El candidato demócrata Al Gore desborda al republicano Dan Quayle en su debate electoral

El debate entre los candidatos a la vicepresidencia de Estados Unidos alcanzó el martes todo lo que se puede pedir a un espectáculo: tensión, emoción, humor y algo de patetismo. Las intervenciones de los candidatos, sin la mediación de periodistas, tuvo la garra del cruce de opiniones rápidas, agresivas y, en momentos, brillantes. Las previsiones se cumplieron y el senador Al Gore, de 44 años, candidato demócrata, desbordó una y otra vez al vicepresidente Dan Quayle, de 45, con intervenciones precisas y documentadas que encontraron réplicas airadas y punzantes del candidato republicano, que bu...

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El debate entre los candidatos a la vicepresidencia de Estados Unidos alcanzó el martes todo lo que se puede pedir a un espectáculo: tensión, emoción, humor y algo de patetismo. Las intervenciones de los candidatos, sin la mediación de periodistas, tuvo la garra del cruce de opiniones rápidas, agresivas y, en momentos, brillantes. Las previsiones se cumplieron y el senador Al Gore, de 44 años, candidato demócrata, desbordó una y otra vez al vicepresidente Dan Quayle, de 45, con intervenciones precisas y documentadas que encontraron réplicas airadas y punzantes del candidato republicano, que buscó cualquier oportunidad para atacar la credibilidad de Bill Clinton.

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El aspecto patético corrió a cargo de James Stockdale, el militar de 62 años elegido por el millonario Ross Perot, que, agarrotado por los nervios, balbuceó unas respuestas a veces incoherentes durante gran parte de sus intervenciones.La palabra "cambio" se convirtió en el talismán mágico del candidato demócrata, que pidió a los norteamericanos que pongan fin a una larga era de gestión republicana que ha llevado a Estados Unidos a una difícil situación económica. Gore hizo de la situación económica. el eje de sus intervenciones y atrajo al vicepresidente Quayle al terreno preferido de los demócratas: el estancamiento de la economía. Gore, con más recursos dialécticos que el vicepresidente, se apuntó los mejores puntos cuando descendió a debatir temas concretos de sanidad, educación o ecología.

Dan Quayle, un político conocido por sus meteduras de pata y que salía como víctima propiciatoria en este debate, se mantuvo tan nervioso como agresivo. Sus intervenciones tuvieron un tono más negativo -Bill Clinton no tiene credibilidad para ser presidente de Estados, los demócratas arruinarán la economía del país- que positivo. Apenas intentó exponer el programa republicano y siguió el hilo de los anuncios republicanos contra el candidato demócrata. "¿Pueden ustedes confiar en Clinton?".

El vicealmirante, héroe de Vietnam, prisionero de guerra, sacó a la luz lo mejor. y lo peor de la candidatura de Perot. Espontaneidad y falta de preparación, sinceridad, pero también incompetencia. Su intervención inducía más a la piedad que a la comprensión y puede ser un duro golpe para la candidatura del millonario tejano. Sin embargo tuvo momentos emocionantes por inesperados. Uno de ellos fue cuando, interrogado sobre el tema del aborto, respondió: "Ese es un tema en el que sólo las mujeres deben decidir". Y no quiso continuar.

El debate, que se celebró en Atlanta, Estado de Georgia, será el único que mantengan los candidatos a la vicepresidencia. El escenario fue exactamente igual que el preparado para el debate entre los candidatos a la presidencia, con los tres candidatos de pie, tras un podium y ante un público que, esta vez, fue más bullicioso que en el debate de candidatos a la presidencia e interrumpió con su aplausos las intervenciones de los aspirantes a la vicepresidencia.

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La carta de Baker

Pero el debate de ayer no pudo soslayar el último movimiento del presidente Bush. En un intento, tal vez desesperado, por atraer hacia su candidatura el voto indeciso que parece inclinarse por Clinton, el presidente hizo saber que nombrará a James Baker "coordinador de todos los asuntos de política interior" en caso de salir reelegido.

Baker, orfebre de los éxitos en política exterior de George Bush, ya había tenido que abandonar con prisas la secretaría de Estado al final de verano para ocuparse del gabinete de la Casa Blanca y de la dirección de la campaña electoral del presidente cuando se comprobó que ésta adoptaba un rumbo peligroso. El anuncio convierte a James Baker en el verdadero número dos de Bush, muy por encima de Dan Quayle.

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