Editorial:

La otra cumbre

MAÑANA SE inaugura en la ciudad mexicana de Guadalajara la primera cumbre de jefes de Estado y de Gobierno iberoamericanos. El término ha sido escogido para poner de relieve que asisten a la reunión las naciones que formaron parte de la colonización americana de los países ibéricos, España y Portugal. Por ello se entiende mal la reticencia lusa -resuelta a última hora- a hacerse presente en unas sesiones que, por puro peso de número, tienen que ser más hispanohablantes que otra cosa.Precisamente, la razón más inmediata de la cumbre es que en 21 países se habla mayoritariamente uno u otr...

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MAÑANA SE inaugura en la ciudad mexicana de Guadalajara la primera cumbre de jefes de Estado y de Gobierno iberoamericanos. El término ha sido escogido para poner de relieve que asisten a la reunión las naciones que formaron parte de la colonización americana de los países ibéricos, España y Portugal. Por ello se entiende mal la reticencia lusa -resuelta a última hora- a hacerse presente en unas sesiones que, por puro peso de número, tienen que ser más hispanohablantes que otra cosa.Precisamente, la razón más inmediata de la cumbre es que en 21 países se habla mayoritariamente uno u otro de los dos idiomas, castellano y portugués. En ese sentido, existe realmente una comunidad (paradójicamente, dispar) cultural que justifica este intercambio de opiniones, este cruce de influencias, este comercio de los posicionamientos políticos. Las comunidades de naciones se basan hoy día en conceptos que más tienen que ver con el alma que con la identidad de miras. No son capaces de desplazar los enfrentamientos ideológicos o los intereses económicos, pero sí son susceptibles de hacer que salgan a la luz y se discutan con franqueza. La célebre Commonwealth británica nació cuando todavía existía un imperio en el que el Reino Unido ejercía considerable influencia política y militar y controlaba el comercio. Hoy, Londres no influye más que muy remotamente en el acontecer político de estos Estados, y sus contactos económicos se encuentran muy mediatizados por los compromisos impuestos al Reino Unido por su pertenencia a la CE.

Lo mismo ocurre con la francofonía, integrada por antiguas colonias de Francia, en las que la vieja metrópoli ejercita un sólido grado de imperialismo cultural. Con habilidad, por otra parte, gracias al Acuerdo de Lomé, París ha sido capaz de integrar a los países africanos de este conjunto en los proyectos de desarrollo de la CE.

El momento histórico de Latinoamérica coincide con un florecimiento extraordinario de la democracia y una lamentable situación económica. Por tanto, es bueno que 21 países puedan empezar a hablar desde la libertad al unísono, aun cuando matizadamente; al fin y al cabo, por ejemplo, la democracia de Colombia no es comparable a la de Guatemala, y ningún delirio de la imaginación podría hacer que se considerara a Cuba como país libre (por cierto, la presencia de Fidel Castro en Guadalajara es un elemento político de primera magnitud). Sin embargo, no debe esperarse de la cumbre de Guadalajara un gran acuerdo tras el que se constituya un conjunto homogéneo que se dispone a actuar de consuno en la esfera internacional, como si se tratara de un nuevo Grupo de Países No Alineados.

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Portugal y España tienen con comunidades no latinoamericanas compromisos políticos, estratégicos y económicos que no les permiten excesivas veleidades extraeuropeas. México se integrará con más gusto en la unión aduanera que proponen EE UU y Canadá que en el mercado común centroamericano. Los problemas económicos y políticos de Argentina tienen poco que ver con los de Perú, y menos aún puede pensarse que son equiparables los posibles remedios.

La cumbre iberoamericana fue sugerida por el Gobierno español con la vista puesta en la celebración del V Centenario. Una buena idea que había de permitir un encuentro institucional de todos los países directamente afectados por el fenómeno de los viajes colonizadores de España y Portugal. Razones de delicadeza política (y cierto pudor antiimperialista) aconsejaron que se aceptara que la primera de estas reuniones se celebre en México. Es una excelente manera de reconocer que España no debe ceder a tentaciones de estéril protagonismo; todo lo más, hablar seriamente en el idioma que llevó al continente, buscar dar voz a las preocupaciones conjuntas y llamar la atención del mundo.

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