Tribuna:

Una ambigüedad calculada

Hay noticias que no son lo que aparentan, y hay publicidades que no quieren aparentar que lo son. Es posible que los expertos en mercadotecnia calculen que la consigna o el mensaje publicitario presentados como información tienen más impacto que lo que se presenta como lo que es. Nunca se sabe. Pero lo que es seguro es que el Libro de estilo de EL PAÍS en su primer capítulo -Principios, apartado 1.30- señala que la publicidad siempre estará diferenciada tipográficamente de los textos elaborados en la redacción. Los tipos de letra reservados para las informaciones no pueden ser utilizado...

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Hay noticias que no son lo que aparentan, y hay publicidades que no quieren aparentar que lo son. Es posible que los expertos en mercadotecnia calculen que la consigna o el mensaje publicitario presentados como información tienen más impacto que lo que se presenta como lo que es. Nunca se sabe. Pero lo que es seguro es que el Libro de estilo de EL PAÍS en su primer capítulo -Principios, apartado 1.30- señala que la publicidad siempre estará diferenciada tipográficamente de los textos elaborados en la redacción. Los tipos de letra reservados para las informaciones no pueden ser utilizados en la publicidad. Los anuncios cuyo diseño se asemeje a las columnas de un periódico deberán incluir en la cabecera la palabra "Publicidad".Una doble página que aparece en El País Semanal de este domingo 7 de abril, y cuya reproducción ilustra este artículo, entra de lleno, en opinión del Ombudsman, en los supuestos que contempla el apartado 1.30. El anuncio, pese a incluir en la cabecera la palabra publicidad, está diseñado deliberadamente para que parezca una de las secciones habituales de este suplemento. Y con una ambigüedad perfectamente calculada, lo consigue.

La paradoja de criticar este tipo de prácticas es que, inevitablemente, se recaba mayor atención para los anuncios que utilizan estas técnicas. Vivimos sumergidos en la publicidad y la propaganda, y casi todos hemos sido cautivados, cuando no seducidos, por sus hallazgos semánticos y narrativos. En un mundo confuso en el que las fronteras entre propaganda, información y publicidad son cada vez más borrosas, los consumidores de información deben hacer un esfuerzo constante para descodificar los mensajes. Y aquellos medios de comunicación cuyo fin sea el de servir a sus lectores deben facilitar esa tarea. Ése y no otro es nuestro más firme y honesto orgullo profesional.

Lenguaje crítico

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José Carlos Capel, crítico gastronómico de este diario, decía de un plato de huevos que sirven en un restaurante madrileño que "podría servir de plato de cumpleaños en alguna institución benéfica". El tono de las palabras de Capel, que se extendía en otras consideraciones desdeñosas, provocó la indignación de los responsables del negocio, que escribieron al diario ofendidos por el tono empleado. Los responsables del restaurante agradecían en su carta que su casa hubiera sido seleccionada, pese a la crítica adversa. Lo que planteaban en el fondo era un problema de límites, y hasta qué punto el crítico, en el libre ejercicio de su función, puede transgredirlos hasta incurrir en un desprecio injurioso.

La queja de los hosteleros tiene sentido en relación con el tono que emplea habitualmente este diario, donde no es corriente que los críticos -Capel entre ellos- se dejen arrastar por los términos desdeñosos, la descalificación o el insulto. Con las palabras se hiere y se halaga, pero ni la adulación ni el insulto están recomendados en el arsenal dialéctico de este diario. Cuestión de estilos.

Carceleros, no

Y a ese estilo se acoge Antonio Antón Acevedo, responsable del departamento de UGT-Prisiones de Asturias, para solicitar que el diario no haga referencia a los funcionarios de prisiones como "carceleros", término que ha sido utilizado recientemente en algunas informaciones.

"No se nos oculta el poderoso carácter descriptivo de la palabra, tentador para cualquier crónica periodística, como también somos conscientes del hecho de que hay funcionarios de prisiones que lo son, y les encanta, verdaderos carceleros, y por consiguiente tal nombre les cuadra. Sin embargo, para la mayoría de los que trabajamos en las cárceles, esa palabra nos resulta particularmente ofensiva y denigrante, y no retrata para nada nuestra labor, más allá del fácil y falso estereotipo transmitido por el cine y los medios de comunicación".

"Porque para nosotros", señala más adelante en su carta, "llamarnos carceleros es casi un insulto, nos gustaría contar con su colaboración", y aunque son conscientes de las dificultades semánticas que tiene el especificar su trabajo de funcionarios de prisiones, "les rogaríamos que obviasen el susodicho término".

La infancia no existe

El pasado miércoles un titular de este diario señalaba: La infancia no existe en España, según Asuntos Sociales. Varios lectores llamaron al Ombudsman para preguntar si el titular era falso o sensacionalista, o las dos cosas.

La responsable de la sección de Sociedad, en la que se publicó tan espectacular titular, señaló al Ombudsman que tanto éste como la información recogían fielmente las palabras del director general del ministerio, Juan Carlos Mato, que presentó una campana de publicidad a favor de la infancia: 200 millones se gastará el ministerio en anuncios pidiendo que se escuche a los niños.

Alguien dijo que nadie es viejo mientras no pierde su capacidad de asombro; si eso fuera verdad, los periódicos regalamos juventud.El teléfono directo del Ombudsman es el 754 45 53 de Madrid.

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