El apretón de manos fugaz

James Baker y Tarek Aziz, tres horas después de desayunar en sus respectivas suites, ofrecieron al mundo el único gesto amistoso de dos países al borde de la guerra. Fue un gesto tan deseado como puramente formal. Cegados por las luces de las cámaras de televisión y los flashes de los fotógrafos, el ministro iraquí, con una media sonrisa, y el secretario de Estado norteamericano, con la seriedad de quien tiene la misión de asustar, se estrecharon fugazmente la mano en la sala de Naciones del hotel Intercontinental de Ginebra. A continuación se cerraron las puertas y comenzó la reunión d...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

James Baker y Tarek Aziz, tres horas después de desayunar en sus respectivas suites, ofrecieron al mundo el único gesto amistoso de dos países al borde de la guerra. Fue un gesto tan deseado como puramente formal. Cegados por las luces de las cámaras de televisión y los flashes de los fotógrafos, el ministro iraquí, con una media sonrisa, y el secretario de Estado norteamericano, con la seriedad de quien tiene la misión de asustar, se estrecharon fugazmente la mano en la sala de Naciones del hotel Intercontinental de Ginebra. A continuación se cerraron las puertas y comenzó la reunión de 19 personas con una abrumadora responsabilidad (dos mujeres entre los colaboradores de Baker y cinco bigotes en la delegación iraquí).Tres horas antes del inicio del encuentro, James Baker -de quien su mujer, Susan, dice que no goza de un sueño tan profundo como antes de la ocupación de Kuwait- había pedido un consistente desayuno continental en su suite de 250 metros de la planta l8ª: café, zumo de naranja, tortilla, tostadas y dos salchichas de propina.

Más información

Aziz, hora y media después, fue más frugal en su primera colación: degustó una tortilla francesa y un café. En la cocina del hotel, un policía iraquí y otro estadounidense para evitar que las tortillas y las salchichas fueran sazonadas con cianuro. Antes de acostarse, Aziz pudo asomarse a la ventana de su suite de 80 metros cuadrados en la planta l4ª, y desde allí divisar la Embajada de Kuwait.

Una pequeña concentración de pacifistas y madres de soldados franceses en el Golfo acompañó a las afueras del hotel el desayunó de los negociadores de Estados Unidos, que llegaron con un camión de equipaje y un equipo logístico de 100 personas, y de los representantes iraquíes, integrado por 15 funcionarios de seguridad. La protesta sólo duró unos minutos, el tiempo justo para que la policía suiza requisase en varios vehículos manifiestos y manifestantes.

100 cartas infantiles

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

El departamento de télex y teléfonos del hotel abrió dos casilleros con dos nuevos nombres, Baker y Aziz, y en ellos se depositaron más de 100 cartas de niños que piden paz y mensajes de quienes se aterrorizan ante la eventualidad de un estallido bélico. Ayer, en tropel, periodistas kuwaitíes, israelíes, iraquíes o norteamericanos pugnaban por una línea telefónica o una filtración con la misma pasión que sus gobernantes disputan la soberanía o el destino del emirato invadido.

En su almuerzo, los dos jefes de delegación fueron frugales: Baker comió salmón

fumé, un club sandwich, flan y agua; Aziz, pescado a la plancha, ensalada y agua. Agua en abundancia para todos, por supuesto.

Archivado En