Cartas al director

Antonio Benedicto, ministro de Allende

Antonio Benedicto era nacido en Zaragoza. Evadido del franquismo, vivió durante un período en Argentina solicitando patria; luego, después de cruzar esas difíciles cordilleras, se hizo chileno, y estaba presente en los muelles de Valparaíso cuando llegó el célebre Winiped lleno de españoles sin patria, entre los cuales, niña aún, desembarcaba Inna, su inseparable y maravilloso pajarito.El 11 de septiembre por la tarde sentimos Isabel y yo moverse una sombra en medio de un viento muy fuerte y agitarse las aguas del lago del Garda; entre las olas y la bruma, también pasó por aquí e...

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Antonio Benedicto era nacido en Zaragoza. Evadido del franquismo, vivió durante un período en Argentina solicitando patria; luego, después de cruzar esas difíciles cordilleras, se hizo chileno, y estaba presente en los muelles de Valparaíso cuando llegó el célebre Winiped lleno de españoles sin patria, entre los cuales, niña aún, desembarcaba Inna, su inseparable y maravilloso pajarito.El 11 de septiembre por la tarde sentimos Isabel y yo moverse una sombra en medio de un viento muy fuerte y agitarse las aguas del lago del Garda; entre las olas y la bruma, también pasó por aquí el corazón destruido de Antonio Benedicto. Luego, de noche, sentimos violines y guitarras, tonos lejanos venidos de otros mundos; probablemente los acantilados verticales que un día acompañaron los sueños de Antonio nos enviaban el alegre temporal.

A mí me tocó conocerle a propósito de una llamada desesperada que me hizo como doble exiliado en Madrid durante una conferencia de solidaridad internacional con Chile. En su juventud perdió España por culpa del franquismo; en su ancianidad, cuando esa rara patria le había adoptado como ministro, tuvo que regresar a España, escapando por segunda vez. Como digo, recibí su llamada porque entre Antonio y yo, desde ese primer minuto, existió una profunda comunicación consanguínea; desde que comencé a comprenderle y a quererle sentí más que nunca el reconocimiento de una nueva patria en él; ambos, sin darnos cuenta, estábamos luchando por readquirir España, amor perdido, la aguja perdida de una brújula inmensa, una patria para nosotros -España tal vez-, probablemente Chile ya no, la muerte nunca más.

Isabel y yo observamos el lago de brumas y sentimos una cortina de soledad, pero al mismo tiempo los quejidos de un tren que se acerca por nosotros, que buscamos incesantemente, entre estas montañas, un perdido pedazo de patria que nos comprenda. Los árboles de estos bosques se levantan hacia el cielo con orgullo y con poder, este paisaje por las mañanas promete incesantemente, tal vez un soplo, una luz que se acerca. Es la conversación de Antonio, es el orgullo de su propia vida y de su propia muerte, escondida dentro de la alegría como una estrella enrojecida y llena de poder, es algo que empuja hacia delante y no hacia la muerte: poderosos brazos que se levantan y que se alegran con tu presencia y que siempre te dicen volverás (¿adónde?). El irónico 11 de septiembre nos llevó a Antonio, pero al mismo tiempo que se sepa que no hubo ninguna ley bajo tierra que sepultara para siempre el grandioso aragonés ministro de Allende. Que se sepa para siempre que España, patria difícil, le reconoció como un héroe y le abrió las puertas de una pequeña casa: un aragonés que vuelve a Aragón, un hijo perdido durante una vida, larga de amarguras y de robos, larga de tristeza y de engaños. Una carcajada en medio de la lluvia para el destino de los políticos. Para mí, que fui su hermano.

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Ahora saldrá el sol y secará esa tierra inmensa engendradora de errabundos de destinos perdidos, de familias perdidas, de sueños inconmensurables imposibles de medir; sobre ella recostada, esta figura impecable, con sus ojos abiertos, seguirá observando los destinos de Chile, su triste tierra de adopción.- Isabel y Gastón Orellana.

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