Tribuna:INTEGRISMO EN EL MAGREB

La amenaza islámica como coartada

Temer al supuesto peligro islámico no contribuye a un mejor conocimiento de lo que pasa en Argelia, Túnez o Irán, afirma la autora. Esa reacción alimenta el odio irracional que llamamos racismo y permite pasar por alto golpes de Estado que en otras circunstancias provocarían altisonantes condenas.

El fundamentalismo a las puertas de Europa. Toda una imaginería de barbudos de mirada fúnebre y mujeres veladas asoma su faz tenebrosa en las portadas de prensa y en las pantallas de nuestros televisores. Ahora la marea ha llegado a Argelia, justo ahí al lado, y nosotros, los vecinos del Norte...

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Temer al supuesto peligro islámico no contribuye a un mejor conocimiento de lo que pasa en Argelia, Túnez o Irán, afirma la autora. Esa reacción alimenta el odio irracional que llamamos racismo y permite pasar por alto golpes de Estado que en otras circunstancias provocarían altisonantes condenas.

El fundamentalismo a las puertas de Europa. Toda una imaginería de barbudos de mirada fúnebre y mujeres veladas asoma su faz tenebrosa en las portadas de prensa y en las pantallas de nuestros televisores. Ahora la marea ha llegado a Argelia, justo ahí al lado, y nosotros, los vecinos del Norte, nos sentimos especialmente compungidos ante la posibilidad de que las calles de Argel se vayan a parecer demasiado a las de Teherán, y que el rostro de las mujeres argelinas sea un rostro vedado a la luz del sol y a las miradas ajenas.Así que hacemos la vista gorda al elegante golpe de Estado que ha interrumpido el proceso electoral y ha alejado, al menos de momento, el peligro islámico.

Lo malo de estos fenómenos sociales que suelen merecer el apelativo de marcas es que se producen a uno y otro lado de la costa.

Nadie puede negar el incremento en los países del ámbito musulmán de ideologías que aúnan determinados objetivos políticos con la imposición de valores y normas que se reclaman islámicos, y por ello, y esto es lo más peligroso, incuestionables, porque, emanados de una palabra revelada, trascendente, divina, los factores que han intervenido en el ascenso de este tipo de ideologías son diversos y no siempre fáciles de desglosar. El fenómeno no es tan homogéneo ni tan equívoco como se nos presenta.

Pero en el lado de acá, este peligro islámico, que al parecer puede presentarse cualquier día a la puerta de casa, ha puesto de nuevo en marcha el amplio bagaje de estereotipos antiislámicos, en los que nuestra cultura es especialmente rica; de nuevo porque no es tanto que no estuvieran presentes en el trasfondo mental de Occidente, sino que ahora pueden de nuevo utilizarse sin pudor, ese pudor, producto de la sensibilidad antirracista también propia de nuestra cultura, que imponía a muchos no decir lo que realmente se piensa o, en este caso mejor, se siente.

La ecuación racismo-miedo está suficientemente analizada como para no saber que las voces de alarma no siempre son inocentes. Tener miedo al peligro islámico en Madrid no es fácil que lleve a un mejor conocimiento de lo que está pasando en Argelia, Túnez o en el lejano Irán, pero sí alimenta ese odio irracional que llamamos racismo, y que en sus versiones más suaves, también más cotidianas, se limita a producir frases como "a ver si les dan una lección a esos moros barbudos que siempre nos están metiendo en líos"; eso es también una marea, la marea del lado de acá.

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Integrismo fiable

Pocas veces se destaca que si hablamos de fundamentalismo o de aplicación estricta de las normas coránicas, los regímenes más rigurosos han sido y lo siguen siendo las monarquías del Golfo. Para mujeres veladas física y espiritualmente, las de Arabia Saudí. Pero nadie en Occidente tiene miedo de los saudíes.

Hablamos de otro miedo... o de otro fundamentalismo. Empecemos por el que ha sido paradigma de la amenaza islámica: Irán, hasta hace poco enemigo número uno de Occidente, ahora, con la guerra del Golfo por medio, un país con el que conviene estar a bien y quizá, cosas más raras se han visto, un futuro aliado.

El fundamentalismo shií iraní tiene componentes no trasplantables directamente a otros países; no el único, pero sí el más significativo, su condición de país en el que más del 90% de la población son musulmanes shiíes.

El shiísmo ha sido en la historia del islam el partido de los vencidos, su identidad se alimenta en la menoria de las sucesivas derrotas, desde la primera, la de Alí, el yerno del Profeta. Una identidad ligada, por tanto, a la conciencia de agravio histórico, en la que el héroe es a la vez mártir. En esto tiene más puntos en común con el espíritu cristiano que la corriente considerada ortodoxa del islam, la suní, en la que el pragmatismo es un valor importante.

El shiísmo comparte también con el cristianismo un cierto sentido mesiánico. La esperanza en que surgirá un líder capaz de dar la vuelta a la historia y colocar a los de abajo, a las víctimas o, en lenguaje más actual, a los oprimidos, a la cabeza del devenir histórico.

Para muchos shiíes, tanto iraníes como libaneses, esa esperanza tomó el rostro del imam Jomeini. La mirada fulminante de ese rostro que en Occidente era expresión de amenaza fue para otros esperanza de redención.

Revancha histórica

El Irán de los ayatolás se erigió así en bandera de una revancha histórica en la que a la exaltación del martirio se aunaba el sentimiento antioccidental de pueblos que habían pasado por la experiencia común del dominio colonial. Y como un episodio más en la lista de agravios de la historia shií, la agresión / invasión iraquí de 1980 no sólo no fue condenada por las democracias occidentales, sino apoyada financiera, diplomática y políticamente. La siguiente invasión iraquí, la de Kuwait, tuvo una respuesta muy distinta; pero ésa es otra historia.

En lo que se refiere a Occidente, el peligro fundamentalista iraní parece conjurado, aunque queden en el camino algunas víctimas, como es el caso del escritor Salman Rushdie, convertido en caso incómodo en virtud de las necesidades políticas del momento, o, desde una perspectiva suficientemente cínica, el millón de muertos de esa primera guerra del Golfo, la irano-iraquí, en la que un oportuno olvido de la defensa de la legalidad internacional sirvió para desgastar el impulso de la revolución islámica de Irán.

Y ahora lo que preocupa es el fundamentalismo en Argelia, un fundamentalismo suní, y por tanto menos desafiante y más mesurado en su lenguaje.

A diferencia de Irán, su llegada al poder no se iba a producir por la vía revolucionaria, sino por la de las urnas. Y a diferencia de Irán, la bandera anticolonial, es decir, antioccidental, no estaba en el centro de su mensaje. El principal alimento del Frente Islámico de Salvación (FIS) argelino ha sido la denuncia de la corrupción de un régimen que se proclamaba laico y que adquirió su legitimidad en la lucha anticolonial.

El FIS representa una amenaza para sectores de la sociedad argelina. En un doble sentido, en cuanto peligro para los privilegios de una clase enriquecida a la sombra del poder mientras el país se hundía en el caos económico, y también para las .libertades de todo aquél que no acepte de buen grado la imposición de unas normas que se dicen coránicas y que pretenden regular hasta el último rincón de la vida privada.

Es comprensible, por tanto, el suspiro de alivio de muchos argelinos ante este golpe encubierto que los libera de momento de un sombrío futuro. Pero si hacemos caso a lo que dicen las urnas, éstos no son la mayoría.

Desde el punto de vista de Occidente, lo ocurrido en Argelia no es una buena nueva. Los miembros del FIS han pasado de ser una amenaza para las libertades a víctimas de la conculcación de esas libertades. Y al menos desde su punto de vista, con el silencio y la complicidad de Europa.

Algo que los hermana con el sentir de los suníes iraníes, e introduce el factor antioccidental en el centro de su discurso.

es periodista especializada en temas árabes.

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