Resignación en Chamartín

JAVIER CASQUEIRO, Medianoche en Chamartín. Han pasado ya cinco horas desde que se recibió la última amenaza sobre las vías ferroviarias españolas y en la principal estación de España, Madrid-Chamartín, hay 200 personas, unas 35 empleadas directa o indirectamente por Renfe, y los demás afectados por los retrasos en las salidas o llegadas de los trenes. En los asientos, en la atiborrada isleta de información general y en la taquilla de atención al viajero, resignación. Es la actitud clave.

Un total de 18 expresos de largo recorrido tendrían que haber salido desde la nueve de la noche, pe...

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JAVIER CASQUEIRO, Medianoche en Chamartín. Han pasado ya cinco horas desde que se recibió la última amenaza sobre las vías ferroviarias españolas y en la principal estación de España, Madrid-Chamartín, hay 200 personas, unas 35 empleadas directa o indirectamente por Renfe, y los demás afectados por los retrasos en las salidas o llegadas de los trenes. En los asientos, en la atiborrada isleta de información general y en la taquilla de atención al viajero, resignación. Es la actitud clave.

Un total de 18 expresos de largo recorrido tendrían que haber salido desde la nueve de la noche, pero ninguno ha podido cumplir su horario. Son muchos más, sin embargo, los trenes que cubren distancias cortas y de cercanías y que no llegarán a su hora. Renfe ha dispuesto itinerarios alternativos y nueve autobuses para llegar a Ávila y Valladolid, pero no es suficiente. Los usuarios, se impacientan y los taxistas proponen viajes negociados para desesperados que se cotizan, por ejemplo, a 4.000 pesetas por persona para llevar a Cáceres a un grupo de tres chicas.

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En la taquilla número 6, la única abierta, se admiten devoluciones y se abonan las indemnizaciones por los retrasos. Un 25% del billete (2.100 pesetas) cobró Emilio Ruiz por aparecer en Madrid dos horas y media más tarde de lo que tenía previsto cuando salió de Valencia en Intercity, pero 5.000 le cobrará ahora un taxi hasta Alcobendas. "Esto es una estafa", afirma indignado.

Se acercan las dos de la mañana, la hora habitual de cierre de la estación, y ésta se va vaciando. Los más desesperados aguantan hasta el máximo, cuando llega el Picasso -el expreso procedente de Málaga que marca el fin de la jornada en Chamartín- y unos 20 despitados hace ya dos horas que duermen en los incómodos asientos de la estación.

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