Reportaje:

"¿Me hace el favor de la tensión?"

Recorrido por la jornada de 'huelga' de una médica rural en Guadalajara

Tiene Albendiego (Guadalajara) 74 vecinos censados, un río de juguete que serpentea flanqueado por chopos amarillentos, sólidas casas de piedra y una plaza dedicada a un tal Excelentísimo y Reverendísimo Doctor Ricote. A rebato de los toques de claxon de María Ángeles, la médica, van apareciendo allí unos cuantos ancianos y un montón de chuchos. En la plaza hay un consultorio encastrado en el Ayuntamiento, donde la humedad invade la puerta ennegrecida que abre la doctora, las esquinas e incluso los palitos para examinar gargantas. Comenzaba su consulta el pasado jueves, jornada de huelga para ...

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Tiene Albendiego (Guadalajara) 74 vecinos censados, un río de juguete que serpentea flanqueado por chopos amarillentos, sólidas casas de piedra y una plaza dedicada a un tal Excelentísimo y Reverendísimo Doctor Ricote. A rebato de los toques de claxon de María Ángeles, la médica, van apareciendo allí unos cuantos ancianos y un montón de chuchos. En la plaza hay un consultorio encastrado en el Ayuntamiento, donde la humedad invade la puerta ennegrecida que abre la doctora, las esquinas e incluso los palitos para examinar gargantas. Comenzaba su consulta el pasado jueves, jornada de huelga para los médicos rurales en conflicto, en un rincón serrano y despoblado de la provincia.

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Ese día, la doctora Atance estaba oficialmente en huelga, aunque poco después del mediodía, cerró, maletín en mano, la puerta de su fría casa de piedra, en Condemios de Arriba -232 habitantes- donde vive, pero no trabaja. Sus consultas estaban fijadas y no había modo de cambiarlas. Como muchas jornadas desde hace seis años, cuando llegó como médica de Condemios de Abajo, Somolinos y Albendiego, subió a su Corsa blanco y enfiló la carretera hasta Somolinos, unos 15 kilómetros de paisaje mesetario y pino de repoblación.En la casa quedaba Martita, un diablo de un año, al cargo de su padre, Luis, otro médico de 34 años que se gana la vida a base de hacer guardias en un hospital psiquiátrico cercano. "Esto es bonito, ¿eh?", dice ella locuaz y un punto orgullosa. Pronto empezará a señalar futuros ventisqueros y placas de hielos, que a ella y a sus colegas ya les han dado buenos sustos en los crudos inviernos serranos. La zona tiene una altura media de 1.200 metros, según cuenta.

Sus jefes son los alcaldes, quienes, merced a una legislación de los años 50, han de firmarles las vacaciones, los permisos y demás. Gana unas 130.000 pesetas al mes, -"no llegas a fin de mes si no tienes otro sueldo"- parte pagado por el Insalud y parte por la Junta de Castilla-La Mancha. Comparte las reivindicaciones de la huelga convocada por el sindicato, la Federación Estatal de Sindicatos y Asociaciones de Médicos Titulares (FESAMT) y que ese jueves seguirían al menos tres de cada cuatro colegas de su autonomía, y de Extremadura, Aragón, Valencia, Baleares o Castilla y León. Es un veterana del medio rural, donde ha trabajado siempre, desde que terminó su carrera en Madrid, a finales de los 70. María Ángeles es interina, como más del 40% de los 8.069 facultativos titulares y rurales que hay desperdigados por las zonas rurales de España y que atienden a 15 millones de personas. Está pendiente de la oposición que pueda consolidar su puesto. Ella pone el coche, la gasolina, y el equipo básico. Se queja de la falta de oportunidad para formarse.

Colesterol disparado

En Somolinos, la primera estación de su recorrido, entra, como en todos lados, haciendo sonar la bocina para avisar. "Depende del día que sea, ya saben que es el médico, el panadero, el veterinario...". Un moderno edificio es a la vez, escuela, ayuntamiento y consultorio. En la fría sala de espera, adornada con carteles institucionales, aguardan varias ancianas, la población predominante en estos pueblos. "Vemos gente con bronquitis crónicas, artritis, cánceres del aparato digestivo, alcoholismo y muchas depresiones", dice ella, que ha tenido que enfrentarse con dos suicidios. "Y los problemas cardiovasculares: sobre todo la hipertensión. Aquí están los colesteroles disparados", comenta. Y es que el alimento básico de estos pueblecitos, sembrados entre la sierra de la Pela y la del Alto Rey, en el norte despoblado de Guadalajara, es el cerdo. La principal ocupación de sus habitantes es cuidar del ganado. No en vano el manguito del tensiómetro se colocaría una y otra vez en los brazos bicolores de los ancianos, cuyos nombres y problemas se sabe la doctora de memoria. En Somolinos serían tres: "¿Me hace el favor de la tensión?", dice, cortés, Petra, una viuda que ahora paga "el tributo de la soledad, por no tener hijos". Las recetas, casi todas de pensionista, las conserva María Ángeles. Luego la farmacéutica repartirá los medicamentos. "En este pueblo sólo hay tres coches. No hay taxis y sólo un coche de línea diario sale de madrugada hacia Guadalajara, a más de 100 kilómetros, -donde hay un buen hospital- y a Madrid, para regresar entrada la noche. Y las ambulancias tardan hora y media".

Miriam, de ojos azules y cuatro años, espera con su madre para ser reconocida. Es nueva en la escuela y la médica la lleva allí para auscultarla, porque en la consulta hace frío. "Ten cuidado con los pipis (piojos), ya te lo advierto", le dice a la madre.

En el consultorio de Albendiego, a siete kilómetros de Somolinos, es imposible dar la luz debido a la humedad, pese a que está bastante dotado. "Aquí hace tanto frío que suelo pasar consulta en las casas de la gente", dice la médica sin desanimarse. Con bata de guata negra y pañolón, Paula, la primera paciente, se queja de que no tiene apetito. Rompe a llorar. "Es viuda y está sola", dice María Ángeles en un aparte, y le receta "las ampollas de caja azul que abren por los dos lados", un reconstituyente. A la doctora, unos pacientes la tratan como si fuera su hija -la misma Paula le hizo un buen regalo cuando se casó y pretende ahora que la médica acepte 1.000 pesetas "para la cría"- y los más se dejan cuidar y reprender.

Tiene Albendiego también un tonto que pasea su sonrisa autista, los brazos enlazados detrás, al sol del otoño. "Su madre es ciega y su padre alcohólico", asegura la médica, con cara de resignación; un jovencito de 103 años que vive inmerso en suciedad y una centenaria ciega y arrugada, que no llega a los 80. Hipólita, que padece de los nervios, espera con los ojos secos en su cuarto de estar -aparador con espejo adornado de estampitas religiosas, calendarios de propaganda que traen la imajen lejana del mar- que María Angeles infle el manguito del tensiómetro.

Vino y colonia

El juez de paz del pueblo, Diego, levanta, en su propia casa, la pierna ceñida de cicatrices -a veces se le abren las úlceras varicosas- y María Ángeles, armada de delantal y guantes de fregar, pincela el miembro con violeta de genciana. Antonina, su mujer, acerca a la médica una toalla rematada de ganchillo y Diego invita a un vino y a refrescarse con colonia. La doctora y su inseparable maletín se dirigen a Condemios de Abajo, el más despoblado -36 habitantes- y triste de los tres pueblos. Allí, a otro consultorio frío, acude uno de los tres jóvenes del lugar, Jesús, de 25 años, a recibir la última dosis de los antibióticos para su fiebre de Malta. Esta enfermedad y la hidatidosis señalan la cercana convivencia entre hombres y animales. No faltan las pulgas ni el bocio endémico, por falta de yodo, que las autoridades combaten con sal tratada.

Después de examinar a 17 pacientes en los tres pueblos, María Ángeles vuelve a su casa, atestada de libros de la carrera, fotos y cintas de vídeo. Para enfrentarse a su comida de régimen, junto a Luis -"no sabes cómo hemos engordado aquí"-, a las maldades de su hija y a los avisos que hay que esperar. El fin de semana huirá a Madrid a abastecerse.

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