Cartas al director

Huir del dogmatismo

Me temo que el crítico Enrique Murillo se ha pasado de listo (véase el suplemento Libros de EL PAÍS de 28 de octubre de 1990) comentando La fea burguesía (AlFaguara, Madrid, 1990), del difunto Miguel Espinosa. La mínima prudencia intelectual aconseja huir de afirmaciones dogmáticas como de la peste. A Murillo le basta un ejemplo para desmontar 9a agresividad antifascista más simplificadora, y que sólo produce rechazo en el lector" de la mentada obra. Afirma con la audacia propia de la suficiencia o de la juventud que .ni el peor publicitario escribiría eslóganes tan torpes y desp...

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Me temo que el crítico Enrique Murillo se ha pasado de listo (véase el suplemento Libros de EL PAÍS de 28 de octubre de 1990) comentando La fea burguesía (AlFaguara, Madrid, 1990), del difunto Miguel Espinosa. La mínima prudencia intelectual aconseja huir de afirmaciones dogmáticas como de la peste. A Murillo le basta un ejemplo para desmontar 9a agresividad antifascista más simplificadora, y que sólo produce rechazo en el lector" de la mentada obra. Afirma con la audacia propia de la suficiencia o de la juventud que .ni el peor publicitario escribiría eslóganes tan torpes y desprovistos de ambigüedad como los que Espinosa inventa (sic) a fin de desprestigiar a uno de sus personajes ante los ojos del lector: 'Si no tiene a mano nuestra cerveza, mande a su criado a por ella...'. 'No bautice su yate con nuestros vinos, sería una lástima...'. 'Cuando paladee nuestro licor, exija caviar". Pues bien, todos estos eslóganes son rigurosamente exactos y corresponden a la campaña publicitaria que emprendió una marca de cerveza cuyo nombre siento no recordar (algo relacionado con la palabra gold, me parece) en los años setenta, en que con acierto sitúa la probable fecha de redacción del libro. Madrid apareció vallada con tan estúpida campaña... "Si se le ha acabado [aquí el nombre de la cerveza], mande a su chófer a por ella", y se veía al Bautista de turno con levita al lado de un Rolis-Royce; así como lo del caviar (en alusión al champaña) o lo del yate, presuponiendo que la tal cerveza sólo se la podían permitir los privilegiados del mundo. Recuerdo, ante tanta estupidez, que mi hermano y yo nos juramentamos en jamás probar semejante brebaje. Lo que debieron de decidir igualmente los sensatos amantes de la cerveza, pues rápidamente desapareció de circulación tal exquisitez. Como puede apreciarse, la estupidez humana (de publicitarios, críticos y de todo bicho viviente) no conoce límites. Sirva la anécdota como reflexión de la responsabilidad que contrae cualquiera que se aventura en el noble arte de la escritura, incluidos los críticos que critican cuanto ignoran- Facultad de Ciencias Políticas y Sociología. Universidad Complutense de Madrid.

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