25 son multitud

Felipe González regala un gesto a Alfonso Guerra

Felipe González y Alfonso Guerra se vieron asediados ayer por una multitud de 25 personas. El presidente y el vicepresidente del Gobierno acudieron anoche al Centro de Bellas Artes de Madrid para hacer ejercicio, presentar un libro sobre el PSOE, recibir aplausos y mostrar uno de los elementos más inusuales de la política: el gesto. La multitud de 25 personas, armada de cámaras y videocámaras, micrófonos y magnetófonos, cumplió su desordenado papel y no permitió más que una imagen sin palabras.

La primera impresión de que aquello no empezaba bien llegó cuando los dos dirigentes socialis...

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Felipe González y Alfonso Guerra se vieron asediados ayer por una multitud de 25 personas. El presidente y el vicepresidente del Gobierno acudieron anoche al Centro de Bellas Artes de Madrid para hacer ejercicio, presentar un libro sobre el PSOE, recibir aplausos y mostrar uno de los elementos más inusuales de la política: el gesto. La multitud de 25 personas, armada de cámaras y videocámaras, micrófonos y magnetófonos, cumplió su desordenado papel y no permitió más que una imagen sin palabras.

La primera impresión de que aquello no empezaba bien llegó cuando los dos dirigentes socialistas aparecieron por el portalón de cristales. La multitud de 25 personas había rodeado la puerta del ascensor, pero Felipe González y Alfonso Guerra subieron a pie, superando de uno en uno los 100 peldaños que separan la calle del Marqués de Casa Riera de la cuarta planta del Centro de Bellas Artes. La multitud de 25 personas se apresuró entonces a desplazarse unos metros, arrasando cuantos zapatos y calcetines se interponían en su camino, para rodear a las dos estrellas de la noche. El ascensor quedó solo.

Guerra mostraba un semblante serio. El presidente, en cambio, sonreía divertido ante el espectáculo. Los guardaespaldas desbrozaban el camino.

Las preguntas se entrecruzaron sin acuerdo alguno, como en aquella parodia de Miguel Gila en la que el recorrido del dial a uno y otro lado del aparato de radio ocasiona frases disparatadas. Por fin, González eligió responder a una de ellas para decir: "Alfonso Guerra no necesita mi apoyo".

Es la frase en limpio que los integrantes de la multitud de 25 personas se repiten unos a otros.

El presidente y su brazo derecho consiguen concluir el azaroso recorrido por el vestíbulo de la planta y llegar a la sala donde se va a celebrar el acto. Allí espera un público respetuoso, unos 300 militantes y seguidores -entre ellos una veintena de altos cargos- que han tomado asiento previamente. Les rodean 16 columnas marmóreas, una de las cuales sirve de apoyo al ministro Manuel Chaves, que ha rehusado sentarse.

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Interviene el vicepresidente. Su tono es profesoral, y nadie espera ya ni una palabra que recuerde siquiera el problema que ha llevado allí a los 25 de la multitud: los manejos de su hermano Juan Guerra, enriquecido a la sombra de buen árbol.

Pero Guerra eleva de pronto el ambiente de suspenso al decir que ha acudido allí por "un triple motivo". Los oídos se orientan, y el vicepresidente habla de que está allí como militante, como dirigente del PSOE y como amigo de los autores (los hermanos Carlos y José Martínez Cobo, que han dedicado el libro a narrar las peripecias de los afiliados del partido). La tensión baja. "Pero hay una causa más profunda que me ha hecho acudir", añade Guerra. Y la tensión vuelve a subir. "Estoy aquí", prosigue, "como homenaje a todos aquellos socialistas de los que el libro habla". La tensión vuelve a bajar.

El vicepresidente concluye enseguida sus palabras y escucha 20 segundos de aplausos. Se acabó. Sólo alguien sonreirá luego, cuando uno de los coautores, José Martínez Cobo, explica al público que no ha podido asistir su hermano. Obviamente, el hermano del autor.

Felipe González, que preside la mesa, no pronuncia palabra. Solamente está allí, tras acudir casi de improviso -su asistencia se anunció a última hora-, constituido en simple gesto de apoyo.

Cuando concluye el acto, la multitud de 25 personas vuelve a la carga. Se atropellan, se golpean, se aturullan. Ciertamente, el presidente debía de tener mucho interés por aparecer junto a su amigo Alfonso sabiendo los empujones que le esperaban. El camino es lento. González sonríe de nuevo y las emisoras se entrecruzan otra vez.

Un periodista de la SER, Ernesto Estévez, resignado integrante de la multitud, consigue que le oiga el vicepresidente . "¿Cuándo va a dar usted una conferencia de prensa en condiciones?". El vicepresidente se detuvo un momento, le miró de soslayo, y quedóse callado. Después, fuese y no hubo nada.

La multitud se dispersó ya con rapidez.

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