Tribuna:

Funcionarios

La ineficacia de los funcionarios es una de las acusaciones que con mayor ardor propala el resto de la ciudadanía cuando se le desata la demagogia. La ciudadanía no funcionaria siempre ha mirado con recelo a la funcionaria, pues eso de que tenga garantizado el puesto de trabajo molesta bastante; sobre todo si sospecha que el puesto de trabajo no requiere trabajar.Generalmente no es cierto. Son muchos los funcionarios que trabajan duro. Ahora bien, la sospecha no carece de fundamento, pues si la Administración es lenta, ineficaz y hasta absurda, parece lógico que la responsabilidad recaiga en s...

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La ineficacia de los funcionarios es una de las acusaciones que con mayor ardor propala el resto de la ciudadanía cuando se le desata la demagogia. La ciudadanía no funcionaria siempre ha mirado con recelo a la funcionaria, pues eso de que tenga garantizado el puesto de trabajo molesta bastante; sobre todo si sospecha que el puesto de trabajo no requiere trabajar.Generalmente no es cierto. Son muchos los funcionarios que trabajan duro. Ahora bien, la sospecha no carece de fundamento, pues si la Administración es lenta, ineficaz y hasta absurda, parece lógico que la responsabilidad recaiga en sus servidores, los funcionarios.

La verdad no es tan obvia, sin embargo, y requiere matizaciones. La verdad es que los funcionarios están metidos en sus covachuelas para obedecer cuanto manden sus superiores, que no suelen ser funcionarios, pues son políticos. A veces esos políticos mandan con sustancia y mesura, a veces mandan solemnes tonterías, y los funcionarios ejecutan lealmente sus instrucciones, pues tienen asumido el orden jerárquico, que es uno de los fundamentos de la institución funcionarial.

Entre los políticos que mandan están los mesiánicos, una especie particularmente peligrosa. Hay políticos que confunden el Boletín Oficial del Estado con el Eclesiastés, y al ver allí su nombramiento se creen que el Verbo Divino les ha designado para dejar la huella indeleble de su paso por la parcela que administran, así sea la Subdirección General de Lamecurnios y Escuerzos Presupuestarios. En efecto la dejan, pues pasan por ella como un burro por una cacharrería. Luego llega un buen día y les destituyen (lo que es prueba de la existencia de Dios), y se marchan ofendidísimos. Pero allí se quedan los funcionarios, en sus covachuelas, mohínos y desprestigiados, con la única esperanza de que el entrante corrija las burradas del saliente, lo que tampoco suele suceder. Y encima, ganando dos duros.

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