Tribuna:LA CRISIS DE LA MINERÍA

Asturias: la transición al capitalismo

"Los proletarios nada tienen que perder, excepto sus cadenas: ¡proletarios de toda Asturias, uníos!". Uníos -escribiría Marx- contra los liberales, contra los reconversores, contra los sucursalistas y contra el Gobierno, porque Asturias unida jamás será vencida: la economía de mercado no pasará mientras no nos traigan otras empresas modernas en lugar de Hunosa y Ensidesa.Aquí en Asturias, después de tanto follón, todo está definitivamente claro: el Principado es, sobre todo, la empresa pública y los sindicatos, la empresa pública porque sostiene la economía regional y los sindicatos porque sos...

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"Los proletarios nada tienen que perder, excepto sus cadenas: ¡proletarios de toda Asturias, uníos!". Uníos -escribiría Marx- contra los liberales, contra los reconversores, contra los sucursalistas y contra el Gobierno, porque Asturias unida jamás será vencida: la economía de mercado no pasará mientras no nos traigan otras empresas modernas en lugar de Hunosa y Ensidesa.Aquí en Asturias, después de tanto follón, todo está definitivamente claro: el Principado es, sobre todo, la empresa pública y los sindicatos, la empresa pública porque sostiene la economía regional y los sindicatos porque sostienen la política institucional. Aquí, ante el reto histórico del futuro de la región, el presidente, el gobiernín y el Parlamento de Asturias no pintan nada, son comparsas sin poder, que después de hacer la representación de reclamar la modificación del plan de Hunosa, han sido sustituidos por el poder de la calle y los sindicatos. Mientras la economía asturiana dependa del presupuesto, manda Madrid.

En efecto, como escribí en otra ocasión, Asturias tiene dos capitales y dos presidentes, un presidente nominal que es el del Principado en Oviedo, y un presidente real, que es el ministro de Industria en Madrid: por eso todo el mundo reclama a Aranzadi la solución a los problemas industriales del Principado.

Además Asturias es un asunto de Estado porque la transición a la economía de mercado, la última transición al capitalismo en una región de la CE, se hace con un retraso de varias décadas, después de una crisis de casi medio siglo y con todos los sectores en recesión, la siderurgia y las industrias transformadoras, el campo y la minería: por eso la región está patas arriba, reclamando con razón las inversiones necesarias y las infraestructuras suficientes para poder competir en el mercado, consciente de que la obligación del Gobierno central no es hacer rico al Principado, sino ayudarle a que se enriquezca por sí mismo.

La cuestión de Hunosa

El plan de Hunosa es un ejemplo paradigmático de lo dicho: nadie cree en el futuro de Hunosa y nadie quiere trabajar en la mina, pero, pese a que el plan presentado por la empresa contempla 6.000 jubilaciones anticipadas con el sueldo íntegro, ha suscitado una respuesta social sin precedentes porque el rechazo de los sindicatos al plan encuentra el apoyo de la región en la defensa de alternativas económicas.

Aunque, como es sabido, el caso de Hunosa tiene otros componentes que afectan al entramado del poder socialista en la región, articulado en torno al SOMA-UGT y a su secretario general, Fernández Villa. La radical oposición al plan de Hunosa, las huelgas, las movilizaciones, las asambleas y los encierros de los dirigentes sindicales, los enfrentamientos callejeros entre mineros y policías, las amenazas de dimisiones de representantes municipales y toda la parafernalia, toda la puesta en escena de la pelea entre los sindicatos mineros y el Gobierno es propia de otras épocas históricas, de otras convulsiones sociales donde estuvieron en juego la libertad o la democracia, que aquí no se discuten. Aquí se discute sobre un plan de empresa que trata de fomentar la actividad económica de la zona al desamortizar los activos ociosos de la misma y que garantiza íntegramente las rentas de los mineros, pero que recorta la influencia sindical en la política asturiana.

Así que los sindicatos mineros -aparte de la preocupación por el empleo y por las cuencas- se aferran a Hunosa para defender su influencia política y los asturianos nos aferramos a los sindicatos para defender nuestra posición económica, a falta de nuevas inversiones y de mejores infraestructuras, y a falta también de un gobierno autonómo o de un partido regionalista con más capacidad de presión ante Madrid.

La crisis de Hunosa ha desvelado, efectivamente, la trama del poder regional y sus reflejos: la organización sindical SOMA-UGT controla la organización política socialista, controla los ayuntamientos mineros y controla al presidente, esto es, puede sindicalizar a la Federación Socialista Asturiana y a las instituciones regionales al servicio de su causa, como se ha comprobado en las diferentes respuestas políticas ante la huelga general del 23 de octubre pasado y las movilizaciones mineras, en la discusión sobre la crisis global frente a la crisis sectorial y el papel de Rodríguez Vigil.

La situación del presidente actual es completamente precaria. Después de predicar la crisis positiva y agraviar al INI, después de ir a Cuba y a Londres de excursión, después de oponerse al 23-0 y apoyar a los mineros, ahora calla y otorga, hace política -según dijo- para llegar al día siguiente, mientras espera que pase la tormenta, que escampe y que vengan las medidas de reindustrialización desde Madrid para salvarse.

Decía Azaña que el drama de Joaquín Costa era que quería ser demócrata y no podía, y tengo para mí que el drama de Vigil en esta hora es que quisiera ser delegado del Gobierno y no puede. Delegado del Gobierno de Madrid para recibir las ayudas del Gobierno, los dineros del Gobierno y el apoyo del Gobierno, pero aquí sigue, más solo que la una, de presidente nominal, desprestigiado ante la opinión pública y protegido por el Estatuto de Autonomía, que impide la convocatoria de elecciones anticipadas.

A propósito, fue Popper quien observó que la prueba de que tenemos una democracia es que puede cambiar al Gobierno sin derramamiento de sangre en unas elecciones, pero aquí, según el estatuto, sólo se podría seguir al efecto la vía parlamentaria. Entre tanto, el riesgo que corre el futuro del socialismo en Asturias es que la práctica política y los resultados concretos de la misma alejen el voto -tal como se sabe ya por las encuestas- de la última región socialista del norte, lo que significaría regionalizar el poder del PSOE al sur de la meseta, debilitando su posición de partido nacional.

Pero esta crisis política e institucional de la región que acompaña a la crisis económica no puede ser resuelta por una derecha montaraz que sólo dice mentiras, mentiras tan gordas como que en Hunosa no sobra ningún minero. Otros más modernos sueñan con un partido regionalista fuerte, interclasista y con presencia en Madrid, que pudiera poner condiciones al Gobierno en favor de la región, como hacen el PNV o CiU. Olvidan estos vendedores de ilusiones que eso mismo ya se intentó en las primeras décadas de siglo con Alas Pumariño y en las segundas con Sabino A. Gendín sin ningún resultado, sencillamente porque esta región es cuna de la identidad histórica de España y porque además tiene una economía pública pendiente del presupuesto: creo que fue Pérez de Ayala quien dijo que Asturias es la región más española de todas.

La economía de mercado

El Principado ha vivido cerca de un siglo enfeudado en el Estado, primero protegido de la competencia por los aranceles y luego nacionalizado por el franquismo. Cuando ha tenido problemas para vender sus carbones y colocar sus aceros siempre se produjo una alianza estratégica entre el capital y el trabajo, entre los empresarios y los sindicatos, unos para defender el pan y otros para hacer el negocio: esta región le debe mucho a los sindicatos como punta de lanza en defensa de los intereses de Asturias.

Pero la crisis de los sectores de la primera revolución industrial que todavía nos sostienen, la crisis del carbón y de la siderurgia, la crisis de las empresas públicas, no puede sostenerse artificialmente por mucho tiempo, no sólo porque lo dicten normas de la CE que nos obligan, sino sobre todo porque esta región necesita salir de la autarquía económica y sindical propia de otra época histórica, para incorporarse a la economía de mercado que gobierna el progreso y el destino de Europa desde la creación por los socialdemócratas del estado del bienestar.

Éste es el reto histórico de Asturias, que sin embargo, no podrá ser superado sin ayudas. La regeneración de esta economía vieja sólo será posible si el Gobierno central se gasta aquí muchos billones en poner a punto la región para poder competir, porque de lo contrario la condenará al fracaso. Los asturianos, como aconsejaba Unamuno, "queremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado": sólo necesitamos que nos echen una mano.

Ése es el clamor de Asturias a Madrid, capital del Principado. Ésa es la clave de la huelga general y las pedradas. La respuesta que nos dio el otro día el Gobierno por boca de Aranzadi en medio del fragor de la batalla, parece razonable: "lo que pretende una política de reindustrialización", declaró, "es crear las condiciones y el entorno adecuado, a través de una política de infraestructuras, de formación, de incentivos regionales, de captación de inversiones extranjeras, etcétera, que permita crear el entorno adecuado para que las inversiones se localicen en la zona. Por tanto, además de que se puedan adoptar estas inicitivas por parte del Gobierno central y regional, es necesaria una dinamización de la propia sociedad asturiana e igualmente es importante un clima social estable que haga más atractiva la región para la instalación de inversores extranjeros".

Todo está claro, ahora es el momento del Gobierno de ayudar a esta región que tanto hizo por el pensamiento y la libertad de España, a salir de su pasado. Vale la pena, porque Asturias ejemplifica bien esa magistral frase de Víctor Hugo: "No existe eso que solemos llamar país pequeño. La grandeza de un pueblo no se determina por su número de habitantes, como no se determina la grandeza de un individuo por su estatura".

Germán Ojeda es profesor titular de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Oviedo y director de la Fundación J. Barreiro.

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