Tribuna:

La caza

Una madre y su hija van a convivir de por vida con las dos piernas cercenadas y medio cuerpo malherido. Vivirán bajo el mismo techo, en el seno de una familia mutilada psicológicamente, para siempre sus suenos convertidos en pesadillas. Más mutilados cuesta el tráfico, opinará un terrorista constructivo, mientras asume las muertes o las mutilaciones como trofeos de caza arrojados a la cara del Gobierno para que sepa lo que cuesta no negociar o quizá negociar. Los ingleses han aprendido a convivir con el terrorismo irlandés gracias a una partida del presupuesto general del Estado destinada a la...

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Una madre y su hija van a convivir de por vida con las dos piernas cercenadas y medio cuerpo malherido. Vivirán bajo el mismo techo, en el seno de una familia mutilada psicológicamente, para siempre sus suenos convertidos en pesadillas. Más mutilados cuesta el tráfico, opinará un terrorista constructivo, mientras asume las muertes o las mutilaciones como trofeos de caza arrojados a la cara del Gobierno para que sepa lo que cuesta no negociar o quizá negociar. Los ingleses han aprendido a convivir con el terrorismo irlandés gracias a una partida del presupuesto general del Estado destinada a las tropas instaladas en Ulster y a la indemnización de las víctimas. Casi un siglo de toma y daca demuestra que el Estado no tiene reloj, sino calendario, frase afortunada que el marqués de Villaverde aplicó a su excelentísimo suegro.Pero los peatones de la historia miden su tiempo con relojes fugaces, incapaces incluso de ser relojeros de sus vidas. Sobre ellos pasa el terror como una apisonadora implacable, flanqueada por la estadística y la metafisica; la estadística del toma y daca de la muerte y la metafísica del fundamentalismo nacional. Preguntas humanas, descalificaciones humanas, lógicas humanas, es decir, hechas a la niedida de los relojes, ya carecen de sentido. Se cierne sobre nosotros el calendario del terror, y a los muertos de ETA hay que sumar el de los vagabundos y travestidos con los cráneos machacados por incontroladas fuerzas de un orden nuevo que sólo renuevan el viejo grito de ¡viva la muerte!, sustituida la estética márcial por la de la ferocidad truculenta de Mad Max. Acostumbrémonos a vivir peligrosamente y a contemplar nuestras piernas o nuestros cráneos como si los viéramos por última vez. Los asesinos están entre nosotros, y empieza a escucharse un escalofriante silencio de corderos.

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