistiendo a cumplir lo que ha firmado; pero el instrumento para poner orden en este tema esencial no pueden ser operaciones de ciertos aliados con EE UU, sino de las Naciones Unidas como tales. Cabe esperar que la Administración de Clinton tenga muy claro, desde el inicio de su labor intemacional, esta necesidad esencial de dotar a la ONU de la máxima autoridad.

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