Tribuna:EL DEBATE SOBRE LAS NACIONALIDADES

Autodeterminación, y democracia

El autor del artículo sostiene que no es cierto el estereotipo muy extendido de que los vascos son un pueblo que exige privilegios y prebendas. Añade que el derecho a la autodeterminación de los pueblos obedece a razones de identidad, de diferencias de unos con otros, y que hablar de su reconocimiento en España en el momento actual 'no es únicamente apelar a un derecho democrático, sino abrir de par en par las ventanas por las que sin duda penetrará el' aire de la historia".

El lector que se acerque a este texto ha oído hablar mucho en los últimos meses sobre la autodeterminación, el de...

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El autor del artículo sostiene que no es cierto el estereotipo muy extendido de que los vascos son un pueblo que exige privilegios y prebendas. Añade que el derecho a la autodeterminación de los pueblos obedece a razones de identidad, de diferencias de unos con otros, y que hablar de su reconocimiento en España en el momento actual 'no es únicamente apelar a un derecho democrático, sino abrir de par en par las ventanas por las que sin duda penetrará el' aire de la historia".

El lector que se acerque a este texto ha oído hablar mucho en los últimos meses sobre la autodeterminación, el derecho de autodeterminación que asiste a pueblos y naciones, reclamado desde diferentes rincones de la Unión Soviética, pero también en otros Estados de la Europa socialista. Más tarde, pero más recientemente, ese mismo derecho ha trascendido las fronteras de la Europa comunitaria como posible vía de la reunificacíón alemana. Al calor de los acontecimientos europeos ha adquirido una intensidad superior esa misma reivindicación secular que catalanes, vascos y gallegos hemos mantenido en el Estado español, pero el que esto suscribe va a referirse particularmente al caso vasco, por razones obvias. El lector de estas líneas, en especial aquel que asiste al caso vasco desde la distancia, encontrará en éstas el contrapunto a lo que oye y lee sobre el mismo, que desgraciadamente las más de las veces nada tiene que ver con la realidad o, si acaso, la similitud de la ficción interesada sobre esa realidad y esta misma son adjudicables exclusivamente a la coincidencia.Ser distintos

Esa ficción interesada pretende, por ejemplo, que los vascos nos acostumbremos a comparecer ante la opinión pública del Estado español como un pueblo que solicita e incluso exige privilegios y prebendas. La realidad, sin embargo, es que los vascos no somos culpables de que el franquismo, regímenes anteriores al mismo e incluso el actualmente vigente vengan educando al ciudadano del Estado español en el sentido opuesto a entender que en éste no existe una única historia, sino tantas como pueblos comprende en su ámbito geográfico. A este fenómeno se agrega la dificultad de tipo teórico para situar al nacionalismo vasco en los esquemas habituales de conformación de los nacionalismos, como fruto de la lucha entre la

burguesía contra el régimen feudal, que es el proceso seguido por la mayoría de los Estados europeos que nos rodean. La misma dificultad que existe para encajar el nacionalismo vasco en el esquema colonial que ha servido para otros pueblos que hoy ya se han dotado de sus propios Estados soberanos. Lo que sucede es que el caso vasco no responde a ninguno de estos esquemas, y quien se empeñe en entendernos a través de ellos jamás admitirá que no pretendemos ser ni mejores ni peores, sino que somos simplemente distintos. Y si a estas dificultades agregamos la facilidad con que aún casi en las puertas del siglo XXI se habla de la sacrosanta unidad de España, tendremos los ingredientes fundamentales de esta historia de incomprensión irresoluta.

Fíjese el lector que en ninguna de las líneas precedentes se ha hablado de independencia. Fíjese que no es la independencia lo que reclamamos los vascos para el momento actual, ni siquiera los que estamos en Herri Batasuna. Es algo más sencillo, y por ello más básico desde una perspectiva democrática. A este respecto, siempre recordamos aquel 27 de marzo de 1978, cuando 18 partidos políticos vascos (todos menos UCD, AP y DC) suscribieron un documento cuyo párrafo cuarto decía textualmente: "La consecución de un estatuto nacional de autonomía para Navarra, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya es una solución urgente que reclamamos como premisa imprescindible para la normafzación de la vida política de Euskadi. La democracia no será plena para nuestro pueblo en tanto que constitucionalmente no se le reconozca su soberanía y el derecho de autogobierno que posibibte la autodeterminación".

"Cuestiones de Estado"

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Este documento, aprobado, entre otros, por el PSOE y, naturalmente, por todos los partidos nacionalistas vascos existentes en ese momento, no sólo se fue al traste, sino que fue volteado por esas extrañas cosas que ocurrían y todavía siguen ocurriendo en Madrid, a las que se les da el nombre de "cuestiones de Estado" y que consisten en que quien decía digo acabe, por ar:e de birlibirloque, diciendo Diego.

El incumplimiento di: ese documento aludido, en términos generales, llevó a los vascos a no aceptar, mayoritariamente, la Constitución española aquel 6 de diciembre de 1978. El mismo estatuto de autonomía aprobado el 25 de octubre de 1979 lo fue por un escaso 52,59% en Álava, 53,56% en Vizcaya y un 55,03% en Guipúzcoa. Navarra ni siquiera fue consultada, como nunca se ha consultado a los ciudadanos navarros sobre el modelo de organización político-juríálica que se les ha adjudicado. El resultado final ha sido un estatuto sin alternativa, que todos coincidían en calificar como de mínimos, aunque a renglón seguide se afir

mara que a través de él "cualquier cota u opción política era alcanzable". Hace un par de meses se celebró -es un decir- su décimo aniversario únicamente con un pequeño acto institucional y prácticamente en las cavernas, todo ello muy significativo sobre el entusiasmo popular que despierta ese estatuto. Henos aquí, pues, con gran debate abierto de nuevo. El único gran problema no resuelto por la Carta Magna ha ocasionado 11 solos de frustraciones, asperezas y crispaciones. Nadie, al morir el general Franco hubiera imaginado que la llegada de la democracia no supondría el reconocimiento, al menos el reconocimiento en un primer período, del derecho para que los pueblos del Estado español, en otro período, pudieran ejercitarlo con el fine de ser lo que ellos quisieran. Eso es, al fin y a la postre, el derecha, de autodeterminación.

Los vascos en general, y los de Herri Batasuna en particular, no creemos que luchar por ello sea antidemocrático. Lo que sí creemos que es antidemocrático es que esta cuestión pretenda solventarse en un contexto de 340 diputados contra 12, o lo que es lo mismo, 37 millones contra dos millones. No debe ser éste el esquema. Resulta más sencillo b uscar un consenso con todos, con todos, subrayo, para que la Carta Magna albergue en su seno ese derecho y para que el modelo organizativo del Estado sea diferente.

Sería preferible, por lo demás, que este consenso se materialice antes del año mágico que todos tenemos en mente, 1993. Las naciones, y los vascos somos una nación, están rebrotando imparablemente en la propia Europa y empiezan a dar razón a los que desde hace muchos años planteamos la idea del nacionalismo moderno, el que se basa sobre las naciones y pueblos de Europa y del mundo, como células transformadoras de la sociedad, superadoras de las desigualdades de todo tipo a las que los sistemas actuales nos han llevado.

La perestroika empieza a darnos lecciones ejemplares, y observen que en la mayoría de los Estados del Este se producen convulsiones, sí, pero aceptadas por el sistema, al margen de que se ponen cimientos para hacer justicia allí donde hay injusticias.

`Perestroika'

Las naciones tienen mucho que decir en el momento actual en esos lugares, pero no sólo en ellos. Todavía estamos por ver cuándo se produce la perestroika occidental, que tanta falta nos hace. Porque Draculescu ha existido, pero hay quienes pudieran ser peores en la medida en que hablan de democracia y derechos humanos sin que ningún escrúpulo les detenga a la hora de arrasar al débil. Obsérvese lo que está ocurriendo en Panamá.

Hablar del reconocimiento del derecho de autodeterminación en estos momentos no es únicamente apelar a un derecho democrático, sino abrir de par en par las ventanas por las que sin duda penetrará el aire de la historia. Mantener esa ventana cerrada bajo la coartada de que así lo determine o no la Constitución, aun en democracia formal, enaniza, valga el término, esa democracia e impide la puesta de largo que posibilitaría su entrada en el club de las democracias que han alcanzado su madurez.

Iñaki Esnaola es diputado electo de Herri Batasuna.

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