Las últimas noticias sobre la intimidad de la familia real rompen el autocontrol de la prensa británica

Dos de las instituciones que más enorgullecen a los británicos, la monarquía y la prensa, han chocado violentamente. Y la parte más magullada, al menos por el momento, parece ser la prensa. Las informaciones sobre las presuntas desavenencias de los príncipes de Gales y sobre la hipotética infelicidad de la princesa Diana, con intentos de suicidio incluidos, han roto todos los mecanismos de autocontrol que los periodistas venían repetando.

Los grandes titulares, las noticias y los comentarios sobre la familia real se suceden a ritmo frenético, y, desaparecido el autocontrol, la prensa ha...

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Dos de las instituciones que más enorgullecen a los británicos, la monarquía y la prensa, han chocado violentamente. Y la parte más magullada, al menos por el momento, parece ser la prensa. Las informaciones sobre las presuntas desavenencias de los príncipes de Gales y sobre la hipotética infelicidad de la princesa Diana, con intentos de suicidio incluidos, han roto todos los mecanismos de autocontrol que los periodistas venían repetando.

Los grandes titulares, las noticias y los comentarios sobre la familia real se suceden a ritmo frenético, y, desaparecido el autocontrol, la prensa ha encontrado que no hay límites: la amenaza de querella por parte de los afectados no existe, ya que la familia real no suele acudir a los tribunales. La sociedad británica empieza a preguntarse hasta qué punto es lícito asomarse a la intimidad conyugal de una pareja, aunque lleve el apellido Windsor.La primera advertencia la formuló el lunes el arzobispo de Canterbury, jefe espiritual de la Iglesia anglicana. La prensa, según el arzobispo George Carey, está "sobrepasando los límites que deberían ser respetados en una sociedad que dice respetar los valores humanos básicos". Se le unieron parlamentarios como el conservador Geoffrey Dickens, para quien "el incremento en las ventas de los periódicos parece ser más importante que el derecho a la vida privada". Estas opiniones se vieron inmediatamente respaldadas por la Comisión de Quejas contra la Prensa, que condenó "el odioso espectáculo que ofrecen los periodistas, metiendo las manos en el alma de otra gente".

Comisión de Quejas

La Comisión de Quejas contra la Prensa es un organismo paraoficial que sustituyó a los anteriores reglamentos de control periodístico, y está formada por directores de periódicos. Curiosamente, la comisión condenaba el "odioso espectáculo" ofrecido por sus propios miembros cuando actuaban no como jueces, sino como directores. La contradicción quedó escandalosamente a la vista el martes: los periódicos sensacionalistas, los más vendidos, hacían caso omiso a la comisión (es decir, a sí mismos) y descargaban nuevos y atronadores titulares sobre la crisis matrimonial de los Gales. La autoridad moral de la comisión, que había funcionado con apreciable éxito durante dos años, se esfumó en unas horas.El Gobierno decidió tomar cartas en el asunto, y aprovechó los argumentos que le ofrecía la propia comisión, cuyo funcionamiento debe revisarse el próximo mes. "Tomaremos los puntos de vista de la comisión muy en cuenta en la inminente evaluación sobre la autorregulación de la prensa", dijo David Mellor, ministro del Patrimonio. Lo cual podría significar que volverá a implantarse un código, escrito por funcionarios, sobre lo que los periódicos pueden o no publicar.

Pero los argumentos a favor de este tipo de informaciones tampoco son baladíes. Andrew Neil, director de The Sunday Times, uno de los periódicos que más se han entusiasmado con los problemas de los Gales, invoca dos razones básicas: primero, que se trata de noticias trascendentales, que afectan al sistema constitucional británico y que el público tiene derecho a conocer; segundo, que se trata de noticias ciertas.

Nadie se salva en esta polémica. Hasta ahora, la prensa seria dejaba para los tabloides sensacionalistas la carnaza sobre las peripecias internas de Buckingham; pero esta vez, el material era demasiado suculento. Con excepción de los muy circunspectos The Independent y Financial Times (que han publicado la información, pero escuetamente y destacando los aspectos constitucionales), los demás se han lanzado de una forma u otra sobre las especulaciones en torno a los príncipes de Gales.

Lo han hecho con mala conciencia, aprovechando excusas más o menos verosímiles: The Guardian contaba la historia para iniciar un debate sobre la pertinencia de este tipo de periodismo; The Daily Telegraph, para rasgarse las vestiduras y atacar al sensacionalismo; The Times, para criticar la publicación de noticias como las que reproducía a continuación, con todo lujo de detalles. Incluso las televisiones se han visto arrastradas a la vorágine. La pública BBC procura guardar las distancias, pero tanto ITV como Sky, privadas, han creado equipos especiales. La información sobre la monarquía es reciente. Apareció a mediados de los años setenta, cuando el príncipe Carlos buscaba novia. Entonces se crearon los primeros rat packs (pelotones de ratas), el nombre por el que se conoce a los periodistas dedicados a conseguir la imagen, de Diana en bañador o el rumor difundido por una camarera desleal. La familia real en cambio, es presa fácil: no se defiende en los tribunales. No existe, sin embargo, impedimento teórico para que los príncipes pidan que la ley proteja su intimidad. La reina Isabel II es la única que no puede acudir a los tribunales, ya que su persona encarna la fuente y la máxima representación de la Justicia británica.

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