Madrid por las nubes

Una agencia de viajes ofrece vuelos en globo, a 15.000 pesetas los adultos y 7.500 los niños

"Si miles de globos ascendieran al cielo y sus pilotos esparcieran agua en la estratosfera, se cerraría el agujero de ozono", afirma el aeronauta Bob Joswick. Hasta que, se les encomiende tan delicada misión, la compañía aerostática Green, a través de la agencia Unijoven, ofrece la posibilidad de despegar los pies del suelo. Cada día, por la mañana y por la tarde, el globo rojo de la compañía se desliza sobre Madrid. Guiados por el aeronauta y empujados por las corrientes, los pasajeros siguen durante unas dos horas los caminos invisibles del cielo.

La aventura comienza con la primera l...

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"Si miles de globos ascendieran al cielo y sus pilotos esparcieran agua en la estratosfera, se cerraría el agujero de ozono", afirma el aeronauta Bob Joswick. Hasta que, se les encomiende tan delicada misión, la compañía aerostática Green, a través de la agencia Unijoven, ofrece la posibilidad de despegar los pies del suelo. Cada día, por la mañana y por la tarde, el globo rojo de la compañía se desliza sobre Madrid. Guiados por el aeronauta y empujados por las corrientes, los pasajeros siguen durante unas dos horas los caminos invisibles del cielo.

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La aventura comienza con la primera luz de la mañana, junto al lago de la Casa de Campo Equipados con unos cuantos jerséis, guantes y bufanda, los 10 pasajeros, previo pago de 15.000 pesetas, ven llegar en coche al aeronauta.La neblina cubre la superficie oscura del lago. Con cierto recelo, los pasajeros observan la cesta de mimbre y el globo rojo aún desinflado con el que sobrevolarán Madrid.

-Oye, ¿tú crees que esto aguanta?

-No sé, ¿tú te has despedido de tu familia?

Y los desconocidos ríen entre dientes, mientras el aeronauta Bob y sus ayudantes despliegan el globo sobre el suelo y, con ayuda de un ventilador y tres potentes quemadores, empiezan a inflarlo.

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Decide el viento

Unos 45 minutos después, la excitada tripulación se adentra por el aire en la Casa de Campo, bajo el rugir de los quema, dores que calientan el aire para que el globo suba.-¿Adónde vamos? -pregunta, una pasajera, con el corazón aún frío y la cabeza caldeada por las llamas.

-A donde nos lleve el viento -contesta tranquilo el guía, entre las miradas atónitas de los demás. Yo sólo controlo la subida y la bajada. Si subimos más, el viento nos llevará al Oeste; si bajamos, al Este y, si nos mantenemos, al Sur.

Si la salida es precisa la Casa de Campo por la mañana y Villafranca del Castillo o Majadahonda por la tarde-, el lugar de aterrizaje lo decide el viento.

Asomados a la cesta, los 10 pasajeros empiezan a relajarse mientras contemplan el paisaje a 200 metros de altura. La sensación es ligera. Como ese levitar que da el inicio de la borrachera. No vuelas, flotas sobre las encinas de la Casa de Campo, sobre sus pinos y sus senderos de tierra blanca.

Por razones de seguridad, está prohibido volar sobre la ciudad. El viento del Este podría llevar el globo al aeropuerto de Barajas. Cuando los quemadores se apagan, el aire se enfría y el globo desciende suavemente. "Con uno solo se podría calentar una casa de 3.000 metros cuadrados en 30 segundos", asegura el aeronauta Bob, mientras enciende y apaga alternativamente los potentes lanzallamas.

Desde el aire, las lecciones sobre Madrid se suceden. Primera lección: la mitad de la Casa de Campo que atraviesan las carreteras está pelona, frente al espeso verde de la extensión cerrada a los coches.

Al entrar en Somosaguas y sobrevolar las espléndidas casas de la zona, se aprende la segunda lección: para ser rico y parecerlo hay que tener piscina y pista de tenis.

El rugir de los quemadores despierta a los perros guardianes, que ladran furiosos al aire, y a los dueños, que se asoman a las ventanas en pijama y sacan a sus hijos para ver el globo.

Brindis con cava

"¡Buenos días!", saluda el afable Bob, mientras aproxima la cesta a los tejados. "Una vez nos invitaron a café y bajamos a desayunar con el que nos lo había ofrecido", comenta entre risas.En el mismo sentido y a la velocidad del viento, el globo se aproxima a la Universidad de Somosaguas. "No hay ningún peligro. Controlamos cuidadosamente las condiciones meteorológicas y, si se aproxima una tormenta, podemos descender en un minuto y esperar a que pase", cuenta el aeronauta.

Han pasado dos horas y el viaje se acerca a su fin. El globo desciende suavemente frente al Zoco de Pozuelo. Hace más frío en tierra que arriba.

Un coche de la organización se acerca a recoger a los pasajeros del viento. Hay brindis, con cava antes de que Bob, con más cava todavía, bautice a la tripulación con sus nuevos nombres de vuelo.

Piloto de aviones y paracaidista, este aeronauta vuela en globo desde hace 14 años. "El aire crea adicción", asegura. Que se lo digan a Felipe González, que voló con Green el verano pasado. La experiencia le gustó tanto que repitió al día siguiente. Esta vez pilotaba él.

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