La ruptura del cascarón

Miles de adolescentes españoles se liberan cada verano de sus familias con la excusa del inglés

Unos 80.000 adolescentes españoles emprenden cada año en verano un viaje de estudios a Inglaterra, Irlanda o EE UU para aprender inglés, según la Asociación Española de Promotores de Cursos en el Extranjero (Aseproce). A su regreso, afirman que han mejorado su conocimiento del idioma, pero en realidad la experiencia les ha servido para desligarse por un tiempo de los fuertes lazos familiares. Como dice Rafael Ortiz Cañavate, madrileño de 18 años, "lo mejor de estas estancias lingüísticas es que aprendes a desenvolverte por ti mismo. No hay nadie junto a ti para decirte lo que debes hacer".
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Unos 80.000 adolescentes españoles emprenden cada año en verano un viaje de estudios a Inglaterra, Irlanda o EE UU para aprender inglés, según la Asociación Española de Promotores de Cursos en el Extranjero (Aseproce). A su regreso, afirman que han mejorado su conocimiento del idioma, pero en realidad la experiencia les ha servido para desligarse por un tiempo de los fuertes lazos familiares. Como dice Rafael Ortiz Cañavate, madrileño de 18 años, "lo mejor de estas estancias lingüísticas es que aprendes a desenvolverte por ti mismo. No hay nadie junto a ti para decirte lo que debes hacer".

Aparte de los tópicos sobre la comida y los horarios, sus impresiones son muy distintas según el país de acogida. Unos recuerdan las relaciones difíciles con los jóvenes ingleses, otros, la hospitalidad de los irlandeses y los más mayores hablan de un insólito Estados Unidos que no sale en los seriales de televisión: una América rural y subdesarrollada, pese al microondas.Estados Unidos es el destino de los estudiantes más mayores. María José Muñoz, una chica de 17 años que vive en Las Rozas (Madrid), estuvo este año en Murrieta, una pequeña ciudad californiana ubicada entre San Diego y Los Ángeles. Ha sido su primer contacto con el californian way of life: "En mi familia me trataban como una hija más. Incluso me daban dinero por efectuar algunas tareas, como cortar el césped". Y con los espejismos del american dream: "Fui a Hollywood y vi al doble de Jack Nicholson; a Beverley Hills, donde sólo hay casas de película; a las playas de Malibu y de Venice...". María José hojea el álbum de fotos. Ahí está, con Blancanieves y Mickey Mouse, Pluto y Goofy, en el recinto de Disneylandia: "Es muy difícil pillarles para sacarse una foto con ellos, ¡pero yo lo conseguí!", dice con alegría infantil.

Tan kitsch y de relumbrón como la fantasía es la realidad: "La gente, incluso mayor, va vestida todo fosforito. Y es voluntario, porque en las tiendas hay toda clase de ropa' comenta asombrada. Aun así, California es un país de contrastes: "No hay término medio. Las chicas son obesas o esbeltas, horrorosas o guapas". Al final, el aspecto físico no importa mucho: "¿Estás gorda? No hay problema, puedes ser feliz".

A María José le gustan los californianos a pesar de su arrogancia materialista. "No se creían que en España tuviéramos cosas modernas. ¿Tenéis mieroondas?, preguntaban. ¿Conocéis el inando a distancia?".

Federico Ruiz García, un chico de 20 años que estuvo cuatro meses en una granja de Wisconsin, volvió con impresiones similares: "Son gente amable pero bastante bruta. Su mayor distracción consiste en emborracharse los fines de semana. La incultura es tremenda: a mí siempre me preguntaban de qué parte de México era España...".

La noche de los 'hooligans'

Rafael Ortiz, que quiere ser piloto militar, estuvo un mes en Gravesend, una localidad cercana a Londres. "Una ciudad demasiado tranquila", dice, "excepto cuando los jóvenes ingleses se emborrachaban el fin de semana y buscaban bronca". Rafael recuerda la noche de julio en que Inglaterra perdió un partido decisivo contra Alemania en el Mundial de Fútbol: "Un puñado de hooligans atacaron a cuantos extranjeros encontraron en la calle. A un vasco le patearon la cabeza".Tensas son también las relaciones con las chicas inglesas, que pocas veces aprecian la gracia de un piropo y que replican con un taco tan grosero como intraducible, según Rafael.

Ana de la Fuente, santanderina de 14 años, hija de un arquitecto, que comenzará el próximo curso primero de BUP, hace por el contrario hincapié en la urbanidad casi tiránica de los adultos ingleses: "Hay que pedir las cosas de una forma muy educada, si no la gente reacciona mal". Ana también se extraña de la sensibilidad ecológica exacerbada de los ingleses: "Nunca tiran desperdicios en el suelo, aunque tengan que recorrer un kilómetro para encontrar una papelera".

Santiago Chillari, sociólogo y director de la agencia Inglés y Convivencia, invoca otro motivo de asombro para los españoles: "Las inglesas se dejan a veces manosear con facilidad, y los chicos españoles las tratan de prostitutas. Yo procuro hacerles comprender que están acostumbradas a una mayor libertad. La virginidad no es tan importante en Inglaterra como en España".

Pese a que era su primera salida sola al extranjero, Ana se integró sin problemas en la pequeña comunidad de, Broomhall, cerca de Manchester. Entre sus anécdotas inglesas cuenta el haber ganado 20 libras en un concurso de patos en el río, ganancias que compartió con el hijo de la familia donde vivía. "Fue muy divertido, más que cuando me llevaron a una residencia de ancianos a tocar la guitarra...".

A Irlanda suelen ir los más jóvenes. Todos confirman la idea de que, además de ser el más católico, el pueblo irlandés es uno de los más majos que existen. "Había gente cantando en la calle, son muy alegres", recuerda Nagore Calvo, una guipuzcoana de 13 años.

"¿Sois millonarios?"

Salvo en la comida, poco apreciada, Irlanda no tiene nada que ver con Inglaterra. Los jóvenes irlandeses son poco xenófobos: "Te admiten mejor que los Ingleses, y nos llevábamos bien", dice Bruno Morillo, un bilbaíno de 14 años. "Ellos se colaban con nosotros en la discoteca del colegio porque no podían entrar en las discotecas de Dublín".El nivel de vida sorprendió a Nagore: "Es muy bajo. Unos chavales irlandeses, viendo nuestras compras, nos preguntaron si éramos millonarios".

La religión está en todas partes. "Había muchas. estampas e imágenes religiosas en las casas", afirma Nagore. Bruno recuerda una típica escena callejera: "Había una señora que blandía una cruz enorme con un cartel que decía: 'No al divorcio', otra agitaba una hucha y un gaitero tocaba música tradicional".

Es posible que no hayan aprendido mucho inglés, pero la mayoría ha descubierto la libertad de vivir sin los padres pegados a la espalda, y, como dice Ana de la Fuente: "Yo vuelvo el año que viene, cueste lo que cueste, y más tienipo", mientras recuerda la excursión para ver la casa del ex beatle Paul McCartney como una decisión "personal y muy guay"

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