Entrevista:

"El fin de ETA no lleva automáticamente a la pacificación"

Tiene 59 años y desde noviembre de 1991 es obispo de Zamora. Los 15 años precedentes, "que pasaron por su intensidad como 30", fue auxiliar de Bilbao, donde no dudó en manifestarse contra el terrorismo y a favor de una cultura por la paz. Juan María Uriarte, natural de Fruniz (Vizcaya), sostiene que el País Vasco vive un momento idóneo para que desaparezca ETA, lo que, a su juicio, no supone automáticamente la pacificación. Para el prelado, la paz social exige incorporar a la sociedad el entorno afín a los terroristas, que será la gran tarea del futuro.

El obispo Uriarte, que ha encabez...

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Tiene 59 años y desde noviembre de 1991 es obispo de Zamora. Los 15 años precedentes, "que pasaron por su intensidad como 30", fue auxiliar de Bilbao, donde no dudó en manifestarse contra el terrorismo y a favor de una cultura por la paz. Juan María Uriarte, natural de Fruniz (Vizcaya), sostiene que el País Vasco vive un momento idóneo para que desaparezca ETA, lo que, a su juicio, no supone automáticamente la pacificación. Para el prelado, la paz social exige incorporar a la sociedad el entorno afín a los terroristas, que será la gran tarea del futuro.

El obispo Uriarte, que ha encabezado manifestaciones en contra de ETA y alentado el movimiento cristiano de jóvenes Gesto por la Paz, recuerda que la primera institución que condenó el terrorismo fue la Iglesia. Fue, añade, "cuando partidos, asociaciones e instituciones de corte nacionalista y cuño socialista que hoy están muy en contra de la violencia de ETA e incluso acusan a la Iglesia de una cierta tibieza, estaban más o menos en la pasividad o el silencio". "La complicidad del silencio" de las instituciones y sociedad del País Vasco, como afirmó acusador en 1980 el obispo de San Sebastián, José María Setién, ha sido "demasiado larga y ha contribuido a su pesar a aumentar el fenómeno terrorista", señala Uriarte. El nacionalismo moderado, indica el prelado, navegó durante una época entre dos sensibilidades: compartía algunos de los objetivos políticos que movían a ETA, aunque no los procedimientos utilizados por los terroristas. "La contradicción existente entre algunos objetivos queridos y los procedimientos ha creado una cierta perplejidad o por lo menos una parálisis en la definición pública, que ha venido tarde", analiza. Hoy, dice, hay una sociedad movilizada en favor de la paz.No vencer por goleadaPregunta. El pacto de Ajuria Enea, el descabezamiento de la cúpula de ETA, las conversaciones PNV-HB... ¿Considera que estamos en un momento idóneo para que Euskadi alcance la paz?

Respuesta. Sí, creo que se encuentra en una situación idónea para que pueda desaparecer ETA. Y está muy bien el adjetivo idónea porque no me consta que la desaparición de ETA esté matemáticamente cantada ya. Por otro lado, yo distinguiría entre lo que es la desaparición de ETA y la pacificación, porque lo primero no lleva automáticamente a lo segundo. No olvidemos que hay, en el País Vasco, un porcentaje significativo de la población polarizada en torno a ETA, y que no está conectado con el conjunto de la sociedad. La paz de una sociedad viene por el cosido de los tejidos o grupos que la componen, y esa es una gran tarea para el futuro. Si un grupo se siente marginado de la sociedad, existirá un factor de inestabilidad importante. Hay que drenar bien la herida de ETA para evitar nuevas erupciones.

P. Pero el discurso de HB es de automarginación.

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R. Sí, pero hay tres discursos que tienen un parentesco psicosociológico muy grande. El discurso que margina a los demás; el discurso por el que uno se siente marginado de los demás y el discurso por el cual uno se margina a sí mismo. Cuando uno va al fondo de esos tres discursos resulta que el elemento más fundamental, casi siempre suele ser el de sentirse más o menos. excluido. Es decir, la paz social del País Vasco, que interesa fuertemente a la paz social de España, no se hará sin la reconciliación.

P. ¿Habría que negociar?

R. Siempre he mantenido que hay que dialogar, y en un diálogo siempre hay una serie de cuestiones que, aunque no son negociación, propician un acercamiento. Otra cosa es que, además de dialogar, hay que hacer otras cosas. Naturalmente que la policía tiene una función; naturalmente que hay que tomar unas decisiones sociales y políticas de otro orden. Pero todo eso no sustituye al diálogo.

P. ¿Estima, como ha dicho el presidente del PP, José María Aznar, que las conversaciones entre HB y el PNV suponen regalar bazas a los violentos?

R. Ciertamente, siempre que a una persona se le da rango de interlocutor, de alguna manera la robusteces. Ahora, cuando a una persona le das rango de interlocutor para que desaparezca como interlocutor, quizás pierdes una baza en el mus, pero ganas la partida. Por eso yo no estaría de acuerdo en que eso, sin más, sea fortalecer la condición interlocutora.

P. El proceso de construcción de una Europa unida discurre paralelo al surgimiento de conflictos bélicos entre comunidades otrora hermanas. ¿Qué opinión le merece esta situación?

R. Yo creo que el nacionalismo como fenómeno general es fundamentalmente bueno, pero que hay que discernirlo continuamente. A mí me parece que es bueno que el hombre se sienta adherido a sus propias raíces, se sienta intensa e íntimamente perteneciente a una comunidad humana, con un patrimonio cultural y con una historia. Pero también es verdad que todo nacionalismo lleva un componente pasional que es fuerte y una serie de riesgos, como pueden ser sobrevalorar lo propio, minusvalorar lo ajeno, crear castas de ciudadano y de alguna manera excomulgar violentamente a aquellos que no sienten tan intensamente como tú las cosas. A mí, el surgimiento de los nacionalismos no solamente no me asusta sino que en sí me parece bueno si se sabe gestionar y canalizar el potencial de adhesión que llevan. Y yo creo que, dentro de la línea cristiana, un nacionalismo que no esté temperado por un internacionalismo corre el riesgo de volverse contra algunos valores cristianos importantes.

P. Los nacionalistas que gobiernan País Vasco y Cataluña aspiran a que la integración en Europa conlleve la minimización de la estructuras estatales y un reforzamiento de las entidades nacionales básicas. ¿Es una fórmula para que Cataluña y Euskadi tenga una independencia de hecho respecto a España?

R. Yo creo que esa tendencia a que la estructura de los Estados pierda densidad y se haga más ágil y a que la estructura de las nacionalidades o. de las regiones adquiera mayor densidad, no es un elemento privativo del nacionalismo vasco ni catalán; es algo que hoy en filosofía política. se mantiene como una tesis plausible. Allá por los años setenta oí a mis profesores de la Universidad de Lovaina en esta dirección. Recuerdo cómo me impresionaron posiciones según las cuales los núcleos menores -regiones, nacionalidades, etcétera- tienen que adquirir una consistencia orgánica, incluso una estructura más densa y el núcleo del Estado, que muchas veces aglutina a varias naciones y a muchas regiones, pues tiene que perder consistencia y densidad. Me parece que es una línea no solamente legítima, sino buena y plausible. En cualquier caso siempre será verdad que en esa Europa que se cree, las naciones no van a tener un hilo directo con la totalidad que no pase por los Estados en una medida u otra.Cotas de autogobiernoP. Si Euskadi y Cataluña no satisfacen sus cotas de autogobierno, ¿podría deslizarse España por una pendiente peligrosa?

R. Un supuesto riesgo de disgregación lo veo muy lejano. Ahora bien: la escasa probabilidad de ese riesgo no debe diferir la solución de los problemas. Porque una cosa es la disgregación del Estado y otra cosa es la salud social de los pueblos que lo integran; y esa salud social es sumamente importante para la misma vida de cada una de las nacionalidades y regiones y para la vida del Estado.

"Los obispos vascos no tienen posiciones sibilinas, sino un mirar más allá"

Pregunta. ¿Cuál puede ser la aportación de la jerarquía vasca al proceso de pacificación?

Respuesta. La tarea más delicada que le va a quedar cuando ETA sea una pesadilla que, gracias a Dios, haya desaparecido va a ser la reconciliación en profundidad, la pacificación real de la sociedad vasca. Y en esto tendrán que trabajar los obispos, los curas y ese grupo más o menos simpatizante de HB que ha mantenido sus convicciones cristianas. Por eso, en determinadas posiciones de los obispos ante la violencia no hay prudencias sibilinas, sino un mirar mas allá. Los obispos pueden condenar de una manera insultante, hostigadora e incapacitarse así para una tarea reconciliadora. O pueden condenar de una manera neta y firme, pero de forma que la tarea que tienen para el día de mañana, la pacificación, no quede bloqueada.

P. Las posiciones de la Iglesia vasca siempre son entendidas por un sector político y criticadas por otro.

R. Sin embargo yo me he hecho muchas veces esta pregunta conectada con la suya: ¿Qué contenidos o qué forma de ofrecer el mensaje de los obispos del País Vasco estará favoreciendo el que determinados grupos sociales importantes del País Vasco consideren que el discurso de los obispos es afín al nacionalismo moderado y crítico con toda la sensibilidad socialista o con la opinión vinculada a toda la derecha estatal? El mensaje moral sobre la situación política vasca ha estado presidido por dos inquietudes fundamentales. Primero dejar claro que aquel pueblo, como cualquier otro, tiene derecho a una identidad específica; y, en segundo lugar, dejar bien claro que aquella comunidad tiene un deber de solidaridad con otras comunidades del Estado que no tienen esa misma identidad.

La Iglesia, desde el punto de vista ético, debe condenar una afirmación de la identidad que no lleve a la solidaridad y tendrá que poner su reserva crítica también a una disolución total de la identidad en la solidaridad. La clave fundamental para una interpretación sesgada puede estar en una predisposición a la lectura puramente política de este mensaje y que toda afirmación de identidad específica es, sin más, considerada como patrimonio del nacionalismo. Creo que los demás partidos deberían reivindicar para sí y no permitir que el nacionalismo se convirtiera en la única bandera y estandarte de la identidad específica.

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