Editorial:

Literatura sin historia

DE SUPRIMIRSE el estudio de historia de la literatura española en nuestras universidades e institutos no cabría contradicción más asombrosa con la esperanzadora creación del Instituto Cervantes. La adopción simultánea de ambas medidas denotaría una descoordinación en la política cultural del Gobierno rayana en el absurdo de fomentar la exportación de un producto que, a la vez, se suprime por inútil en el país productor. Es muy presumible que la enseñanza de la historia literaria, perspectiva esencial de la historia de España, esté necesitada de reformas pedagógicas. Hasta es probable que algun...

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DE SUPRIMIRSE el estudio de historia de la literatura española en nuestras universidades e institutos no cabría contradicción más asombrosa con la esperanzadora creación del Instituto Cervantes. La adopción simultánea de ambas medidas denotaría una descoordinación en la política cultural del Gobierno rayana en el absurdo de fomentar la exportación de un producto que, a la vez, se suprime por inútil en el país productor. Es muy presumible que la enseñanza de la historia literaria, perspectiva esencial de la historia de España, esté necesitada de reformas pedagógicas. Hasta es probable que algunos escritores actuales estimen beneficiosa para la literatura en estado puro la devastación del pasado. En todo caso, parece difícil olvidar que la historia de una literatura contribuye fundamentalmente al conocimiento de la lengua en que está escrita. Sin literatura, la lengua se reduce al habla, y el habla cotidiana se empobrece en jergas.Cabe sospechar que en esta supresión anunciada entren en juego factores ajenos a la materia, como podrían ser los estrictamente corporativistas, o gremialistas, en la selva de escalafones de la enseñanza. Tampoco sería extraño escuchar el argumento de que la lectura de los clásicos aburre a los alumnos, y la de los contemporáneos, además, les confunde. La tendencia a rehuir esfuerzo, así sea en el aprendizaje de la trigonometría, de la química orgánica o de los sonetos de Góngora, sólo debe servir de acicate para unos métodos de enseñanza más racionales y útiles, pero nunca para legitimar de un plumazo la ignorancia.

Cuando, por fin, se emprende con el Instituto Cervantes una política cultural de cuya rentabilidad gozan los países más civilizados, resultaría tan paradójico como sórdido que los españoles hubieran de estudiar en una universidad californiana el Quijote. Que en unos años acabarían por leer en inglés.

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