Tribuna:LA ECONOMÍA ESPAÑOLA Y EL TRATADO DE MAASTRICHT

Convergencia y Unión Económica

La necesidad de información y discusión es evidente. ¿Es suficiente que esto se haga en las Cortes o requiere algo más? Una de las conclusiones del referéndum danés es la necesidad de ese algo más, lo que no debe ser entendido como una censura al parlamentarismo, sino como un complemento, previsto en nuestra Constitución.Si no hay un referéndum para este fundamental tema, ¿entonces para cuáles? Según encuestas recientes, más de un 75% de los españoles lo estiman necesario. Mal harían el Gobierno y los dirigentes que se han apresurado a declarar esta consulta como innecesaria, improceden...

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La necesidad de información y discusión es evidente. ¿Es suficiente que esto se haga en las Cortes o requiere algo más? Una de las conclusiones del referéndum danés es la necesidad de ese algo más, lo que no debe ser entendido como una censura al parlamentarismo, sino como un complemento, previsto en nuestra Constitución.Si no hay un referéndum para este fundamental tema, ¿entonces para cuáles? Según encuestas recientes, más de un 75% de los españoles lo estiman necesario. Mal harían el Gobierno y los dirigentes que se han apresurado a declarar esta consulta como innecesaria, improcedente o poco recomendable en no recoger este sentir.

La trascendencia del tema desborda ampliamente el terreno económico, aunque sea este aspecto el de mayor peso en el camino a la unión europea. En este sentido, 60 economistas alemanes acaban de dar a conocer un manifiesto sobre la Unión Económica y Monetaria (UEM), del que extractamos algunos párrafos.

Primero, necesidad de coherencia económica entre los miembros. "Una UEM capaz de funcionar requiere como condición previa ( ... ) una duradera igualación de las estructuras económicas de los países miembros. El cumplimiento aislado, y por ello más o menos causal, de algunos criterios no es signo de convergencia".

Segundo, peligros para los países más débiles. "Los países miembros económicamente más débiles estarán expuestos, con una moneda común, a una presión competitiva más fuerte, por lo cual, a causa de su menor productividad y competitividad experimentarán un desempleo creciente".

Tercero, no necesidad de una unión monetaria. "Hoy por hoy no existe ningún argumento económico vinculante para imponer desde arriba una unidad monetaria a una Europa desunida todavía económica, social y políticamente. La realización del mercado interior de la CE no obliga ni necesita, en ningún modo, de una moneda única europea".

Cuarto, lo acordado en Maastricht puede ser contraproducente. "La UEM puede considerarse como una meta digna de ser perseguida dentro del proceso de integración europea. Las resoluciones de Maastricht son, no obstante, en puntos decisivos, inapropiadas para la consecución razonable de dicha meta". Más aún: "Las resoluciones de Maastricht, no las críticas a las mismas, ponen en peligro un crecimiento global no conflictivo en Europa".

Dudas sobre Maastricht

Hasta el prestigioso Banco de Pagos Internacionales de Basilea, en su último informe anual, manifiesta algunas dudas sobre la idoneidad de los acuerdos-de Maastricht.

Obsérvese lo referente a los peligros para los países más débiles del conjunto, entre ellos el nuestro. Las condiciones con las que España enfrenta esta nueva etapa de la integración europea, mucho más compleja y de mayores efectos que todas las anteriores, no son favorables. Más que los indicadores estrictamente monetario-financieros impuestos por Alemania y aprobados en Maastricht, lo fundamental es lo no tenido en cuenta, es decir, el resto de indicadores económicos -desde el nivel de paro hasta la carencia de infraestructuras, pasando por la baja productividad y competitividad de nuestra economía- y los indicadores sociales, desde los gastos en protección social a la distribución de la riqueza y de la renta.

Frente a ello, el mercado interior, ya casi en funcionamiento, y la UEM, que se quiere crear de manera excesivamente rápida, (aunque los calendarios es prácticamente seguro que no se cumplirán, pues los hechos van por otro lado) se inspiran en una excesiva confianza en las fuerzas de mercado, nacen bajo el dominio de la política alemana deflacionista, carecen de una suficiente dimensión so cial y -lo más importante- de una Hacienda central digna de tal nombre que haga posible la doble función redistribuidora y, compensadora del ciclo. Además, - las enseñanzas de la última reunión en Lisboa son muy ilustrativas y han servido para enterrar algunas ilusiones y para dejar las cosas más claras. Maastricht, tal como se acordó, está seguramente muerto, y ya ha empezado la renegociación, concretamente en el tema delos fondos de cohesión, al que seguirán otros aspectos. El presupuesto comunitario -cuyos ingresos son marcadamente regresivos, basados en el consumo, al parecer abandonado el recurso de la contribución de cada país según su riqueza, otra reivindicación española olvidada y que nos puede llevar a ser contribuyentes netos en un par de años- es de un 1,2% del PIB, y los más ricos se han opuesto tenazmente a que alcance el 1,37% en los próximos cinco años. Piénsese que el neto percibido por nuestro país el año pasado no llegó al 0,5% del PIB español. Por eso, las cifras tan manoseadas de los fondos estructurales y de cohesión para los cuatro más pobres, especialmente en nuestro caso, y aunque son de interés para algunos proyectos, tienen mas relevancia política que trascendencia económica, y la cerrazón de los países más ricos es fundamentalmente ideológica: se trata de dejar la construcción comunitaria a las solas fuerzas del mercado, con una escasa intervención, pues se entiende que son las primeras las que mejor aseguran el crecimiento y el reparto. Pero ¿esto es así? Al final del proceso, ¿las diferencias hoy existentes de riqueza y renta dentro de la Comunidad habrán disminuido o aumentado? Porque ése y no otro es el meollo de la cuestión, al menos en el terreno económico y social. De acuerdo con que la integración va a traer seguramente un crecimiento global de la riqueza, pero ¿cómo se va a repartir? ¿Quién va a ganar y quién a perder?.

El programa de convergencia español aprovecha la estela de Maastricht y va más allá. Se ha insistido en dos cosas: una, que aunque no hubiese Maastricht habría que aplicar ese programa. Dos, que si no estamos entre los -países que en 1997 cumplen los requisitos acordados, perdemos el tren del progreso. Estas dos ideas fuerza merecen una reflexión.

Sobre la primera, hay que afirmar que nadie sensatamente está contra los objetivos de lograr y preservar los equilibrios macroeconómicos fundamentales. Pero eso no significa estar de acuerdo con las medidas para alcanzarlos, ni con las reformas sectoriales del lado de la oferta, ni con los procedimientos en general que, al menos hasta ahora, no incorporan una voluntad de diálogo, negociación y consenso.

Sobre lo segundo, hay que preguntarse con asombro: ¿Alguien cree seriamente que si nuestro país no está entre los que cumplen los requisitos a fin de 1996 pierde, para siempre, ese famoso tren de progreso que al parecer sólo pasa una vez? Seamos serios con los temas serios y éste es uno de ellos. El progreso es algo más que una simple fecha. Lo fundamental es hacer desde luego un esfuerzo, repartir equitativamente los costes y sacrificios y todo ello a un ritmo acorde con las posibilidades de nuestro país. El procedimiento de caiga quien caiga puede suponer que los costes superen claramente a los beneficios.

Con todo ello quiere decirse que, por supuesto, hay alternativas al programa de convergencia, un programa que por ejemplo, en lo que se refiere a previsiones macroecónómicas para 1992 ya no sirve. Las últimas cifras conocidas demuestran el fracaso fiscal y el voluntarismo de lo previsto y dibujan un negro panorama que obliga a muchas e importante! rectificaciones, pues las dificultades no son sólo coyunturales sino que muestran la crisis de un modelo económico basado, sobre todo, en el buen comportamiento de la economía internacional y en la masiva entrada de capital extranjero.

El sí a Europa no quiere decir necesariamente el sí incondicional a Maastricht. El sí a la necesidad de un programa económico racional y con respaldo amplio no quiere decir necesariamente el sí a este programa de convergencia. Hace falta un debate serio y a fondo, lo que recomendaría la celebración de una consulta popular, pues estamos enfrente de un tema que no es otro que el referido a qué tipo de sociedad queremos.

Hace poco, The Financial Times publicó un informe y se preguntaba algo así como: ¿Qué han hecho 10 años de so cialismo a los ejecutivos de las empresas españolas? Y respondía, con cifras detalladas a la vista: colocarlos como los mejor pagados de Europa. Algunos de ellos son los que hoy piden más sacrificios salariales más facilidades en el despido: más recortes en el gasto social. También se nos informa recientemente que los consejeros de" empresas españolas están entre los mejores pagados de Euro pa. Como ha dicho Nicolás Re dondo, para pedir ciertas cosas hay que tener primero autoridad moral. En contraste con esos datos, y comentando un informe recién publicado por el INE de los salarios en el segundo trimestre de 199 1, el diario económico Cinco Días afirma lo que sigue: "Los trabajadores temporales perciben una remuneración inferior en un 38% a la que reciben los asalariados fijos... (como) uno de cada tres trabajadores en España está en régimen de contratación temporal, habrá que convenir que desde 1984 se ha producido un espectacular abaratamiento del coste de las plantillas". A pesar de esta ventaja, la competitividad de nuestra economía sigue siendo muy baja, según ha señalado el World Economic Forum, lo que está -empezando ya a salir vía un factor tradicional de estrangulamiento: el sector exterior. Otro párrafo: "El 37,6% de los ocupados cobra menos de un millón de pesetas anuales. Esta cifra muestra un nivel de depauperización alarmante y dice muy poco de la capacidad de filtración de la riqueza hacia capas de población desfavorecidas. Esta cifra coincidiría, básicamente, con las aportadas por diversas instituciones sobre el volumen de la pobreza en España". Seguramente, el comentarista está pensando en los famosos ocho millones de pobres de un informe de Cáritas Española de hace pocos años.

Competitividad y equidad

Una economía con baja pro ductividad y una sociedad hoy más rica que hace 10 años, pero con innegables injusticias, es lo que hay en el momento en que se quiere comenzar el famoso esfuerzo por la convergencia. Cómo se vaya haciendo el mis mo -lo que va a depender no tanto de un Maastricht moribundo como de un programa que se pretende casi inflexible en sus medidas y objetivos y que se presenta como una especie de última oportunidad cara al progreso- y cómo vayan siendo sus efectos en la realidad, es clave para la competitividad (concepto, hoy al parecer olvidado) de nuestra economía y la justicia y equidad (conceptos hoy al parecer pasados de moda) de nuestra sociedad.

es economista.

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