Un hospital en el banquillo

Horas desapacibles en la audiencia de Barcelona. El desangelado pasillo desde el que se accede a la sala de juicios de la Sección Quinta vive el permanente murmullo de más de 50 personas a la vez desde hace tres días. La mayoría de los testigos llevan dos días pendientes del joven agente judicial que, lista en mano, les va llamando. "Peor que las colas de la Seguridad, Social", comenta un director de hospital. "Con la diferencia de que en esta cola no nos jugamos la vida", responde sarcástico un alto cargo de la Generalitat. Éste es el ambiente.La mayoría de los testigos son los jefes de los s...

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Horas desapacibles en la audiencia de Barcelona. El desangelado pasillo desde el que se accede a la sala de juicios de la Sección Quinta vive el permanente murmullo de más de 50 personas a la vez desde hace tres días. La mayoría de los testigos llevan dos días pendientes del joven agente judicial que, lista en mano, les va llamando. "Peor que las colas de la Seguridad, Social", comenta un director de hospital. "Con la diferencia de que en esta cola no nos jugamos la vida", responde sarcástico un alto cargo de la Generalitat. Éste es el ambiente.La mayoría de los testigos son los jefes de los servicios del hospital de Bellvitge, llamados por la defensa de la doctora Ferrán, y en gran parte con agravios que arrojar contra el doctor Capdevila. En la lenta espera de los testigos van desgranando trozos mordaces de la historia de doctor Capdevila, un médico puntero que aceptó dirigir un hospital público, y al que recibieron bien al principio.

Al llegar el momento de entrar en la sala se les notaba incómodos. No les gustaba estar allí y tener que explicar las miserables entretelas burocráticas de las que, en última instancia, dependen vidas humanas. Fueron muy pocos los que no restaron importancia al hecho de que algunos enfermos hayan pagado ya el pato de una situación por la que ellos tanto se lamentan. Al salir, un comentario: "¿Habéis visto qué joven es la presidenta del tribunal?". En la pregunta iba implícita la incomodidad de pensar que toda un profesional pudiera estar en manos de aquellas tres personas que, desde la mesa, acababan de tratarles como si ellos fueran el último paciente de una larga lista de espera, una tediosa mañana de otoño.

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