Tribuna:

Un modelo representativo y atípico

Muchos militantes ugetistas se vienen preguntando desde hace meses si en la actual dinámica sindical UGT no acabará siendo respecto de CC OO en el terreno sindical lo que el PASOC es respecto del PCE en Izquierda Unida. Las reflexiones que siguen son un intento de respuesta a esa pregunta.No hace mucho, un comentarista político, de mentalidad progresista por más señas, salía en defensa de un trabajador que había tenido problemas en su empresa preguntándose: ¿y qué quieren que haga un sindicalista si no es armar bronca?, sentenciando con ello lo que a su entender era la quintaesencia del...

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Muchos militantes ugetistas se vienen preguntando desde hace meses si en la actual dinámica sindical UGT no acabará siendo respecto de CC OO en el terreno sindical lo que el PASOC es respecto del PCE en Izquierda Unida. Las reflexiones que siguen son un intento de respuesta a esa pregunta.No hace mucho, un comentarista político, de mentalidad progresista por más señas, salía en defensa de un trabajador que había tenido problemas en su empresa preguntándose: ¿y qué quieren que haga un sindicalista si no es armar bronca?, sentenciando con ello lo que a su entender era la quintaesencia del buen obrar sindical. Quienes creemos que un sindicato debe aspirar a mucho más que a instalarse en el no permanente, comprobamos, no obstante, que últimamente este rasgo, tan apreciado por algunos, parece marcar casi en exclusiva la vida sindical española. Lo preocupante del caso es que, aunque la causa perversa que motiva la situación sea aparentemente la vilipendiada política económica del Gobierno, basta rascar un poco la corteza del fenómeno para encontrar subyacentes preocupantes fenómenos estructurales que pueden consolidar el movimiento sindical español a imagen y semejanza del más frágil de los sindicalismos europeos: el francés. A años luz estaríamos, pues, del modelo sueco, que UGT soñó, y ni si quiera se alcanzaría la situación italiana, que ha venido inspiran do la estrategia de CC OO.

En los últimos lustros del franquismo, y conforme la caldera de la presión social subía en actividad, se fueron abriendo espitas en la misma para evitar su estallido. La más significativa a nivel de fábricas y centros de trabajo fue la creación de los célebres enlaces y jurados, que, progresivamente dotados de competencias, dieron lugar a la celebración de elecciones sindicales. La creación de tales figuras como representantes de los trabajadores buscaba ante todo eludir el reconocimiento de sindicatos libres al margen del sindicato vertical. La figura sería pronto asimilada por el PCE, a cuya estrategia leninista de actuar como levadura en la masa venían como anillo al dedo las elecciones sindicales. CC OO, pronto controlada por los militantes del PCE, articula su existencia misma en torno a la representatividad que las elecciones le conceden. UGT y CNT, venidas de la historia, se resisten a participar en el fenómeno. Llegada la democracia, las elecciones sindicales consolidan su existencia como piedra angular del sistema sindical español y, condicionan por tanto sus rasgos definitorios.

De ahí que el sindicalismo español sea más un sindicalismo de representación que de organización. UGT y CC OO obtienen conjuntamente un 75% de la representación que emana de las empresas que celebran elecciones, pero afilian a poco más del 10% de los asalariados. Las consecuencias que tal hecho produce son múltiples; he aquí algunas:

'Partidos bis'

En primer lugar, y puesto que de captar voto se trata, los sindicatos están sujetos a actuar y moverse como si de partidos políticos bis se tratase, y, además, de partidos que por naturaleza están en la oposición, no en el Gobierno. De ahí que la acción sindical se desarrolle en la esfera de lo público más que en la de lo privado y que la acción sindical se ejercite más en los medios de comunicación que en los centros de trabajo. El Gobierno desplaza a la patronal como adversario y las noticias de Prensa a la acción en los centros de trabajo como que hacer. Con el Gobierno PSOE existente en la actualidad, la capacidad de maniobra política de los sindicatos, y en especial de UGT, se incrementa notablemente. UGT es una de las pocas armas con las que los centros de poder de la derecha, carentes de partidos políticos con posibilidades, pueden aquí y ahora causar daño en la línea de flotación del PSOE. De ahí el protagonismo y cuasi estrellato de los líderes sindicales en los medios de comunicación. Otra cosa será el día que gobierne la derecha.

En segundo lugar, el sistema de sindicalismo representativo supone una enorme debilidad financiera para el sindicato, ya que las cuotas sindicales son pocas y las tareas a ejercer muchas. Al igual que ocurre con los partidos políticos, hoy lo esencial de la financiación sindical proviene por una u otra vía del Estado (locales, liberados, subvenciones-presupuestarias, dietas, etcétera). Insertos en la dinámica, las soluciones a la penuria económica se buscan en la misma vía. Más liberados..., más subvenciones directas o indirectas...

En tercer lugar, y en relación con la estructura interna de los sindicatos, se produce una absoluta primacía de los órganos confederales (por naturaleza, los más políticos) sobre los órganos federales y los sindicatos de base (por definición, más volcados en la negociación colectiva concreta y en los problemas de los centros de trabajo). La confederación controla desde las finanzas hasta la última palabra en el cierre de las negociaciones colectivas.

En cuarto lugar, y como no podía ser menos en un sistema de representación, la negociación colectiva descansa en los comités y se hace para todos los trabajadores, con independencia de su afiliación o no. La mayor parte de los trabajadores se limita a votar -¡y que se le agradezca el voto!-, haciendo recaer sobre los militantes sindicalizados la responsabilidad de defenderle en sus derechos colectivos. La militancia abnegada de tantísimos de ellos sigue manteniendo activa la vida sindical en los centros de trabajo, pero, a medida que la normalidad democrática se ha instaurado, semejante tipo de esfuerzo se revela dificil de mantener.

En quinto lugar, el modelo electoral representativo es un modelo concurrencial por definición, sobre todo cuando existe pluralidad sindical, como es el caso. Los sindicatos están obligados a captar voto, y sus estrategias están -se quiera o no- condicionadas por este factor. El voto que se solicita no es un voto global y ciudadano, sino sectorial y especialmente sensible a posicionamientos demagógicos y corporativos.

Tal estado de cosas intentó ser modificado en el primer mandato del Gobierno socialista con la promulgación de la ley orgánica de Libertad Sindical (LOLS). No fue casual que dicha ley tuviese una durísima tramitación parlamentaria en la que el PCE y la derecha anduvieran juntos y de la mano en la defensa de un modelo de relaciones laborales que creían amenazado por la LOLS. El tiempo y las prácticas sindicales arraigadas demostrarían que tal amenaza era más teórica que real.

Influencia de la LOLS

Los cambios derivados de la LOLS no han provocado una sustitución, aunque sí alguna corrección, en el modelo de relaciones laborales que, salido de los últimos años del franquismo y de la transición, aparece recogido en el Estatuto de los Trabajadores. Pactada entre UGT y PSOE y respondiendo a una filosofía sindical querida en ambas organizaciones, las crecientes desavenencias en el seno del socialismo español han finalizado por hacer desaparecer de la circulación los intentos de cambiar nuestro peculiar sistema de relaciones laborales.

En España, de seguir las cosas como están, podemos adentrarnos en ese indeseable camino en el cual los éxitos sindicales son inútiles porque no tienen traducción política y las victorias políticas de la izquierda no adquieren el calado que las hace irreversibles porque no tienen traducción social.

Comisiones Obreras, que nació como movimiento sociopolítico y tuvo serias dificultades para convertirse en sindicato, ha defendido durante la transición y de forma milimétrica el espacio del PCE, actuando, en el mejor sentido leninista, como auténtica correa de transmisión desde los Pactos de la Moncloa hasta hoy. Ello no le ha impedido, sin embargo, cubrir coyunturalmente el papel que históricamente desempeñara la CNT como sindicato antisistema. Un papel en el que puede permanecer cómodamente instalado mientras el PCE no tenga necesidad de asumir responsabilidades políticas, ya que en él suma su estrategia con la del PCE. Un giro en las necesidades políticas del PCE supondría un giro en la estrategia por parte de la dirección de CC OO, que integra de lleno el Comité Central del Partido.

UGT, por su parte, es heredera de una tradición socialdemócrata en la que sus profundas pero explícitas relaciones con el PSOE se han desarrollado en el equilibrio, ya que si en ciertos momentos se sometió a los intereses del partido, en otros fue el partido el que siguió los postulados de UGT. Durante un siglo, y hasta 1986, siempre hubo varios nombres comunes en las ejecutivas de ambas organizaciones. Su territorio estratégico, por diferencia con CNT antes y CC OO después, fue el de la capacidad de diálogo y el de una concepción reformista en las relaciones laborales.

El actual abandono de su estrategia para sumarse a la de CC OO se produjo alguna vez en relación con CNT, pero nunca contra el PSOE. Asistimos, pues, a un fenómeno nuevo que, al margen de los efectos electorales inmediatos y ya visibles, traerá consigo consecuencias de largo plazo en el modelo de relaciones laborales y de fuerzas sindicales en nuestro país.

La estrategia común de ambas centrales es una postura a la contra que se produce en territorio hasta ahora ocupado por CC OO y que deja al sindicalismo español sin capacidad de conexión con los poderes políticos que democráticamente vienen respaldando los trabajadores españoles. Obviamente, la pagana de tal situación será UGT, que, al perder su espacio, será satelizado por CC OO, perdiendo de ese modo la hegemonía que tanto trabajo costó conseguir.

Justo Zambrana Pineda es militante de UGT y del PSOE.

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