LA REVOLUCIÓN DE AGOSTO

La prudencia de los popes

La iglesia ortodoxa esperó a que fracasara el golpe para bendecir el fin del comunismo

HELEN WOMACK En los funerales del pasado sábado por los tres mártires del frustrado golpe de Estado soviético, junto a las banderas rojas, blancas y azules de Rusia, se alzaron iconos sagrados con una dignidad y confianza nuevas. El patriarca Alexéi, cabeza de la Iglesia ortodoxa, presidió los funerales por las dos víctimas de su rebaño, ofreciendo consuelo y manifestando la fe que constituye parte esencial del ser ruso. - El tercer héroe era judío, algo que puede obligar a esta sociedad antisemita a reconocer que el judaísmo es también un elemento que forma parte de la cultura rusa.

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HELEN WOMACK En los funerales del pasado sábado por los tres mártires del frustrado golpe de Estado soviético, junto a las banderas rojas, blancas y azules de Rusia, se alzaron iconos sagrados con una dignidad y confianza nuevas. El patriarca Alexéi, cabeza de la Iglesia ortodoxa, presidió los funerales por las dos víctimas de su rebaño, ofreciendo consuelo y manifestando la fe que constituye parte esencial del ser ruso. - El tercer héroe era judío, algo que puede obligar a esta sociedad antisemita a reconocer que el judaísmo es también un elemento que forma parte de la cultura rusa.

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Pero, ¿dónde estaban los jerarcas de la Iglesia ortodoxa en las horas negras en que parecía que el asalto al poder por parte de los duros podía triunfar? El segundo día, el martes 20 de agosto, cuando decenas de miles de personas habían empezado a congregarse para defender el parlamento de Borís Yeltsin, el patriarca todavía no se había pronunciado. "Me gustaría oír alguna declaración de la Iglesia", decía Dmitri, un profesor que entre los manifestantes, escuchaba los discursos de personajes como la viuda de Andréi SáJarov, Elena Bonner, o Edvard Shevardnadze, el anterior ministro de Exteriores.Esa noche, cuando los manifestantes se preparaban para afrontar lo que sería un asalto letal de los tanques a sus barricadas, el patriarca Alexé1 emitió su primer comunicado. Fue una declaración breve y no muy vehemente, aunque quizá más valiente que la que habría hecho su predecesor, el patriarca Pimen, al que se consideraba un paniaguado de las autoridades comunistas.

Condena 'a posteriori'

Sin llegar a condenar el golpe, Alexéi pidió al Comité para el Estado de Emergencia que permitiera al presidente Gorbachov dirigirse a los ciudadanos. Sólo cuando la victoria de los demócratas estaba clara, habló triunfalmente de la muerte del comunismo como ideología en Rusia. El lunes, en un post mortem en el Parlamento soviético, Alexéi manifestó que la Iglesia nunca había apoyado a la junta, sino "optado por el bando de la ley y la libertad".

En realidad, los rusos no esperaban mucho más. "Alexéi es un político", decía Borís, un creyente que acude a la iglesia de forma ocasional. A diferencia de la Iglesia católica polaca, que estaba en la vanguardia de la resistencia nacional frente al comunismo, la Iglesia ortodoxa rusa, como institución, fue siempre leal al Estado soviético ateo, y algunos de sus sacerdotes eran confidentes del KGB. Lo contrario podría haber significado el total aniquilamiento de la Iglesia por Stalin, quien, aun así, demolió miles de iglesias y envió a millones de sacerdotes y creyentes a los campos de concentración.

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En los setenta y a principios de los ochenta, la Iglesia ortodoxa, que subraya la obediencia y antepone el rito al pensamiento, abandonó virtualmente a los disidentes cristianos que fueron a la cárcel por violar las leyes ahora abolidas sobre difusión de la religión. Antiguos presos de conciencia, como el padre Gleb Yakunin o Alexandr Ogoródriikov, tienen ahora un papel político activo, y el patriarcado sigue viéndolos con desagrado. Ellos estuvieron con el pueblo desde el primer día del golpe.

El padre Yakunin bendecía a la multitud y Ogoródnikov les llevaba de comer de su establecimiento para pobres de Moscú. "Hemos proporcionado cuatro toneladas de sandwiches", decía orgulloso en el funeral, marchando tras la bandera de su Unión Cristiano Demócrata de Rusia, uno de los numerosos partidos políticos nuevos de la Unión Soviética. La segunda revolución rusa la llevaron a cabo políticos seglares -por encima de todos Borís Yeltsin-, jóvenes oficiales de graduación media dispuestos a desobedecer órdenes y el pueblo, sobre todo los jóvenes, que finalmente salieron de su pasividad para echarse a la arena política. Cuando triunfaron, la Iglesia los bendijo.

Papel más activo

De cualquier forma, ahora puede esperarse un papel más activo de la Iglesia en la sociedad. De hecho, ya disfrutaba de un renacimiento bajo Gorbachov, que permitió la celebración de los 1.000 años de cristiandad rusa en 1988. Una nueva ley de libertad de conciencia, que pone fin a las restricciones de Stalin sobre actividades religiosas, ha permitido a la Iglesia abrir escuelas e iniciar actividades de caridad.

Sin duda, esta evolución seguirá adelante. Quizá no esté muy lejano el día en que las unidades militares cuenten con capellanes, en lugar de comisarios políticos. Quizá haya un frenazo conservador a la sociedad en que la URSS, como Occidente, se ha convertido. Nikolái, un joven que estuvo en las barricadas y ayudó a controlar a la multitud en el funeral, decía que las mujeres eran culpables del sida y de la adicción a las drogas, porque habían abandonado lo que denominaba su auténtica misión de quedarse en casa cuidando de los niños. Fue abucheado por un grupo de mujeres, de entre las muchas que tuvieron un papel clave en la defensa de la Casa Blanca.

La restauración de las iglesias, que empezó en 1988 va a acelerarse y el arte religioso a florecer. Entre los viejos iconos que podían verse en el funeral había uno de la Virgen envuelta en la- bandera rusa, obra del artista Vadim Poov. "Tan sólo lo he terminado hace unas horas, la pintura no se ha secado del todo", comentaba, mientras lo exhibía a la multitud.

Aunque sólo una pequeña parte de la población rusa, fundamentalmente mujeres de edad, acude a la iglesia regularmente y sigue el estricto calendario religioso, la mayoría de los rusos dirá que sus raíces están en la ortodoxia. De pronto la religión está de moda, la Iglesia es un símbolo nacional de primer orden, y ello no escapa a Yeltsin, un antiguo miembro del aparato que ahora paga su tributo a la fe. A cambio, el pueblo, con una tendencia inquietante a divinizar la autoridad, le aclama como a un dios. Las mujeres de mediana edad que le han seguido desde un principio llevan un retrato suyo con un halo, como el icono de un santo. Nina, una mujer de la limpieza, ha llegado a verlo en sueños: "Vestía una preciosa camisa blanca, no pude volver a dormirme de la alegría".

Copyright: The Independent / EL PAÍS

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