LAS HUELGAS EN EL TRANSPORTE

El úItimo tren era el primero

Miles de viajeros se jugaron el tipo sin saber que la huelga del Metro ya había teminado

Miles de usuarios del Metro se levantaron ayer suspirando por las horas que se les avecinaban bajo tierra. Un día más, la jornada comenzaba. con empellones, codazos y juramentos. Y con riesgo. Los ciudadanos se volvieron a jugar el tipo, con el peligro de caer a la vía, para no perder lo que ellos creían que era el último tren. La noticia de la paralización de la huelga les pilló por sorpresa. En algunas estaciones no hubo avisos por megafonía. Como en los dos días anteriores, muchos viajeros se apearon a las nueve y media y siguieron a pie su camino.

Las dos primeras horas de la jornad...

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Miles de usuarios del Metro se levantaron ayer suspirando por las horas que se les avecinaban bajo tierra. Un día más, la jornada comenzaba. con empellones, codazos y juramentos. Y con riesgo. Los ciudadanos se volvieron a jugar el tipo, con el peligro de caer a la vía, para no perder lo que ellos creían que era el último tren. La noticia de la paralización de la huelga les pilló por sorpresa. En algunas estaciones no hubo avisos por megafonía. Como en los dos días anteriores, muchos viajeros se apearon a las nueve y media y siguieron a pie su camino.

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Las dos primeras horas de la jornada transcurrieron sin grandes agobios. A las siete de la mañana, en los vagones de la línea 1 que salían de la plaza de Castilla predominaban los gestos hoscos. Algunos bostezos y toses matutinas rompían el silencio.Una hora más tarde, los andenes de Sol empiezan a llenarse. En la línea 2, las puertas de los vagones se cierran con dificultad. Una mujer con tres niños intenta entrar: "Agarraos bien, porque cuando esto se abra vamos a salir disparados". Al llegar a la siguiente estación, dos pares de manos sujetan a la señora, que sonríe agradecida.

A las nueve de la mañana, la estación de Sol es un hervidero. Los, vagones están a punto de reventar. La hora del cierre (9.30) se aproxima, y los gestos se van crispando. "Vámonos andando, tío", le dice un joven a otro en el andén de la línea 3. "Lo prefiero a que me den un codazo en la boca". Un muchacho se sube de un salto en los estribos de dos vagones: así viajará sin apretones. En la estación de Gran Vía otros dos jóvenes hacen lo mismo. "Están locos", comenta un anciano que lleva toda la mañana dedicado a ver cómo pasan los trenes. Las puertas se cierran, pero la gente las intenta abrir desde fuera.

Los andenes se vacían y se llenan de viajeros en cuestión de segúndos. Muchos esperan al borde mismo de la vía, superando el límite de seguridad, para garantizarse la entrada en el vagón. Todos miran el reloj con frecuencia. Son las 9.20. Los próximos serán los últimos trenes y tienen que entrar como sea.

Una mujer llega dando gritos: "Llevo desde las ocho y media abajo y estoy enferma de los apretones. Ellos tendrán derechos, pero seguro que en la Constitución hay un artículo que defiende a los peatones. Me la voy a leer", exclama. "Joden a los obreros, porque la gente que tiene coche por lo menos va sentada", grita otra, animada por el principio de rebelión. "Todos nos callamos como imbéciles".

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Batalla cuerpo a cuerpo

Los minutos antes de las 9.30 son dramáticos. La gente corre por los pasillos y la violencia contenida empieza a aflorar. Cuando llega el tren, se desata la batalla. La multitud que espera es tal que no deja salir a los viajeros de los vagones. Éstos empujan hacia fuera, increpando a los que presionan en sentido contrario.

Se establece una lucha cuerpo a cuerpo justo encima de la ranura entre el coche y el andén. Nadie piensa en los carteles que recomiendan mirar al suelo para no meter el pie donde no se debe. La realidad es que. nadie se puede ver los pies. Una señora sale disparada y cae de rodillas. El resultado es una pequeña contusión y una carrera en la media. "Si lo raro es que no haya ningún accidente", grita medio ahogada una señora. "SI algo ocurriera, habría que matar al responsable", reponde otra voz amortiguada.

Los últimos pasajeros se agarran con fuerza a la parte de arriba del vagón, y de espaldas hacen presión hacia dentro. Las puertas no pueden cerrarse. Cuando por fin lo hacen, el tren se pone en marcha. Narices aplastadas contra los cristales y ropa pillada en las puertas se pierden en la oscuridad del túnel. Ignoraban que la huelga se había terminado 10 minutos antes.

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