Editorial:

Guerra o política

CUANDO BEIRUT ha quedado ya reducido a escombros y su población a 300.000 personas -la quinta parte de la que era- se ha despertado cierto desasosiego en algunas capitales europeas, y París ha tomado una nueva iniciativa diplomática para buscar una solución a un conflicto que se prolonga desde hace más de 15 años. El interés de esta iniciativa es que, sin decirlo abiertamente, parece tener en cuenta el problema de fondo: Líbano, como Estado, es hoy una ficción. En septiembre de 1988 terminó el mandato de Amin Gemayel, el último presidente que fue reconocido por todas las facciones. Desde hace ...

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CUANDO BEIRUT ha quedado ya reducido a escombros y su población a 300.000 personas -la quinta parte de la que era- se ha despertado cierto desasosiego en algunas capitales europeas, y París ha tomado una nueva iniciativa diplomática para buscar una solución a un conflicto que se prolonga desde hace más de 15 años. El interés de esta iniciativa es que, sin decirlo abiertamente, parece tener en cuenta el problema de fondo: Líbano, como Estado, es hoy una ficción. En septiembre de 1988 terminó el mandato de Amin Gemayel, el último presidente que fue reconocido por todas las facciones. Desde hace un año existen, en teoría, dos jefes de Gobierno: el general cristiano Michel Aoun y Selim al Hoss, que encabeza un Gabinete de mayoría musulmana. Pero la realidad es que no gobiernan porque no hay Estado. Líbano es un mosaico de zonas controladas por diversas bandas armadas y con sectores ocupados por Siria e Israel.Francia tiende a combinar la. exigencia de un alto el fuego con unas propuestas encaminadas a preparar el futuro político de Líbano. Los intentos de lograr un cese de hostilidades sin más, sin abordar los temas políticos, han fracasado. Y es que no se trata de negociar sólo el fin de una guerra civil y de injerencias extranjeras. Hace falta negociar los caminos para reconstruir un Estado. Sin saber lo que será un posible Líbano del futuro, cada facción se agarra a la zona que domina y busca armas para fortalecerse, utilizando las rivalidades de Estados vecinos.

Pero la iniciativa tomada por- Francia y las gestiones casi simultáneas de la Unión Soviética -que por primera vez ha enviado a la zona a uno de sus viceministros de Exteriores- tendrán escasa utilidad si no son seguidas de presiones eficaces para desbrozar el camino hacia una solución política, en un momento en que unánimemente se descarta la solución militar. Ello requiere que los Gobiernos occidentales ayuden a los sectores cristianos a prescindir del general Aoun, cuyo fanatismo es nefasto. Los cristianos libaneses sensatos aceptan la inevitable renuncia a la posición privilegiada que han tenido en épocas anteriores. Líbano sólo será viable con un nuevo equilibrio entre comunidades religiosas que reconozca el mayor peso que tienen hoy los musulmanes. Incluso el patriarca maronita Sfeir ha reconocido la conveniencia de ese nuevo equilibrio. La cruzada de Aoun es un intento desesperado de negar algo históricamente inevitable. La actitud francesa puede ser decisiva para una reconversión hacia el realismo de los cristianos de Líbano. Ello aconseja asimismo que un eventual viaje del Papa no pueda ser interpretado como de apoyo a una comunidad contra otra.

El otro gran obstáculo es la actitud de Siria. Sus tropas, que ocupan parte de Líbano desde hace más de 10 años, han sido factor de estabilidad en determinadas etapas, para evitar enfrentamientos caóticos. Pero su actual presencia en Beirut dificulta una solución de paz. Otros tres países, además de Siria, participan en las batallas libanesas: Irak (apoyando a Aoun para dañar a su rival sirio); Israel, que ocupa una franja meridional, e Irán, que apoya a los grupos shiíes extremistas. La confirmación del Gobierno moderado de Rafsanyani en Teherán puede influir positivamente sobre este último factor. Al mismo tiempo, sólo con una acción diplomática enérgica -en la que el papel de la URS S puede ser decisivo para Siria será posible convencer a los países que hoy participan en la disgregación de Líbano de que su actitud es suicida para ellos mismos.

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Hoy las cancillerías europeas insisten en la urgencia de que el grupo tripartito designado en la última cumbre de Casablanca -Arabia Saudí, Argelia y Marruecos- reanude sus gestiones para lograr un cese de hostilidades. El papel de ese grupo puede ser importante, pero los Gobiernos europeos no pueden escabullir el bulto. Sin una labor diplomática de las grandes potencias, susceptible de hacer reflexionar a los Estados más comprometidos en el enjambre libanés y de abrir posibilidades a una solución política de futuro, seguiremos asistiendo al triste proceso de destrucción y desmantelamiento del Estado libanés, ya hoy poco más de un recuerdo.

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