Cartas al director

Cuestión de fechas

Eduqué a mis hijas en el diálogo. Nunca acepté que resolvieran sus diferencias con violencia. Les enseñé que razonar es mejor que gritar, que convencer es mejor que imponer.Intenté inculcar en mis alumnos el espíritu crítico pero constructivo, la convicción de que las diferencias entre profesores y alumnos se resuelven hablando, la necesidad de cooperación para llevar adelante cualquier empresa humana.

Escribí en papeles destinados a profesores que se debe promocionar la actitud de comprensión hacia otros pueblos y culturas, el respeto y la solidaridad hacia distintas formas de pens...

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Eduqué a mis hijas en el diálogo. Nunca acepté que resolvieran sus diferencias con violencia. Les enseñé que razonar es mejor que gritar, que convencer es mejor que imponer.Intenté inculcar en mis alumnos el espíritu crítico pero constructivo, la convicción de que las diferencias entre profesores y alumnos se resuelven hablando, la necesidad de cooperación para llevar adelante cualquier empresa humana.

Escribí en papeles destinados a profesores que se debe promocionar la actitud de comprensión hacia otros pueblos y culturas, el respeto y la solidaridad hacia distintas formas de pensar y de actuar.

Todo lo hice convencida, ingenuamente, de que ésos eran los valores de mi cultura, de mi civilización, de la que me sentía orgullosa y satisfecha. Una civilización racional y humanitaria. Solidaria.

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El día 17 de enero comprendí con amargura que me había e quivocado. Ésos no eran los ideales de mi cultura, sino todos los contrarios: arrogancia, enfrentamiento, incomprensión, destrucción. Las vanas razones dadas para justificar lo injustificable me hundieron aún más en el abatimiento.

Desde hoy seguiré enseñando, o intentando enseñar, lo mismo que enseñaba; pero ya sé que no son los valores de Occidente o, mejor dicho, de sus dirigentes, sino los míos propios... y los de cientos de miles de personas. Yo también creí que el Norte era el Sur...- .

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