Tribuna:

Madrid, nación

Los ecos independentistas de las repúblicas bálticas y las luchas tribales de las viejas naciones y facciones balcánicas que han reverdecido las reivindicaciones nacionalistas de vascos y catalanes, apenas han hecho mella entre los ciudadanos madrileños. La Comunidad Autónoma de Madrid se ha limitado, por el momento, a encargar un nuevo arreglo para su himno, desconocido para la mayor parte de los nativos, un himno peculiar, exento de toda marcialidad y provisto de una letra difícil de memorizar y aun más de cantar en entusiasta coro, un texto problemático y enigmático, ni marcial, ni triunfal...

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Los ecos independentistas de las repúblicas bálticas y las luchas tribales de las viejas naciones y facciones balcánicas que han reverdecido las reivindicaciones nacionalistas de vascos y catalanes, apenas han hecho mella entre los ciudadanos madrileños. La Comunidad Autónoma de Madrid se ha limitado, por el momento, a encargar un nuevo arreglo para su himno, desconocido para la mayor parte de los nativos, un himno peculiar, exento de toda marcialidad y provisto de una letra difícil de memorizar y aun más de cantar en entusiasta coro, un texto problemático y enigmático, ni marcial, ni triunfal, un texto escrito por un flilósofo antinacionalista y zamorano, por un poeta nada proclive a la loa, y aun más si es de encargo, por un lingüista que se convierte en cronista y hace hablar a la provincia en primera persona para definir, por exclusión, la autonomía madrileña como una necesidad perentoria, consecuencia directa de las autonomías ajenas que habían dejado a Madrid y su provincia huérfanas de padre y madre en el nuevo mapa del Estado español.Madrid es autonómica por antonomasia. Si Madrid se proclamara independiente, alcanzarían de facto la independencia las restantes autonomías que dicen depender de Madrid, y, en realidad, dependen de un Gobierno afincado en Madrid y compuesto por ministros andaluces, vascos, castellanos, manchegos o catalanes y afincados en una capital convertida en tierra de todos y tierra de nadie.

Madrid, ciudad bastarda, a mucha honra, provincia atípica y triangular, no tiene, no puede tener, veleidades nacionalistas, ni siquiera regionalistas. El Partido Regionalista Independiente Madrileño (PRIM), no ha dicho ni mú, onomatopeya muy frecuente en su léxico, para apuntarse al carro de lituanos o croatas. El nacionalismo madrileño es una utopía que no se atreven a postular ni los fundamentalistas más radicales del foro y su comarca.

El madrileñismo es una pose, una pose rancia y obsoleta que adoptan ocasionalmente algunos políticos, de unos y otros signos, para propiciarse los votos de una tercera edad nostálgica de zarzuela y de chotis. El presunto casticismo madrileño exhibe como peculiares señas de su identidad el chotis, scotish, baile escocés; traído de segunda mano por soldados de los Tercios de Flandes, y el mantón de Manila, jirón de nuestro pasado colonial, y su dialecto, un argot entre carcelario y académico abierto a todas las corrientes. En una paradoja más de tan paradójico ente, lo castizo es en Madrid producto de importación.

A muchos madrileños ya les gustaría responder con la misma moneda a sus parientes autonómicos: contar con un idioma que exigiese largos meses de aprendizaje, presumir de una bandera heroica y carismática con sus manchas de sangre, de sudor, de babas y de lágrimas, a cambio del posmoderno pendón de las siete estrellas, más propio de un superlujoso hotel o de una etiqueta de brandy que de una nación como es debido.

Catacumbas

Pero hay que darle tiempo al tiempo, si la marea nacionalista se torna marejada, los madrileños no desentonarán, no darán la nota falsa.. En las catacumbas del madrileñismo independentista y radical ya se fraguan futuras organizaciones de masas como el Partido Nacionalista Madrileño (PANAMA), el Comité de Organizaciones Separatistas Madrileñas en el Exilio (COSME),con sede en Segovia, o el Partido Socialista Madrileño Autónomo (PASMA); grupúsculos de invernadero, partidos de laboratorio que se preparan para afrontar los nuevos tiempos sin desentonar en el concierto-desconcierto de la Europa de las patrias.

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