Furibundo ataque de Thatcher contra sus críticos

La primera ministra británica, Margaret Thatcher, acorralada por continuos sondeos de opinión negativos, por una inflación en aIza y por un Partido Laborista que, por primera vez en una década, parece una alternativa creíble, salió ayer de su rincón echa una furia y la emprendió a diestro y siniestro contra sus críticos y contra Neil Kinnock, que aspira a sustituirla en Downing Street. El furibundo ataque de la dama de hierro es el prolegómeno de una campaña electoral durísima en la que Thatcher hará énfasis tanto en sus logros como en las debilidades de un líder laborista al que acusó de fals...

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La primera ministra británica, Margaret Thatcher, acorralada por continuos sondeos de opinión negativos, por una inflación en aIza y por un Partido Laborista que, por primera vez en una década, parece una alternativa creíble, salió ayer de su rincón echa una furia y la emprendió a diestro y siniestro contra sus críticos y contra Neil Kinnock, que aspira a sustituirla en Downing Street. El furibundo ataque de la dama de hierro es el prolegómeno de una campaña electoral durísima en la que Thatcher hará énfasis tanto en sus logros como en las debilidades de un líder laborista al que acusó de falso y carente de personalidad.

Thatcher cumplió ayer 64 años y se desayunó con dos malas noticias: un nuevo sondeo ponía a los laboristas 9,5 puntos por delante de los conservadores y la inflación daba un respingo y se iba hasta el 7,6%. No era el mejor modo de empezar una jornada, pero ambas noticias parecieron actuar como acicate de un discurso agresivo como hacía tiempo que no se le oía.La oposición laborista, la centrista y el primado de la Iglesia de Inglaterra, Robert Runcie, fueron objeto de mordaces ataques verbales antes de que la primera ministra hiciera hincapié en los logros de su Gabinete y volviera de nuevo, con el rencor de quien teme verse privado de lo que cree le pertenece, sobre Kinnock y los suyos.

Thatcher dejó bien claro que el futuro combate político es cosa de dos y descalificó a los partidos del centro, la antigua Alianza que consiguiera un cuarto de los votos en 1987 y "cuyos dirigentes ignoran lo que cualquier ama de casa sabe, que un soufflé no sube dos veces". A Runcie, quien acaba de criticar el egoísmo y fariseísmo subyacente en la sociedad thatcheriana, lo despachó diciendo que "sólo mediante la creación de riqueza se puede aliviar la pobreza (...); la libertad hace a la gente más generosa, y por cada fariseo se pueden encontrar al menos tres samaritanos".

En los últimos diez años, dijo Thatcher, la industria se ha modernizado a velocidad desconocida, la productividad ha crecido a cotas ejemplares, los beneficios empresariales alcanzan cifras récord, nunca ha habido tanta gente trabajando, jamás se ha visto tanta calidad de vida ni se ha rebajado la deuda externa con tanto rigor y, por fin, se ha convertido a cinco empresas públicas que perdían dos millones de libras semanales en consorcios que producen cien millones de beneficios en el mismo período de tiempo.

¿Y quién osa ofrecer alternativas a ese éxito? Los laboristas, que, "en 1989, cuando la mitad de la gente de medio continente empieza a librarse de las cadenas del socialismo" ofrecen respuestas socialistas, coaccionadoras de la libertad. Porque no hay que dejarse engañar, advirtió Thatcher, por un laborismo que "nada ha cambiado y sólo busca el poder a cualquier precio". Si para ganar votos Kinnock "cede en principios en los que cree, ¿no será rnás fácil que ceda en lo que no cree?".

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Altos tipos de interés

Thatcher se entretuvo en el gran tema del momento, la inflación, para reiterar su apoyo a la política de altos tipos de interés que sigue Nigel Lawson -que, aunque dolorosa, presentó como única posible para producir el efecto deseado- y su firme disposición a no devaluar la libra para hacer la vida más fácil a corto plazo. Su mensaje iba dirigido no sólo a los correligionarios y electores, sino a la City, que no ve al tándem Thatcher-Lawson trabajando tan en equipo como debíera, lo que mina la confianza en la política del canciller del Exchequer.

La primera ministra insistió en su credo de dar libertad y opciones al ciudadano, ya sea ante la sanidad pública, que, dijo, quiere convertir en más eficaz y nunca será privatizada, o ante la elección de colegios por parte de los padres. Donde no habrá libertad sin límites será en lo relativo al medio ambiente, pues aunque "sólo la prosperidad crea la tecnología que puede mantener la tierra en buen estado", se hacen necesarias normas para proteger el entorno natural. Contra la droga -"la gente que pide que se legalice es como si pidiera que se legalizara el robo"- y el terrorismo, la lucha será frontal y sin cuartel.

Lo mismo que contra el socialismo de Kinnock. En la nueva política de defensa laborista parece haber hallado Thatcher el talón de Aquiles de la oposición y de su líder. Los cambios en Defensa ejemplifican la vaculdad, superficialidad e interés partidistas de Kinnock y sus seguidores, quienes están dispuestos a poner en peligro la defensa nacional a cambio de votos. Thatcher señaló que los tiempos de cambio que se viven en la escena internacional "lo son de incertidumbre, y la lección del pasado es que hay que mantener una defensa fuerte preparada para cualquier situación". Por bajar la guardia y aspirar al apaciguaminto en los años veinte y treinta, "el mundo pagó un alto precio".

La aprobación por los laboristas del desarme nuclear multilateral fue presentada por ella como "mantener la defensa nuclear sólo para negociarla y entregar todas nuestra armas nucleares mientras la URSS mantiene casi todas las suyas".

Concluido el discurso, el encandilado auditorio, que había interrumpido decenas de veces con aplausos, se volcó. Más de diez minutos estuvo aplaudiendo mientras gritaba "¡Diez años más!" y cantaba el Happy birthday, aparentemente confortado con la determinación de una primera ministra de no modificar su política y luchar a fondo para recordarle al electorado que es a ella y al Partido Conservador a quienes deben agradecer en las urnas un bienestar que los laboristas echarían a perder nada más hacerse cargo del Gobierno.

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