Tribuna:CAMBIO DE GOBIERNO EN EL REINO UNIDO

La sucesión de Thatcher

Los ciudadanos británicos han podido asistir a la sustitución de su primera ministra sin haber tenido ocasión de opinar con su voto acerca del cambio y, por primera vez en el presente siglo, como resultado de luchas internas entre los diputados del propio partido en el poder. Efectivamente, Margaret Thatcher ha dejado el cargo sin haber perdido ninguna elección popular y después de haber salido vencedora de una moción de censura de la oposición laborista. Pero lo más notable es que en la votación de los diputados conservadores que le enfrentó el martes de la pasada semana a Michael Heseltine o...

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Los ciudadanos británicos han podido asistir a la sustitución de su primera ministra sin haber tenido ocasión de opinar con su voto acerca del cambio y, por primera vez en el presente siglo, como resultado de luchas internas entre los diputados del propio partido en el poder. Efectivamente, Margaret Thatcher ha dejado el cargo sin haber perdido ninguna elección popular y después de haber salido vencedora de una moción de censura de la oposición laborista. Pero lo más notable es que en la votación de los diputados conservadores que le enfrentó el martes de la pasada semana a Michael Heseltine obtuvo 19 votos más que los que consiguió siete días después John Major frente al mismo rival (204 y 185, respectivamente). Teniendo en cuenta además que Major fue un casi improvisado delfín de la misma Thatcher cuando ésta dimitió, no es nada arriesgado suponer que, en una votación entre ambos, la primera ministra saliente haría llevado claramente las de vencer.La posibilidad de tales paradojas procede de dos peculiares factores institucionales de la política británica: el bipartidismo originado en el sistema electoral mayoritario, que reduce drásticamente las posibilidades de elección de los ciudadanos entre diversos candidatos y las deja en manos de los políticos, y el particular procedimiento de votación para designar al líder conservador, el cual favorece -como ahora se ha visto- las maniobras y los votos estratégicos de quienes participan en él. El actual procedimiento fue adoptado hace 25 años como expresión de una voluntad de democratización del Partido Conservador, en el que antes solía emerger un líder del pequeño grupo de notables conocido como círculo mágico. La designación en 1963 por el enfermo Harold Macmillan del improbable sir Alec Douglas Home como sucesor movió a establecer este nuevo sistema de elección por los diputados. Se basa en una primera votación en la que se requiere una mayoría cualificada (con un 15% de votos de ventaja), una segunda en la que sólo se exige la mitad más uno de los votos, y una tercera para la que está establecido el voto único transferible (también llamado voto alternativo o voto preferencial). Así fueron elegidos Edward Heath en 1965 y Margaret Thatcher 10 años después, en ambos casos estando el partido en la oposición.

Ordenar las preferencias

Pero sólo ahora un líder conservador ha sido sustituido estando el partido en el Gobierno. Aunque, como hemos insinuado, John Major podía ser menos preferido que Thatcher y era sin duda más rechazado que el ministro de Exteriores Douglas Hurd, y pese a que no obtuvo la necesaria mayoría absoluta en la segunda votación, quedó claro que habría ganado la tercera. El voto único transferible previsto en ella fue ideado en 1859 por el jurista inglés Thomas Hare como un sucedáneo de la representación proporcional para los países con sistema electoral mayoritario, y así ha sido utilizado en elecciones en algunos países de la Corrimonwealth, como la República de Irlanda, Irlanda del Norte, Australia, Malta y Tasmania. El procedimiento requiere que cada uno de los electores -en el presente caso, los diputados conservadores- ordene en una sola papeleta a los diversos candidatos según sus preferencias, de modo que si ninguno de éstos obtuviere una mayoría absoluta de primeras preferencias se distribuirían las segundas preferencias de quienes hubieran votado al candidato con menor número de votos entre los demás. El procedimiento tiende a producir un resuItado de relativo consenso, ya que con él no puede ganar, por ejemplo, un candidato que sea el preferido en primer lugar por una mayoría relativa pero que sufra también un amplio rechazo. En general, vence aquel que ocupa una posición media más elevada en las preferencias de los electores. En ello confiaba ahora Douglas Hurd, de quien todo parece indicar que era efectivamente el candidato que habría sumado un número mayor de primeras y segundas preferencias. Ésta es también la característica del procedimiento que explica que sea usado en algunos premios literarios, como el Goncourt y el Nadal, en los que se pretende que gane un texto que pueda ser medianamente aceptado por un gran número de lectores con gustos variados y por ello venda más ejemplares que otro, tal vez de mayor calidad, que podría ser más intensamente preferido por un grupo menor. Pero el mayor inconveniente de tal procedimiento es -como hemos dicho- que induce al voto estratégico, es decir, a la manipulación o falseamiento de sus preferencias por el votante, como ha ocurrido en la presente ocasión.

La conspiración empezó nada más que Geoffrey Howe anunci6 su dimisión. Al poco de que Heseltine presentara su candidatura a premier, Hurd realizó unas sutiles declaraciones en las que advirtió que se presentaría como candidato en la segunda votación si Thatcher era derrotada en la primera. Ahora se observa con claridad que ese anuncio movió a un significativo número de diputados seguidores de Hurd a votar estratégicamente para perjudicar a Thatcher y forzar una segunda votación: los 16 que se abstuvieron y 21 de los que votaron inicialmente a Heseltine debían de ser en realidad partidarios de Hurd, a quien dieron el sufragio el martes pasado. Las cifras son notables si se tiene en cuenta que Thatcher habría obtenido el requerido 15% de diferencia con su rival con sólo que dos de los diputados que dieron su voto a Heseltine se lo hubieran dado a ella. Una vez conseguido así el paso a la segunda votación, 12 de los 21 ministros de Thatcher le presionaron para que se retirara y tres de ellos -que luego actuaron abiertamente como partidarios de Hurd- amenazaron incluso con dimitir si no lo hacía. Algunos diputados que decían haber votado a Thatcher en la primera votación anunciaron entonces que votarían a Heseltine en la segunda, pero, a la vista del menor número de votos que luego obtuvo éste, parece claro que la amenaza era un bluff: sin duda, algunos de esos thatcherianos sedicentes se habían abstenido o ya habían votado a Heseltine en la primera ocasión.

Alejamiento electoral

Pese a haber forzado así la dimisión de Thatcher, el posible candidato del consenso, Hurd, quedó eliminado tras la segunda votación. Si bien contaba con el apoyo de una gran mayoría de las segundas preferencias, quedó el tercero en unas primeras preferencias polarizadas -quizá también con refuerzo de voto estratégico- entre Major y Heseltine. Y dado el previsible traspaso de la mayor parte de los votos de Hurd hacia Major que se habría producido en la tercera votación, quedó claro para todos que Heseltine no podía ya vencer.

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La designación de un nuevo primer ministro no sólo no obliga a la celebración de nuevas elecciones en el Reino Unido, sino que, por el contrario, las aleja del horizonte de los próximos meses. Puede ahora observarse como, en un sistema bipartidista, las luchas internas de los partidos sustituyen a la competencía electoral entre partidos a la hora de decidir la línea general del Gobierno, al tiempo que un número muy reducido de personas puede alterar notablemente la decisión colectiva, siempre en un sentido más bien arbitrario. Como ha dicho estos días un politólogo británico, el azaroso sistema de votación del Partido Conservador no es más que una válvula de escape: por ella se expelen las tensiones acumuladas por un sistema de repesentación que casi siempre da una mayoría parlamentaria a una minoría electora.

Josep M. Colomer es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Barcelona.

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