Lope de Vega recibe visitas en casa

Se abre en enero el domicilio del dramaturgo

Las camas están hechas con colchas usadas; las habitaciones tienen los bargueños en los que escondían la familia Lope de Vega sus pequeños objetos; sobre la mesa de trabajo del escritor se ven sus tinteros y sus papeles, como si la noche anterior el dramaturgo hubiera trabajado allí hasta altas horas; la capilla, presidida por un san Isidro con poco aspecto de labrador, desprende olor a misa reciente. Es la casa de Lope de Vega, en la que vivió, en la que murió. Desde el día 11 del mes que viene quedará abierta, tras la cuidada restauración llevada a cabo, a los curiosos y expertos, que, eso s...

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Las camas están hechas con colchas usadas; las habitaciones tienen los bargueños en los que escondían la familia Lope de Vega sus pequeños objetos; sobre la mesa de trabajo del escritor se ven sus tinteros y sus papeles, como si la noche anterior el dramaturgo hubiera trabajado allí hasta altas horas; la capilla, presidida por un san Isidro con poco aspecto de labrador, desprende olor a misa reciente. Es la casa de Lope de Vega, en la que vivió, en la que murió. Desde el día 11 del mes que viene quedará abierta, tras la cuidada restauración llevada a cabo, a los curiosos y expertos, que, eso si, tendrán que visitarla en pequeños grupos.

La calle donde vivía el más grande dramaturgo español tiene hoy el nombre de un colega suyo: Cervantes. En el número 11, Lope de Vega compró por 9.000 reales de plata la que sería su casa a partir de 1610 y hasta su muerte, que se produjo en una habitación de la primera planta el 27 de agosto de 1735.Por aquel entonces, la medición del arquitecto José Ignacio Gutiérrez decía que tenía 5.300 pies cuadrados superficiales y estaba compuesta por "un zaguán, sala, alcoba y cocina, y un oratorio pequeño, todo doblado de bovedilla, y un corral que tiene un cobertizo que sirve de palomar a tejavana y servicio de desvanes bajos". Tanto entonces como hoy, la casa no tiene retretes. Se trataba de un inmueble de clase media-alta del Madrid del Siglo de Oro.

Desde entonces, este pequeño edificio de dos plantas y un patio con granados y naranjos tuvo diversos propietarios hasta que, en 1929, su dueña cede sus bienes para la constitución de una fundación cuyo patronazgo sería desempeñado por la Real Academia Española. Es esta institución la que convenció en 1989, parece ser que sin demasiado esfuerzo, a la Comunidad de Madrid para que aportara los 47 millones necesarios para la restauración de diferentes daños que sufría el edificio, imposible de asumir con los escasos recursos de la Real Academia Española.

Las obras, que han durado dos años, llevadas a cabo por Emma Ojea Carballeira, arquitecta conservadora, han finalizado y ayer se celebró un acto de presentación al que asistieron, entre académicos, expertos y periodistas, Joaquín Leguina, presidente de la Comunidad de Madrid (CAM); Fernando Lázaro Carreter, presidente de la Real Academia Española; Jaime Lissavetzky, consejero de Educación y Cultura de la CAM, y Miguel Angel Castillo, director general del Patrimonio.

En el interior de la casa-museo no podrán estar más de 10 personas al mismo tiempo cuando se reciban las visitas. Esta medida se llevará a cabo no sólo porque se trata de una casa de sencillas estructuras sino también para evitar posibles extravíos.

Al ser una pieza de arquitectura doméstica, el interior, cuya restitución fue realizada por el arquitecto Pedro Muguruza en 1933, sobre proyecto de Emilio Moya, alberga no sólo pequeños objetos, como candeleros, encajes, braseros o minúsculos bargueños, sino también libros de gran valor.

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A ello hay que añadir los muebles normales en una casa familiar, como mesas, estrados o tarimas (sobre los que se sentaban las mujeres, tratando de evitar el frío, para charlar o coser), sillas, cuadros o camas. Estas últimas delatan que tanto Lope de Vega como su familia, y sobre todo sus dos criadas, debían ser muy bajitos, dado el tamaño de los camastros, al menos comparándolos con la talla media del español actual.

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