Tribuna:

La peste

El caballo había conocido a la muchacha en la terraza del picadero y en ese momento del otoño ella se hallaba en su plenitud de oro con una fusta en la mano frente a un refresco de naranja y ambos se habían mirado a los ojos como hacen los seres que están destinados a devorarse. El caballo iba ya ensillado y esa misma mañana estos novísimos amantes comenzaron a salir juntos por la línea de la quebrada, más allá del campo de golf, hasta el bosque de abetos. Durante algún tiempo ese camino fue una interpretación musical: ella lo montaba y el magnífico animal llevaba a la muchacha galopando a tra...

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El caballo había conocido a la muchacha en la terraza del picadero y en ese momento del otoño ella se hallaba en su plenitud de oro con una fusta en la mano frente a un refresco de naranja y ambos se habían mirado a los ojos como hacen los seres que están destinados a devorarse. El caballo iba ya ensillado y esa misma mañana estos novísimos amantes comenzaron a salir juntos por la línea de la quebrada, más allá del campo de golf, hasta el bosque de abetos. Durante algún tiempo ese camino fue una interpretación musical: ella lo montaba y el magnífico animal llevaba a la muchacha galopando a través de una partitura de Vivaldi que formaba colinas y sotos de esmeralda donde siempre quedaba un arroyo sonando detrás. ¿Qué podía hacer aquel caballo si estaba enamorado? Relinchar bajo las estrellas escarchadas. De noche se oía su estremecida voz en el establo, la cual sólo cesaba con la salida del sol. En la oscuridad el caballo tal vez imaginaba a la muchacha cabalgando otro cuerpo en algún aljibe de la ciudad lleno de música y resplandecientes licores y eso llegaba a enloquecerlo, pero al día siguiente ella volvía y entonces el caballo piafando recibía a su novia y juntos de nuevo se perdían. Nunca se había visto una pasión semejante mientras duró.Ayer el caballo fue sacrificado. Dicen que ha sido a causa de la peste, aunque en realidad ha muerto de amor. Había comenzado a languidecer cuando desapareció la muchacha. Ella dejó de ir por el picadero sin decir nada y durante muchas noches el caballo la estuvo llamando antes de que en el establo se presentara el veterinario con una jeringa llena de veneno. Alguien había interpretado erróneamente su dolencia: no era la peste, sino la desesperación, y él aceptó su propia ejecución como la única salida. El veterinario actuó y el caballo echado sobre el heno sintió que el fuego le recorría las venas y en el último instante siguió pensando en aquella muchacha que con él iba a los sotos de esmeralda cabalgando un día y su imagen lo acompañó hasta que el veneno le inundó por completo.

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