El Supremo rebaja el castigo a tres estudiantes que simularon ser profesores universitanos

El Tribunal Supremo condenó ayer a tres estudiantes sevillanos a la pena de un día de arresto y una multa de 15.000 pesetas a cada uno por hacerse pasar por profesores durante la realización de un examen. Los hechos que motivaron la acusación sucedieron en septiembre de 1984, cuando Ignacio Gonzalo, Álvaro Pacheco y Joaquín Solís, que habían estado celebrando la noche anterior el final de sus exámenes de COU tomando unas copas, penetraron en un aula de la facultad de Filosofia y Ciencias de la Educación de la universidad de Sevilla y se hicieron pasar por los profesores que tenían que dic...

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El Tribunal Supremo condenó ayer a tres estudiantes sevillanos a la pena de un día de arresto y una multa de 15.000 pesetas a cada uno por hacerse pasar por profesores durante la realización de un examen. Los hechos que motivaron la acusación sucedieron en septiembre de 1984, cuando Ignacio Gonzalo, Álvaro Pacheco y Joaquín Solís, que habían estado celebrando la noche anterior el final de sus exámenes de COU tomando unas copas, penetraron en un aula de la facultad de Filosofia y Ciencias de la Educación de la universidad de Sevilla y se hicieron pasar por los profesores que tenían que dictar las preguntas de un examen.

La Audiencia Provincial de la capital andaluza los condenó en mayo de 1985 a la pena de un mes y un día de arresto mayor y a una indemnización de 1.000 pesetas a la Facultad. Los tres estudiantes recurrieron la sentencia ante el Tribunal Supremo, que ha considerado ahora que no existió delito ni menoscabo de la libertad de enseñanza o desobediencia a la autoridad académica. El tribunal, en sus fundamentos de derecho, juzga que los jóvenes, bajo los efectos de bebidas alcohólicas, causaron "un gran revuelo" en el aula, pero estima que no pretendieron perturbar la actividad académica normal.

Uno de los acusados, Ignacio Gonzalo, declaró ayer a este periódico: "Estábamos un poco mareadetes y se nos ocurrió entrar en el aula; como vimos que los estudiantes estaban esperando la llegada de los profesores para hacer un examen, se nos ocurrió dictar las preguntas, y ellos se lo creyeron". Cuando descubrieron que se trataba de una broma "empezaron a reírse, y no pasó más", añade Gonzalo, quien señaló que el asunto se había desorbitado en los tribunales.

No obstante, el joven cree que el revuelo se produjo cuando uno de los tres muchachos entró con el extintor en la clase y comenzó a descargar su contenido. "Entonces vino el portero de la facultad y llamaron a la policía". Cinco años después de lo sucedido, yo ya ni me acordaba de aquello para nada", aseguró.

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