Editorial:

Playas enfermas

ALGUNAS DE nuestras autoridades tienen, felizmente, el valor de cerrar sus playas contaminadas, y hasta de rescatar con espectáculo a los bañistas en riesgo, como se ha hecho en Valencia. Más vale la pérdida económica que el daño humano y el desprestigio. Aunque estas noticias cundan velozmente en los países competidores en la oferta turística. Están ganando, algunos de ellos, una batalla que no entablan contra nuestros paisajes, nuestras arenas o nuestro sol, sino contra nuestra desorganización y contra la codicia de las constructoras que van a matar a esa gallina de los huevos de oro. Carava...

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ALGUNAS DE nuestras autoridades tienen, felizmente, el valor de cerrar sus playas contaminadas, y hasta de rescatar con espectáculo a los bañistas en riesgo, como se ha hecho en Valencia. Más vale la pérdida económica que el daño humano y el desprestigio. Aunque estas noticias cundan velozmente en los países competidores en la oferta turística. Están ganando, algunos de ellos, una batalla que no entablan contra nuestros paisajes, nuestras arenas o nuestro sol, sino contra nuestra desorganización y contra la codicia de las constructoras que van a matar a esa gallina de los huevos de oro. Caravanas sedientas y de nariz pelada, que se sientan en cualquier escalinata a mordisquear una fruta o un bocadillo para calmar el hambre acuciante de la pensión completa, sufren ahora, además, la picajosería de unas algas probablemente también hambrientas, o la contaminación de productos náufragos, o el vertido de las depuradoras, o la sutileza de las medusas. Por el norte, el barro que dejaron las avenidas; por el sur, la amenaza de la mancha de otro petrolero roto.Sobre algunos efectos que se consideran propios del destino, otros muchos se pueden o se podían haber prevenido. Las playas fueron, primero, ensombrecidas por los grandes rascacielos construidos con licencias dudosas, o con complicidades de quienes las dieron; las aglomeraciones así formadas no tuvieron luego los suministros de agua potable o de electricidad que demandaban; ni el acceso por carreteras debido, ni los servicios de sanidad, ni la policía... Fueron ciudades salvajes. Los hoteleros que ahora lloran su ciudad perdida creían, seriamente, que los turistas no comían -por eso estaban tan delgados- y que sus necesidades de reposo se reducían a pequeños habitáculos más bien oscuros -que más les da: se pasan el día fuera, y no hacen siesta-; pero creían también que lo de fuera -sol, mar o verde montaña- tenían que pagárselo a ellos. Todo se hizo por iniciativa privada en un avance como el del salvaje Oeste que nos enseñan las películas; y este nuevo poder, y las divisas por estas exportaciones intangibles o invisibles, movieron a la Administración a crear deprisa y corriendo, tras algunas catástrofes, las infraestructuras. Todo está en el aire, y el precio de España se ha devaluado. Hay Españas más baratas a la luz del sol. Aquí lo barato se ha ido haciendo caro.

Se suma ya desde hace años la impureza del Mediterráneo. No deja de ser extraño que en otros países, incluyendo los recientemente sumados a la curiosidad del viajero, las playas se conserven bien, los hoteles no sean como muelas de prensar el dinero, la amabilidad cunda, los del servicio no tengan la crudeza de los temporeros, y hasta el mar esté más limpio, y las arenas más cuidadas y más vigiladas. Puede ser esa incógnita del destino, que hace acudir hacia nuestras playas algas y medusas junto con restos de la pez de las embarcaciones de pesca. Mientras, la Administración central, las autonomías y los ayuntamientos luchan entre sí sobre quién ha de gastar el dinero y quién ha de llevárselo. Eso sí, algunos ayuntamientos, sobre todo los pequeños, que saben lo que les va en ello directamente -en su bolsillo, no en los grandes números o en las estadísticas- han emprendido ya campañas de saneamiento, limpieza y vigilancia. Los otros tienen que acudir a medidas malthusianas: impedir los baños, guardar las orillas, negar los accesos. Y menos mal, repitamos, que lo hacen así, antes de que cundan infecciones o endemias.

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