Editorial:

Dudas de Argelia

EN LOS últimos días se han producido varios vuelcos sucesivos en la situación de Argelia, por lo que hay que reexaminar la cuestión e intentar analizar las dudas que suscita. Las dificultades de interpretación de los acontecimientos del país magrebí nacen, sobre todo, del hecho de que un proceso de democratización estaba a punto de resultar subvertido por la victoria en las urnas de quienes son declarados enemigos de la democracia, el Frente de Salvación Islámico (FIS). ¿Debía apostarse por la democracia o, por el contrario, a la vista de que los integristas se proponen imponer un códig...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

EN LOS últimos días se han producido varios vuelcos sucesivos en la situación de Argelia, por lo que hay que reexaminar la cuestión e intentar analizar las dudas que suscita. Las dificultades de interpretación de los acontecimientos del país magrebí nacen, sobre todo, del hecho de que un proceso de democratización estaba a punto de resultar subvertido por la victoria en las urnas de quienes son declarados enemigos de la democracia, el Frente de Salvación Islámico (FIS). ¿Debía apostarse por la democracia o, por el contrario, a la vista de que los integristas se proponen imponer un código que la anula de forma irreversible, debíamos congratularnos de que su victoria hubiera sido abortada?Si el triunfo en las elecciones ha sido limpio, sean quienes sean los vencedores debe facilitárseles el acceso al poder una vez agotados los recursos constitucionales de que se dispone para preservar la democracia. Todo eso está muy bien, dicen los pragmáticos, pero ¿qué se hace con Argelia? La íntima satisfacción que embargó a Occidente cuando el Ejército argelino interrumpió el proceso electoral no nace de que se considere que las Fuerzas Armadas de aquel país son paladines de la libertad (de hecho, su trayectoria ha demostrado exactamente lo contrario), sino de dos razones bien distintas: primera, la esperanza, bastante cínica a la vista de la historia, de que la dictadura militar resulte de menor duración que la de los integristas (es decir, que sea más fácilmente reversible); segunda, la experiencia, que en Argelia enseña que el Ejército está -según Occidente- más cerca de éste que el islamismo.

Sin embargo, los acontecimientos han mostrado que el Ejército no ha tomado el poder por un prurito de defensa de la libertad y de amparo de una democracia recién descubierta. La dimisión del presidente Chadli Benyedid pareció en los primeros momentos una maniobra complicada pero legal, consistente en adelantar las elecciones presidenciales en la perspectiva de conseguir así invertir la dinámica que había llevado a los integristas al triunfo de diciembre. Un triunfo magnificado por la elevada abstención y el sistema electoral mayoritario.

Todo ello tenía sentido sólo si se mantenía la voluntad de proseguir el proceso democrático. Pronto se vio que la dimisión de Chadli Benyedid no había sido una decisión autónoma, sino una imposición provocada por el Ejército, cuya primera decisión ha sido suspender las elecciones y colocar al frente del país a una especie de directorio cívico-militar de notables.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Mejor hubiera sido apostar por la primera idea del presidente dimisionario: reconocer la victoria del FIS y pactar con él unas garantías de respeto al orden democrático. Sólo la conculcación de un pacto así habría hecho legítima la intervención del Ejército en defensa del orden constitucional.

Archivado En