INVASIÓN EN PANAMÁ

La caza del norieguista

Operación de busca y captura de los partidarios del depuesto 'hombre fuerte'

La intervención norteamericana contra el general Manuel Antonio Noriega se ha convertido en una verdadera ocupación de Panamá, con detenciones masivas y control político y militar del país. Los marines rastrean todo el país en busca de partidarios del depuesto hombre fuerte. Pese a todo, muchos panameños, probablemente la gran mayoría, respaldan la invasión y reciben a las tropas estadounidenses como fuerzas de liberación

Las patrullas de soldados norteamericanos, mapa en mano, recorren desde hace varios días las calles en busca de casas sobre las que recaen sospechas de albergar a cola...

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La intervención norteamericana contra el general Manuel Antonio Noriega se ha convertido en una verdadera ocupación de Panamá, con detenciones masivas y control político y militar del país. Los marines rastrean todo el país en busca de partidarios del depuesto hombre fuerte. Pese a todo, muchos panameños, probablemente la gran mayoría, respaldan la invasión y reciben a las tropas estadounidenses como fuerzas de liberación

Las patrullas de soldados norteamericanos, mapa en mano, recorren desde hace varios días las calles en busca de casas sobre las que recaen sospechas de albergar a colaboradores del antiguo régimen o de servir como depósitos de armas.Cerca de 5.000 personas han sido ya detenidas, entre ellas muchos civiles y militares conocidos por haber participado en anteriores Gobiernos o, simplemente, por proximidad a Noriega o a Omar Torrijos.

Los camiones con personas esposadas o con las manos atadas a la espalda cruzan con cierta frecuencia las desoladas avenidas de la capital panameña. Muchos han sido recluidos en un estadio de esta ciudad, otros se encuentran en bases militares norteamericanas o han sido trasladados al interior del país.

Ante el total desmantelamiento de las fuerzas armadas panameñas, las tropas norteamericanas se encargan de todas las labores militares y policiales del país, desde el control del tráfico hasta la vigilancia de las instituciones panameñas.

El edificio de la cancillería, donde sesiona el nuevo Gobierno de Guillermo Endara, se encuentra rodeado de alambre de espino y vigilado por tanques y soldados estadounidenses por fuera y dentro de las instalaciones. Varios retenes militares norteamericanos instalados en las afueras impiden el acceso a la capital de cualquier ciudadano panameño que no sea trabajador del canal o tenga autorización especial.

Muchos llevan varios días esperando y durmiendo a la intemperie para poder visitar a sus familiares o volver a sus casas. Los panameños tampoco tienen permiso para abandonar el país, ni siquiera si pretenden hacerlo en los aviones enviados por Gobierno extranjeros para evacuar a sus nacionales. Se han dado casos de familias españolas que tendrán que dejar aquí a sus miembros con nacionalidad panameña. Nada de esto parece importar a una gran mayoría de panameños que felicitan por las calles a los soldados norteamericanos y agradecen públicamente al Gobierno de George Bush que haya intervenido militarmente contra el general Noriega.

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Entre las cenizas

"Si queda alguien con cerebro en este país, pronto tendrá que surgir un movimiento de rechazo a la ocupación", comentaba una joven periodista panameña que veía con sorpresa el respaldo de sus compatriotas a la invasión.

Incluso en el popular barrio de Chorrillos, entre las cenizas de los edificios calcinados por los bombardeos del pasado día 20, la población, de extracción muy humilde, se amontona ante los periodistas para opinar por voluntad propia que Ios norteamericanos nos han liberado de esta mafia que nos gobernaba".

En Chorrillos, donde se encuentra el destruido cuartel central de las Fuerzas de Defensa, todavía huele a cadáver. El espectáculo de destrucción en manzanas enteras recuerda los bombardeos de Berlín. Mucha de la gente que opina ha perdido familiares o amigos, pero no importa. "Éste es el precio que hemos tenido que pagar para librarnos del tirano", opina con entusiasmo una mujer que mira hacia. el interior del cuartel desde los enormes boquetes abiertos en la pared. Decenas de personas se amontonan alrededor para ratificar esa opinión. Un soldado norteamericano nacido en Panamá da instrucciones para que la gente camine por las aceras.

En medio de tanta destrucción y muerte -se calcula que medio millar de civiles han perdido la vida- hay alegría y confianza. La mayor crítica que se puede encontrar es la de que los norteamericanos deberían haber buscado un método menos violento para acabar con Noriega.

Sólo pequeños focos nacionalistas de intelectuales o jóvenes nacionalistas condenan abiertamente lo ocurrido. Pero en cualquier calle de cualquier barrio de Panamá -mucho menos del interior del país-, las posibilidades de encontrar a gente que critique la invasión son bajísimas.

Al contrario, una ola de denuncia y de colaboracionismo se extiende por la ciudad. Desde los balcones, la población señala a los soldados norteamericanos las casas a las que deben de entrar. Ya han sido detenidos algunos personajes célebres en años pasados, como el poeta y militar Chuchú Martínez, antiguo guardaespaldas de Noriega.

El mayor Edgardo López, portavoz de las Fuerzas de Defensa, y algunos de los más destacados jefes militares, como el coronel Marcos Justine, están también en poder de las fuerzas norteamericanas.

Algunos políticos del antiguo régimen se han entregado o han sido detenidos. Como Rigoberto Paredes, uno de los principales activistas del norieguismo, que se entregó a la población de su pueblo de Arraiján después de permanecer cuatro días escondido en la selva, o el ex ministro de Hacienda Mario Rognoni, que se presentó en una base norteamericana. No se conoce con certeza el paradero del ex presidente Rodríguez, pero se cree que permanece en su casa. Otros políticos y militares se encuentran refugiados en distintas embajadas extranjeras.

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