Editorial:

El futuro de Chad

DESDE QUE Chad obtuvo la independencia de Francia, en 1960, su historia ha sido una concatenación de rencillas provocadas más por ambiciones personales que por disensiones tribales o religiosas. Sobre tales tensiones se superpusieron además las ambiciones hegemónicas de Libia y el interés del Gobierno de París en defender su antigua colonia y en impedir la expansión del coronel Gaddafi.Existía una larvada guerra civil entre los musulmanes del norte y los cristianos del sur casi desde el momento de la independencia. Pero en 1973, el Frente de Liberación Nacional de Chad (Frolinat) internacional...

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DESDE QUE Chad obtuvo la independencia de Francia, en 1960, su historia ha sido una concatenación de rencillas provocadas más por ambiciones personales que por disensiones tribales o religiosas. Sobre tales tensiones se superpusieron además las ambiciones hegemónicas de Libia y el interés del Gobierno de París en defender su antigua colonia y en impedir la expansión del coronel Gaddafi.Existía una larvada guerra civil entre los musulmanes del norte y los cristianos del sur casi desde el momento de la independencia. Pero en 1973, el Frente de Liberación Nacional de Chad (Frolinat) internacionalizó el conflicto al enrolar la ayuda libia para establecer sus reales en la franja de Auzu, en la frontera septentrional, y desde allí hacer la guerra al Gobierno de Yamena. El interés libio se explica, entre otras cosas, por el hecho de que la región de Auzu es rica en uranio.

Hissène Habré tomó el poder en junio de 1982, desplazando a su antiguo protector Gukuni Uedel. Ambos habían sido miembros del Frolinat. La guerra se libraba, sin embargo, más contra las tropas libias asentadas en la franja de Auzu que entre facciones de la política chadiana. La creciente intervención del Ejército francés respondió más al deseo de cerrar el paso a Gaddafi que al de asegurar la calma en Chad. Pero, por razones fundamentalmente políticas, a partir de 1984, franceses y libios se mantuvieron a respetuosa distancia, enseñándose los dientes, pero intentando no encontrarse en el campo de batalla. La guerra civil proseguía de forma esporádica; algún alto el fuego supervisado por la Organización de Estados Africanos y algún plan de paz sin eficacia real enmascaraban la búsqueda de posiciones de fuerza por los beligerantes.

Hace año y medio, uno de los protegidos de Habré, el general Idriss Déby, héroe de la guerra contra Libia, tuvo que refugiarse en el vecino Sudán. Desde allí se lanzó a la conquista del poder. El domingo pasado tomó la capital, Yamena, y forzó la huida de Habré. Lo importante es que lo haya hecho sin obstaculización visible de Francia -más bien con su complicidad- y apoyado en una evidente ayuda de Libia. Así, el cielo de 25 años de guerra ha sido cerrado. Todos parecen satisfechos. La paz es finalmente posible: no es descabellado pensar que Libia se retirará de la franja de Auzu y que poco después lo hará Francia de la capital. Los sueños hegemónicos de Gaddafi, seriamente reducidos desde que Trípoli fuera objeto de una incursión de castigo por parte de la Aviación de EE UU, dejan así de obstaculizar la estabilidad del norte de África. Un hecho fundamental si se quiere que el Gran Magreb con que sueñan los líderes de los países que lo integran resulte viable en el futuro.

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