Tribuna:

La leche

Lo de Asturias es la leche, aunque de momento se lleve la palma el carbón y esté en puertas el lío, de Ensidesa, que promete excitaciones múltiples y un concierto completo de gaitas plañideras. Desde hace 30 años, es decir, desde que los ministros del Opus y jóvenes tecnócratas aprendices de ministros democráticos consultaban a la OCDE o al FMI o a la misma CEE cuál iba a ser el destino económico de España, empezó a hablarse de un inevitable desarme industrial y agrario. Sólo se salvaría el aparato productivo competitivo, y desde la imposibilidad de refugiarse bajo las faldas de la mesa camill...

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Lo de Asturias es la leche, aunque de momento se lleve la palma el carbón y esté en puertas el lío, de Ensidesa, que promete excitaciones múltiples y un concierto completo de gaitas plañideras. Desde hace 30 años, es decir, desde que los ministros del Opus y jóvenes tecnócratas aprendices de ministros democráticos consultaban a la OCDE o al FMI o a la misma CEE cuál iba a ser el destino económico de España, empezó a hablarse de un inevitable desarme industrial y agrario. Sólo se salvaría el aparato productivo competitivo, y desde la imposibilidad de refugiarse bajo las faldas de la mesa camilla de la autarquía, una de dos, o se condenaba a la desertización laboral a tres cuartas partes de España o se buscaban alternativas que ofrecer al orden económico internacional.Mientras pudo emigrar mano de obra y el problema afectaba a regiones fundamentalmente agrarias como Andalucía, Murcia, León, Galicia o Aragón, el programa del reajuste de una economía autárquica y su paulatina conversión en economía de libre mercado siguió sus pasos contados sin necesidad de aplicarle un cerebro previsor de posibles catástrofes. Cuando, llegó la crisis económica de los setenta, brotaron como flores de abril una pandilla de nuevos filósofos que increparon el paternalismo del Estado socialista o patriarcalista y cantaron las excelencias estimulantes de la libertad de iniciativa del hombre abandonado por los programas y los sistemas.

Y ahora resulta que toda una región se queda sin expectativas de trabajo para las futuras generaciones, sin leche que vender ni carbón que extraer. ¿Alternativa? Turismo y chips, es decir, el mismo maná posindustrial al que aspiran millones de parados preindustriales y posindustriales en el mundo entero. Menos mal que, frente a previsibles trastornos del espíritu colectivo, disponemos de la ley Corcuera.

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