Tribuna:

Dos colonias, dos actitudes

¡Ojo a las maniobras emprendidas cerca de las instituciones comunitarias por el chief minister o ministro principal de Gibraltar, Joe Bossano! El líder del Partido Social-Laborista gibraltareño, que acaba de ser reelegido por abrumadora mayoría para el gobierno de la colonia por otros cuatro años, no duda en proclamar a los cuatro vientos que la colonia británica, situada en la provincia de Cádiz, constituye de hecho el decimotercer Estado miembro de la CE.El pasado mes, Bossano intentó hablar en una sesión pública del Parlamento europeo que debatía el espinoso tema de las comunicacione...

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¡Ojo a las maniobras emprendidas cerca de las instituciones comunitarias por el chief minister o ministro principal de Gibraltar, Joe Bossano! El líder del Partido Social-Laborista gibraltareño, que acaba de ser reelegido por abrumadora mayoría para el gobierno de la colonia por otros cuatro años, no duda en proclamar a los cuatro vientos que la colonia británica, situada en la provincia de Cádiz, constituye de hecho el decimotercer Estado miembro de la CE.El pasado mes, Bossano intentó hablar en una sesión pública del Parlamento europeo que debatía el espinoso tema de las comunicaciones aéreas. Sólo la decidida protesta de los parlamentarios españoles se lo impidió. Sin embargo, el 6 de mayo próximo, el líder gibraltareño tendrá la oportunidad de exponer sus argumentos cuando el Tribunal Europeo de Justicia examine en Luxemburgo el estatuto del aeropuerto de Gibraltar, construido ilegalmente por las autoridades británicas en el istmo nunca cedido por España a Inglaterra en el Tratado de Utrecht.

Bossano ya ha pedido a Londres una revisión de la Constitución gibraltareña de 1969, totalmente contraria al espíritu del artículo X del Tratado de Utrecht, con el fin de adecuarla a lo que califica de "necesidades del mundo moderno". O dicho en román paladino, para arrancar nuevas concesiones del Gobierno británico en detrimento de la permanente reivindicación española casi tricentenaria sobre la soberanía del Peñón, ratificada unánimemente por todos los grupos parlamentarios del Congreso de los Diputados español hace pocos años.

Las nuevas maniobras gibraltareñas, encaminadas a conseguir un reconocimiento de facto de la Roca como Estado asociado de la Comunidad Europea, ponen una vez más de manifiesto la inoportunidad de la apertura de la verja acordada en Bruselas en 1984. Con aquella cesión gratuita, España perdió la única baza negociadora a su favor para presionar al Reino Unido, que, como siempre, se ampara en la defensa de "los legítimos intereses de los gibraltareños", que nadie discute en España, para lavarse las manos en el tema de fondo, que es el de la soberanía.

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El chantaje esgrimido entonces por Londres ante los negociadores españoles de que el Parlamento de Westminster no hubiera ratificado, sin la apertura de la verja, la adhesión de España a la Comunidad no se tiene en pie. El espectáculo de la madre de los Parlamentos rechazando la entrada en las instituciones europeas de una nación democrática de 39 millones de habitantes como la nuestra, con una historia y una cultura milenarias, para defender una situación colonial a finales del siglo XX hubiera sido, por lo menos, entretenido.

Recuerdo que, discutiendo en Londres sobre la conveniencia o inoportunidad de la apertura de la frontera, un alto responsable de nuestro equipo negociador me afirmó rotundamente: "No te preocupes. Una vez que hayamos ingresado en la Comunidad, todas nuestras intervenciones comenzarán o terminarán con una pregunta: By the way, what about Gibraltar ?.(Por cierto, ¿qué pasa con Gibraltar?).

De todas las instituciones españolas, la única que recuerda la reivindicación en cada oportunidad que se le presenta es la Corona, como con toda valentía y, ante el asombro de sus interlocutores, hizo el rey Juan Carlos durante un memorable discurso ante el Parlamento británico, con Margaret Thatcher presente, con motivo de su visita oficial al Reino Unido. El Ejecutivo se limita a incluir una mención rutinaria a Gibraltar al final del discurso anual que el ministro de Asuntos Exteriores de turno pronuncia a finales de cada septiembre ante la Asamblea General de Naciones Unidas. Hace poco menos de un año, el propio jefe de la diplomacia española, Francisco Fernández Ordóñez -que en esta cuestión hace lo que puede y lo que le dejan-, me reconocía en Nueva York que el tema del Peñón producía "poco eco" entre sus compañeros de Gabinete.

La embriaguez comunitaria y el hipnotismo que el Londres de la época Thatcher ha ejercido sobre Madrid -a lo que hay que añadir la interesada ausencia en algunas comunidades de una conciencia popular sobre la reivindicación española- han relegado la cuestión del Peñón a un segundo plano en las prioridades del actual Gobierno.

Entretanto, el pueblo español asistirá impasible dentro de menos de cinco años a la devolución a China de la otra Crown colony, o colonia de la Corona británica. Para Londres, en Hong Kong los "legítimos intóreses" de los habitantes del territorio, nada menos que seis millones que unánimente rechazan su incorporación a la dictadura china, no cuentan. En cambio, en Gibraltar, sí.

El argumento esgrimido por el Reino Unido en este caso, y aceptado sin rechistar por España, es que la cesión de la colonia asiática fue por 99 años, que se cumplen en 1997. Sin embargo, el lease o usufructo de 99 años acordado entre Londres y Pekín en 1898 afectaba sólo a los Nuevos Territorios, -la franja en la China continental que rodea la isla de Hong Kong-, mientras que la cesión de la isla, consagrada por el Tratado de Nakín de 1842, y la posterior de la península de Kawloon, se hacía a perpetuidad. Dicho tratado ni siquiera contempla una cláusula de retrocesión de la colonia a China en el caso de un cambio de su estatuto legal, opción que sabiamente se especifica en el artículo X del Tratado de Utrecht.

En defensa de la entrega de Hong Kong a China en contra de los deseos de sus habitantes, los negociadores británicos alegan que la isla sería inviable sin los Nuevos Territorios. Esto es exactamente lo que le ocurriría a Gibraltar -de hecho, ya le ocurrió- si se le aislase completamente de su Campo.

Nadie desea volver a anudar el nudo, pero, como ha recordado recientemente el director de la Academia de la Historia, Emilio García Gómez, a propósito de la grotesca polémica sobre la gesta del Descubrimiento, "hay veces que a España le cuesta digerir su propia historia". Y la tibieza con que la nación española afronta el tema de una situación colonial en su territorio en el umbral del siglo XXI indica que Gibraltar sigue sin ser digerido.

Existen algo más que indicios que demuestran que parte del sistema bancario off-shore de Hong Kong piensa instalarse en Gibraltar. ¿Piensa el Gobierno que cuando esa trashumancia de intereses comerciales se consume tendrá España más posibilidades de recuperar la soberanía del Peñón? Sería triste que una ironía lanzada por lord Carrington a un embajador español en Londres en una ceremonia especial -"vuestro problema para recuperar Gibraltar es que España no está poblada por negros o por chinos"- hubiera resultado profética.

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